Despega un ave
de la rama en que estaba,
pero ¿quién vuela?
La lluvia imita
el trino de los bosques
al caer a tierra.
Todo es aroma
en la altura afilada
de una semilla.
Era la música
los colores del aire
a ras del agua.
Baja desnuda
la umbría que se impregna
en las cortezas.
* (Hay varios cauces de escritura, desde el poema breve al más largo y discursivo, pasando por otros de longitud intermedia. Y cada uno implica su diferente intensidad y trazado. El hecho de escribir, más que una seguridad conlleva una extrañeza y una sensación de posible zozobra de conseguir o no el poema en sucesivos instantes de su ejecutoria. La voluntad de querer salvar un texto de sus momentos de inconsistencia es un ejercicio de aprendizaje continuo, sin el cual no se llegaría a ningún sitio, ni siquiera a merodear la condición de escritor. Porque escribir es aceptar el riesgo de generar algo nuevo desde el vacío inicial e imprevisible, al menos en poesía, donde para el arranque nada vale el oficio.
El poema de la entrada anterior, Lugares donde hallarse, quiso reflejar una realidad y reflexión desde los elementos naturales de un paraje arbolado cuya cualidad y retiro tengo cerca. Este poema en haikus, Atardecer, fue escrito poco después queriendo partir de la misma experiencia y de un similar arranque: la imagen, atendida también por otros autores, del momento en que un ave alza el vuelo al desprenderse de una rama con la consiguiente cuestión: hasta qué punto ave y rama eran, sostenido en el aire, lo mismo o si ambos, por imitar el aire, eran la manifestación de ese deseo de profundidad de lo alto. Escritos uno a continuación de otro, aquí quedaron ambos modos de resolver en distinta medida un apunte poético).