sábado, 1 de septiembre de 2012

Luminarias

Hay veces que uno está tan cerca de algunos seres que llega a percibirles el ritmo de su respiración o el sudor de sus gestos. La atención a esas señas vitales es tanta y tan gratificante que toda cercanía es un conocimiento, y este, algo en sí amoroso y diferente. Nos conduce a otros signos, a otro ser, a otro cuerpo.

Hay veces que ese lugar está vacío. Y tan real lo uno como lo otro. El tiempo ha diluido lo que, ausente de ambición, era un gozo inquietísimo en su efímero rastro.

Mas no cabe el adiós, ni se carece. Alguien parte en sigilo con todo poseído: el abismo de sí y una rama en su incendio.


* (Es claro que no hace falta publicar algo para que sea del todo consistente, es decir, que exista aunque los ojos que lo conozcan sean sólo estos, y su origen y referencia se mantengan mientras dure un hilo de memoria en quien lo escribe. Asombra ahora tanto esa emoción incapaz de retener lo que se creyó mejor y confiable como el tiempo empleado en cuidar el atrayente alarde de lo que, inconcluso en sí mismo, en su misma fascinación se disuelve o huye. El derroche de cualidades no mitiga la desazón de lo que, permanente en nosotros, desconoce el valor de su impensada fractura.)