sábado, 23 de diciembre de 2023

Amistad

 Un abrazo:
                   te leo

y escucho lo que hace
que yo crezca contigo.


templete de Son Marroig


jueves, 30 de noviembre de 2023

Mañana en Prospect Park

Ahora que cae,
la hoja amarillece
y en rojos tiembla.

El aire suena
en la savia oscilante
que al fuego imita.

Honda llanura
donde el azul del día
de limpio asombra.

Al sol acudes,
desnuda la mirada,
la sed, descalza.

Mortal y leve
la tez de la belleza
el alma inunda.


* (De nuevo una fotografía, encontrada nada más despertar, con la profunda luminosidad y cromatismo de la que acompaña esta entrada, tomada en Prospect Park por uno de sus más fervorosos paseantes, es capaz de avivar el estímulo que andaba postergado de lo creativo con la vibración de este parque cuyo orbe natural y tan nítido se semeja a una catedral sostenida en la luminosidad de lo vegetal e intangible. Un espacio exquisito al cuidado de la mano del hombre que devuelve a la tierra el esplendor de su origen. En su marco, una verde pradera que no presenta límites, las dos copas granates de esos árboles -¿un arce, un fresno rojo?- que laten bajo nubes, las hojas desprendidas de rozada nostalgia, la silueta de sombra de algunos visitantes que miran o conversan sin quebrar el silencio. La imagen se nos graba y conduce a la entrada de este paraíso que esperaba en la orilla distante del hombre que la lanza hacia el este soñando con la nuestra -que es la suya de joven- atento a la paleta viviente de este fondo cambiante -como un rostro- según las estaciones.)

      fotografía de Hilario Barrero

sábado, 16 de septiembre de 2023

Serenidad

El otoño es salobre en sus colores, 
un leve aprendizaje a ser más viejo. 
El cuerpo cede y el olvido adensa 
el paso que prosigue hacia otra altura.

Las aves cruzan ciegas y solemnes, 
la tarde late oculta en ocres luces, 
el mar ahonda su profunda noche 
que al cuerpo templa en medio de la orilla.

Recoges del racimo las esferas 
dulces y lentas de un verano antiguo 
que libará su ofrenda a nuevos días.

Los mismos que dejaron en tu pulso 
el sueño que fue cierto y ya es espuma 
de un valle y claridad al sol que dora. 
  
pintura de Joaquina Serrano y Bartolomé, Museo del Prado


domingo, 3 de septiembre de 2023

El salto

                                  a Sinnead O'Connor, in memoriam

                                  Nothing compares to you          
                     
Hay ángeles de insólita belleza
con las alas disueltas en ceniza
precipitadas sobre el barro. Yerran
perdidos en su abismo. Respiraron

el dolor de estar vivos, las heridas
ocultas desde lejos, la intemperie
de desear el reino de lo bello
y recibir el filo de lo helado.

Sentimos un impacto. Recogimos
de un ópalo incendiado oscuros restos,
espasmos excesivos para un lirio,
un grito inconsolable ajeno y mudo.

Allí donde hay aristas invisibles
su vuelo naufragó en la piel del aire.
A cambio quedó luz en la infinita
nostalgia de ser él y no olvidarlo.

El ángel descargó todo su miedo.
El mundo fue incapaz de retenerlo.
     

 * (El final del verano no sólo trajo en los últimos días de agosto la lluvia torrencial como una certidumbre de que el otoño acudiría nuevamente tras los días más cortos, sino un recuerdo obligado hacia alguien recientemente fallecida que sabía transmitir la sensación de la belleza, casi hecha a su imagen, en la vibración de su canto; para quien, sin embargo, esta serenidad y elevación que su voz concedía no fue suficiente refugio para ella. Al oírla, como en otras personas singulares, honramos la vida que perdura más allá de sus horas más hondas y quebradas.)

 

viernes, 18 de agosto de 2023

F.G.L.

18 de agosto. Hoy la muerte recuerda
el temblor indebido de un joven sudoroso, 
hondo y frágil, maniatado, sin rumbo,
marcado por un naipe de venganza inclemente,
truncado injustamente a espaldas de la noche.
No queda rastro alguno del final destrozado 
del sueño irrepetible de un gigante indefenso,
brillante como un niño escondido en un pozo
persiguiendo el hechizo de un reflejo inasible
que siente con la fuerza de la nieve que arde.
Su voz volcó el latido de todos los relojes.
Desató sin saberlo el pulso más invicto.
El odio maldiciente derribó su figura
para que su silencio no incendiara los ojos
con la sed admirable de todo lo visible.
La tierra es un secreto donde cabe su sangre.
Basta leer sus ojos para saberlo quieto
dormido bajo el agua al calor de las huertas.
Nació para dar vida y ese fue su delito.
De volver llegaría desnudo e impecable,
perforada su alma de jazmines ilesos.


Cala Torta, al atardecer, 18.agosto.2023





Take this waltz, por Leonard Cohen https://www.youtube.com/watch?v=jWMOqVKHeSQ 

Pequeño vals vienés, por Silvia Pérez Cruz https://www.youtube.com/watch?v=vx5CW0Vyvi8 


viernes, 11 de agosto de 2023

Leviatán

veces las palabras 
dan frío, sus raíces 
se pierden en el miedo, 
desconocen, carecen, 
hacia nada conducen, 
proceden de una noche 
confusa e invariable 
como un fango que cubre 
un espacio deforme. 
El hombre las emplea 
con hambre de tinieblas, 
desde una furia inútil 
obcecada y de sombra. 
Son un rumor sin aire, 
una voz que no expresa, 
la deforme semblanza 
de un ruido permanente. 
Su estrépito y renuncia 
invocan el fracaso 
de alzarse contra aquello 
que era luz en su origen: 
la intensidad de un arco, 
la verdad inocente, 
el pálpito del mundo 
donde honrar su reflejo, 
donde ser y mirarse 
y al tiempo descubrirse. 
Las palabras nacieron 
como brota en silencio 
la tierra cuando late 
al recibir la lluvia. 
Recuerda su comienzo 
de lenta transparencia, 
su entrega minuciosa 
empapando los rostros. 
Las palabras respiran 
al sostener el aire, 
son el hilo invisible 
de todo lo que existe. 
Lo que mancha sus voces 
evítalo si buscas 
discurrir sin más nada, 
vibrar en lo que halles. 
El agua siempre fluye, 
óyela como corre. 
El linde de su orilla 
es la sed que disuelve. 
Lo mismo en las palabras: 
no enturbies, no recubras 
de neblina sus ojos, 
deja que te despierten 
con la imagen del mundo  
y que ellas pronuncien 
lo que al callar intuyes. 
El hombre nace, crece, 
en sus manos recibe 
el misterio de un ave, 
el fuego y sus visiones, 
el don del horizonte. 
Sin embargo su esfuerzo 
como el olvido asola. 
El mundo que procura 
muchas veces sucumbe. 
Lo que amen tus ojos 
será lo que te lleves, 
la fuente del silencio 
que era el ser de los nombres.
 

martes, 18 de julio de 2023

Fronda

¿A qué hora cruza
el corazón la sombra,
la brisa el alma?

No sé en qué idioma
la fuente que no cesa
conversa a solas.

En lo profundo
del silencio y la noche
lucen estrellas.

Nunca hay frontera
en el linde que el aire
libre atraviesa.

Cerca del agua,
como el ciervo que bebe
y tiembla y huye.

Ahora el reflejo
del manantial que corre
lleva su imagen.

 
* (El anhelo de un locus amoenus en donde reencontrarnos, como son para Manuel Simón Viola los espacios naturales de su natal La Codosera que en ocasiones nos comparte en sus fotografías, dio lugar a la escritura de este poema y, por eso mismo, quiero brindárselo a él, así como agradecer el diálogo lector con Isabel Jimeno por su oído y consejo al filo de cerrarlo.)



jueves, 13 de julio de 2023

Altura

                                   a Fermín Herrero, por su amistad y su palabra

En esa grieta
el horizonte espera
dormir un día.

Al caer la noche
un murmullo de insectos
el mar anega.

El viento mueve
el dolor olvidado
entre las ramas.

Brota un helecho
aferrado a la roca
de la memoria.
 


jueves, 18 de mayo de 2023

Rendición

Una isla te enseña
a volverte una isla
adentro de la isla.
Hay rincones intactos 
que aún guardan su belleza
sosegada de siglos.
Al retornar a ellos
te bastan las señales
del rodar de los días,
la compañía sencilla
de la brisa que cruza,
cómo pasan las nubes,
la luz de la montaña, 
los jardines de patios
que recrean un mundo
clausurado y abierto 
a la vez tras las rejas
de un tiempo detenido
que observa al paseante,
o ese ritmo apartado
del color de la piedra
en calles donde el agua
corre al pie de unas flores
y perviven relieves
labrados para aquellos
que el asombro cultivan.
A solas una isla
emerge piel adentro
hasta alzar en el pecho
su perfil y oleaje,
su reino sumergido
donde el rumbo se borra.
Llegas a abrir los ojos
como el sol cuando asciende,
llegas a ser la noche 
del bosque que la cubre.

   
                        
                        

domingo, 23 de abril de 2023

Cinco haikus en diálogo

 1.

Como una calle
que no tiene salida,
este silencio.                               (Susana Benet)


Nadie lo siente.
Ni un mirador de olvido
al horizonte.                              (Carlos Medrano)



* * * * *

2.

El viento agita
el reflejo de un árbol
dentro del agua.                        (Susana Benet)


Cruzan los peces
como hojas marchitas
el río en otoño.                          (Carlos Medrano)


* * * * *

3.

No está desnuda.
Sobre la piedra crecen
flores silvestres.                       (Susana Benet)


La umbría conduce
dentro de sus raíces
a un río radiante.                       (Carlos Medrano)


* * * * *

4.

Secos ribazos
y el fulgor repentino
de unas adelfas.                        (Susana Benet)


Hay días sin alma
que la vida incesante
sin más protege.                        (Carlos Medrano)


* * * * *

5.
 
Ya te has dormido,
mas tu mano despierta
aún me acaricia.                       (Susana Benet)


Te veo a diario,
no importa con qué forma
en todas partes.                         (Carlos Medrano)


Violeta, acuarela de Susana Benet


* (Debo a Hilario Barrero el conocimiento y aprecio por los poemas y la sensibilidad de Susana Benet. Buen amigo de ella -e Hilario desde Brooklyn ha hecho del corazón un ventanal cosmopolita conectado a un sinfín de siluetas y lugares de la orilla que añora-, tuvo el detalle, desde la ocasión en que me ofreció el espacio de sus Cuadernos de humo para publicar unos haikus, de situarlos al lado de un dibujo de Susana Benet y hablarme de su predilección por la escritura, las acuarelas y la humanidad de esta entrañable autora a la que debemos en nuestra lírica algunos de los trazos más habitables y naturales de esta modalidad oriental en castellano. Así, en las palabras precisas de Álvaro Valverde, Susana Benet es "la más japonesa de nuestras poetas". Desde un enfoque distinto al de la escritura poética, mi amigo Pep Suñer comentaba el último viernes en que hemos coincidido algo que contenía una lección zen: "la conciencia del caminante le ha de hacer sentir que él también es en ese momento el camino, y el camino y él mismo forman parte del todo". Tal vez esa es la única magia y dimensión que se abre y sucede en la manifestación del haiku. El centro tan buscado estaba, a la vez, en quien ve y en la contemplación de las cosas. Y desde ahí habla sólo el sentir en la mención primordial ajena a las interferencias, donde la revelación toma forma de la experiencia cotidiana. Por tanto, el camino del haiku es una actitud anterior a la escritura traducido a una voz a la espera de las palabras que no cesan.

La lectura reciente de algunos de los haikus de Susana Benet recogidos en su blog Noches blancas motivó sin esperarlo la escritura de uno mío. Es el que aquí abre esta serie de cinco. Y poco después, de entre los que iba recogiendo como selección propia, fue cerrándose este diálogo espontáneo con los otros al hilo de su idea y sugerencia. Este impulso imprevisto no deja de ser un acto de sintonía y reconocimiento hacia ese mundo íntimo, delicado, femenino de Susana Benet, que quien la lee o conversa con ella recibe con la suavidad de los días levantinos y el color de unos ojos acostumbrados a captar con la agilidad de los gatos lo inesperado de los días.)
 

domingo, 19 de marzo de 2023

Partitura en la tarde

Junto al brazo de hierro de una grúa cercana
ves el vuelo de un ave 
que presagia la lluvia. 
El cielo todo es nubes 
en azules diversos. 
E
nvolvente en su adagio
escuchas de Beethoven  
una sonata al piano
una tarde cubierta
que filtra su caída, que amortigua su avance 
y extiende permanente su planeo
como único ritmo, sin declive ni origen,
sin otra referencia que el punto entre dos mundos
donde el tiempo se aquieta
en ese oleaje inesperado
de nubes y sonidos en el aire. 
El reino de lo ingrávido 
también es un remanso merecido, 
como es la soledad o el horizonte
inédito que surge por sorpresa 
en medio de un viaje 
y nos sacia en su asalto.
Refresca el aire puro, continúas mecido
por la cortina de la música, 
tan familiar que es Mozart quien ahora prosigue 
y piensas en su vida prodigiosa y escasa, 
en esa ingratitud inmerecida 
de lo truncado e irrepetible que, no obstante, 
sobre el paso de siglos, al oírlo despierta
las cimas de lo íntimo en nosotros
y un sentido más allá de la firme
conciencia limitada de este cuerpo.
Esto ocurre delante de estampas sucesivas
del cielo de una tarde cotidiana.  
Son luces de una imagen tamizada y continua
contempladas sin más fin que asistir 
a la extraña belleza de esta calma,
la de un cielo con nubes que no pasa
pues cobija sus límites
en el claro remanso
del amparo de un pecho.
 

domingo, 5 de marzo de 2023

Orilla

El hielo quema
el aliento de un pájaro
sobre la boca.

Labios que vuelan
y sesga su aleteo
lo que más buscan.

Llevan la savia
para encender el templo
de cada día.

Como esa rama
ardiendo mar adentro
ante la ausencia.


* (Hay poemas que surgen de una imagen, de un cruce de palabras y de ese ronroneo que como un brote vegetal de la tierra la abre para ofrecer su claridad al sol. La visita del frío en su forma de nieve a la vez en Mallorca y Nueva York con que se fue febrero hizo el resto al cubrir la tibieza. De ida y vuelta selló esta resonancia para advertir que bajo cualquier signo vulnerable se obra la verdad y el misterio de la vida y la muerte con su reto de elevar sobre el tiempo una llama o incendio capaz de perdurar en lo profundo del brillo de los ojos.)
  
 
fotografía de Hilario Barrero, de un paseo por Brooklyn           
                                  

lunes, 27 de febrero de 2023

En el principio

Tendida nieve
asombra a las gaviotas
al pie de marzo.

El suelo es blanco
y el cielo un infinito
que se diluye.

Son las montañas
la silueta de niebla
donde fundirse.

Semeja el alma
la luz de la mañana
en lo que envuelve.


     Vista de Orient. 27.febrero.2023. 
     Fotografía de Pascal Vaugon.

sábado, 18 de febrero de 2023

Sobre el azar del mapa, un canon conseguido



En la poesía de Álvaro Valverde, el entorno donde el poeta vive es una referencia de identidad y de reconocimiento de la vida en la que este espacio tan presente y definido en su obra ocupa un papel central que ha ido configurando, consciente, como un eje, la noción de lugar. Su ciudad natal, Plasencia, de provincias, pero a su vez privilegiada por su patrimonio e historia, y afortunada además por el medio natural que la rodea, es su marco elegido desde siempre para vivir y desde donde ha proyectado su escritura, con clara referencia a sus coordenadas y límites. Su correlato espacial en alguien definido por la fidelidad a este medio y por su voluntad de no abandonar su lugar de origen, son los viajes queridos o inesperados, a veces a considerable distancia que surgen. Y esta es la materia de este libro considerado por el propio autor como la suma de dos cuadernos de viaje. El de Sofía en 2018, para visitar a su hijo que cursaba un Erasmus, y otro más breve en 2022 a Suiza, con motivo de la exposición Extremamour donde sus dísticos acompañaban a las fotografías de Patrice Schreyer, que han dado lugar a otro reciente bello libro de poemas e imágenes. 

Para nada es una novedad este reflejo de otras ciudades visitadas por el autor, en general escritas una vez vuelto a casa. El precedente en libro es Más allá, Tánger, trazado de seguido en corto tiempo al volver de una estancia para reencontrar la ciudad donde vivió su infancia y juventud con su familia, Yolanda, su mujer, y por tanto poblada de referencias personales y afectivas sentidas como propias en el relato de los próximos. Y en los demás libros de Álvaro, muchos otros enclaves -de los que hacer el inventario sería interesante y extenso- ocupan apartados y poemas: el sur, de la costa de Cádiz, frecuente en tantos veraneos, ciudades europeas, españolas, del vecino Portugal, así como no pocos singulares parajes de Extremadura poseedores de la misma atracción y raigambre que reconocemos en otras geografías a distancia. Más también, esos otros viajes entrevistos en los poemas referidos a sus escritores leídos a través de cuya obra el autor se ha desplazado a otras latitudes y vivencias distintas a la suya.

En esta entrega, volvemos a esa modalidad del testimonio de lo que se ha incorporado “desde fuera” a su escenario vital al recorrerlos. Importa señalar también la forma elegida. Aparentemente conversacional, directa, ajena al ornamento literario, con la apariencia de la no mucha elaboración, al hilo de una captación rápida, con la voluntad de sostener lo lírico desde los recursos más sencillos y hasta pobres, bordeando o arriesgándose en alguna ocasión a lo que algunos lectores llamarían prosaísmo. Encontramos términos poco transitados por la tradición poética como parque temático o microbús o un Zara, por ejemplo. Y el libro discurre en secuencias de una extensión pocas veces extensa, a veces fragmentaria, como un apunte o un esbozo rápido sin más espacio que el de acoger una sensación o una idea así más realzada, sin acumularse entre otras como sucede en poemas de un aliento más amplio. La unidad de expresión no es el poema mismo sino la sucesión en conjunto de ellos. Por eso, los poemas van aquí sin título y numerados para ser recibidos como una parte continua de un todo, y ser leídos por tanto como secuencias yuxtapuestas de una serie y no cada uno como un texto independiente cuya concepción hubiera llevado a una elaboración distinta, de un calado y profundidad cuyo dominio conocemos por los anteriores libros de Álvaro, si excluimos el de Tánger, que es otro libro de viaje al que ahora se une este.
 
El metro también se adecúa a esa elementalidad expresiva que aquí se pretende. El heptasílabo predomina en tiradas ágiles donde enlaza con otros metros menores e impares y da la mano también a endecasílabos con los que con facilidad fluye, y en su brevedad transmite un ritmo amable a lo que se cuenta con aprecio. Es en los poemas más cortos donde más de una vez el poeta nos deja caer sus impresiones más intensas, pese a su apariencia de levedad engañosa, bien sea un destello de la ciudad significativo, caso del poema 32 y otros, o una confesión íntima con la desnudez del poema 48. Y en endecasílabos discurren poemas algo más discursivos o distinguibles por el deleite de la serenidad.

El Cuaderno de Sofía ocupa 50 de los poemas del libro. Estamos ante una capital europea sin el “prestigio” de otras, invernal, visitada bajo nieve y nieblas y la grisura de una luz que no tiene los matices meridionales nuestros, una ciudad “ajada”, “deslucida”, con signos de “abandono”, “tristeza”, de hasta “desolación” y “miseria”, con "miradas que rehúyen la virtud del encuentro" y vidas aparentemente vacías y difíciles, donde se sobrevive a la destrucción y la pobreza de las pasadas guerras y la dictadura comunista que ha dejado la “fealdad” de su impersonal arquitectura. Experiencia y lugar que, al llevar al poeta a "mirar más allá" para encontrar el sentido de las cosas, esta le llega en primer lugar desde la naturaleza -y sus elementos- donde “el frío” es “la pureza” y las montañas cercanas cuya “sombra tutelar” (...) “nos ampara”. 

Hay un momento en que la lectura cuesta porque es densa la relación de lo que se cuenta y esa vibración exterior impregna aun sin quererlo las palabras. En cambio el poeta halla en esta tierra el reposo y la paz de “un paraje del que cuesta marchar”. Al hablarnos de ella se nos advierte que “Toda vieja ciudad guarda un secreto. También esta”. Y en su descripción nos lo va a ir desgranando. En la desolación, en el invierno, en los lugares de retiro cercanos como algún monasterio, en las sinagogas, mezquitas y templos ortodoxos, en los paseos por las calles y rincones en apariencia descuidados, en los aromas de los mercados y en la humanidad con que se trata a los animales hay un relato de lo íntimo de esa vida con la que sintoniza que le merece la mayor consideración y así nos lo transmite. Sin grandezas, como todo lo que ha pretendido este cuaderno, haciendo de lo cotidiano y anónimo un lugar, aunque querido, que nos deja intranquilos al apelarnos. Poemas como el 44 simbolizan la imagen global de lo visitado y que ha marcado al autor y por él a nosotros. Es por eso que la amenaza de esa nieve al derretirse -”caen / restos sucios de hielo / que se parten aún más / sobre la acera”- haga que “por momentos, / la vida se asemeja / a lo que ocurre.” El poeta, atraído por lo que ve, sin embargo no se vería capaz de vivir por siempre en este sitio. Aunque sí, de esta ciudad inesperada, se lleva su brillo “matizado” tras el cual ha encontrado “una humilde verdad”.

El otro cuaderno, el suizo, nos deja un sabor más sereno. Se disfruta, “la luz va dorando las cosas” , la realidad no es lejana a los sueños. Estamos en un país para nada precario. Surge de un viaje feliz a una exposición en Grandson, en la que sabemos que se celebra que “personas de sitios diferentes” se encuentren “en un lugar donde cualquier distancia se ha abolido”. Sin reparos se nos dice: “todo es armonioso”, y está luego el encuentro con una ciudad, Ginebra, deseada y llena de referencias literarias que acompañaban al poeta lector desde mucho antes. Felices como el recuerdo de Borges y del ejemplar con su autográfo de El oro de los tigres. Pasamos de la sensación anterior de “intemperie” y “penuria” al esplendor que puede contemplarse “sereno y en silencio”. Lo que no quita que la mirada del poeta se fije en algún jardín descuidado, y no por eso carente de encanto, en las ventanas cerradas que le inquietan por la vida escondida tras de ellas, o el recuerdo de autores que sufrieron y no pudieron evitar el suicidio que les sobrepasó en esta ciudad como José Antonio Ramos Sucre o Alfonso Costafreda.
 
Y como toda escritura es rica y amplia, y sin que una lectura haya de ser una tarea exhaustiva -sólo cito el tratamiento de la intertextualidad, que se incorpora como un guante a lo propio-, hay, entre líneas, otros detalles para la complicidad con el lector, como la atención a los ríos -el Perlovska en Sofía; en Ginebra, el Ródano- cuyos diferentes caudales nos remiten a las aguas del Jerte que aparecían, al contemplarlas y también como poética, en El cuarto del siroco.
 
Todo autor sólido no escribe por casualidad sus obras. Este libro incorpora señales o claves que lo identifican. Así se nos dice un axioma que nos recuerda aquel otro de que nada es ajeno a ningún hombre: “Lejos del mundo, / estamos en el mundo”. Y esa otra evidencia sostenida desde su primer libro: “que se hizo la distancia / para amar lo recóndito”. La perspectiva, el punto de relación y la medida con los demás y las cosas es otro de los ejes vitales y literarios de quien nombró uno de sus libros A debida distancia.
 
Nos relacionamos con lo que resuena en nosotros y termina siendo parte de nuestro recorrido y a veces llega a definirnos o a servirnos de espejo y reconocimiento. Es la lección de estos lugares. Por esto mismo, me refiero a un afortunado detalle. Lo que sabemos por experiencia que es una garantía se vuelve parte fiel de nosotros. Es lo que hacemos los lectores con los autores que seguimos de antiguo. Y es lo que sucede con la cubierta de Sobre el azar del mapa -título que ya estaba escrito en un verso cuarenta años antes-, iluminada por una exquisita ilustración de Salvador Retana, que vuelve a dejar una certera imagen de entrada a los libros de Álvaro antes de leerlos. Esta vez, ese trazo de apariencia casi inconclusa y como si se deshiciera de esa catedral bizantina en boceto, nos anticipa la sensación que nos queda de ese invierno búlgaro y de la melancolía del autor al recordar lo vivido. Porque al cabo de un tiempo todo lo que fue nuestro se convierte en distancia. Y al revivirlo nos queda este reflejo que a su vez se diluye: “Silencio y soledad vendrán conmigo”. Sin duda, la captada y la interior del poeta, la necesaria para contemplar cualquier sitio.


Sobre el azar del mapa, Álvaro Valverde
Nuevos textos sagrados, 318
Tusquets, febrero de 2022

jueves, 16 de febrero de 2023

Estaba ahí

En su rincón,
un silvestre lentisco
me acompaña hace años
con su grácil silueta
de un verde lanceolado diferente
al de las otras plantas que alrededor
se apilan en el patio. Entre ellas,
encinas y algarrobos mallorquines,
un castaño del Jerte, un drago de Canarias.
Los sembré de semillas. Árboles 
que escasamente crecen en su reino
esférico de arcilla, terrenal y algo estrecho. 
Pero son y persisten, con sus hojas caducas 
cada otoño, o en invierno perennes ante el frío. 
Nacieron con paciencia. Esperan un terreno favorable 
donde enraizarse un día y alzar por fin su sombra, 
si pudiera ofrecérselo. Fieles y silenciosos
me regalan su imagen, acostumbrada 
a heladas y a la lluvia, al calor excesivo 
y al sol alto de los meses más tórridos 
sin elevarse mucho de la tierra
en su justa vasija que honran mansamente, 
junto a otras plantas lentas y domésticas. 
Solamente por eso, merece ver alzarse el claror cada día, 
rodar las estaciones por el frío hacia dentro 
para luego asistir al esplendor creciente
cuando asoma lo leve que es tan firme 
sobre las yemas de los árboles y el reposo 
extendido del verde de los campos 
donde se asienta la bonanza con el olvido de la nieve. 
Este patio encalado y suficiente 
deja llegar a él el alimento de los días y las noches. 
Acoge algunas flores llegadas en vilanos por el aire. 
Bajan a él abejas y algún pájaro que todavía 
resiste la invasión del cemento en solares 
que hasta ayer fueron su refugio, 
o las mariposas del verano y los gatos
que puntean las tapias. El lentisco, 
tan leve, tan vertical y simple, 
me ofrece su lección. De seguir siendo él sin otro empeño
por encima de lo que son las demás cosas. 
No invade. Y en su claro perfil existe sin que nada 
lo enturbie. Junto a la cal se yergue. Que siga ahí, 
que eligiera este sitio para crecer y acompañarme
es suficiente gozo que hoy me instruye.
¿Qué le puede faltar aunque nadie lo observe? 
Nada. Exactamente es. 
Aunque cambie de un modo milimétrico 
al crecer y al llegarle la vibración 
de lo que alrededor sucede. 
Hoy, ante él, recibo de otro modo su presencia 
y un mensaje parece albergar este instante 
que me resuena sin palabras. 
Conmueve el ir más lejos sin movernos. 
Ahora sé que ahí perdura 
para seguir hablándome
bajo la clara luz donde lo reconozco. 
Pues todo lo que hay no es otra cosa que estar y suceder. 
Sentir la voz serena de lo vivo y su impulso 
por encima del tiempo en sus signos 
más sencillos y humildes, 
más fieles y más frágiles. Como el de este lentisco
al ordenar el mundo sin esfuerzo.