lunes, 24 de enero de 2022

Atardecer

Despega un ave
de la rama en que estaba,
pero ¿quién vuela?

La lluvia imita
el trino de los bosques
al caer a tierra.

Todo es aroma
en la altura afilada
de una semilla.

Era la música
los colores del aire
a ras del agua.

Baja desnuda
la umbría que se impregna
en las cortezas.


* (Hay varios cauces de escritura, desde el poema breve al más largo y discursivo, pasando por otros de longitud intermedia. Y cada uno implica su diferente intensidad y trazado. El hecho de escribir, más que una seguridad conlleva una extrañeza y una sensación de posible zozobra de conseguir o no el poema en sucesivos instantes de su ejecutoria. La voluntad de querer salvar un texto de sus momentos de inconsistencia es un ejercicio de aprendizaje continuo, sin el cual no se llegaría a ningún sitio, ni siquiera a merodear la condición de escritor. Porque escribir es aceptar el riesgo de generar algo nuevo desde el vacío inicial e imprevisible, al menos en poesía, donde para el arranque nada vale el oficio. 

El poema de la entrada anterior, Lugares donde hallarse, quiso reflejar una realidad y reflexión desde los elementos naturales de un paraje arbolado cuya cualidad y retiro tengo cerca. Este poema en haikus, Atardecer, fue escrito poco después queriendo partir de la misma experiencia y de un similar arranque: la imagen, atendida también por otros autores, del momento en que un ave alza el vuelo al desprenderse de una rama con la consiguiente cuestión: hasta qué punto ave y rama eran, sostenido en el aire, lo mismo o si ambos, por imitar el aire, eran la manifestación de ese deseo de profundidad de lo alto. Escritos uno a continuación de otro, aquí quedaron ambos modos de resolver en distinta medida un apunte poético).

     autor de la fotografía: Lonelyshrimp, en flickr

jueves, 6 de enero de 2022

Lugares donde hallarse

Árbol, pájaro, 
espejo quién de quién,
sereno en soledad, casi en despegue, 
dónde
comienza cada cuál,
el vuelo verde, el raudo desplegar
la claridad, la ingravidez donde el día y la noche
se suceden y laten
como una oscilación entre las alas,
el canto perdurable
y a la vez no escuchado
de la brisa y los cauces
que escalan dando cúpula al ramaje,
cuando el testigo es nadie más
que el bosque mismo a solas en silencio
y el ámbito del aire
sobre el polen y el musgo
que desde tierra crece.
Ves un tronco sereno 
que al elevarse nos sostiene
en este espacio de resurgimiento
donde el humus renace
y era respiración internarse en su fronda,
o leve amor rodar por la ladera
de inclinada hojarasca donde roza la luz
entreverada en hojas de la cumbre.
Un aullido a la noche
resuena en el espacio inabarcable
a donde hemos venido a recalar
desde la travesía persistente
que empuja por encima de nosotros
incluso en la espesura de espejismos
de las horas sin norte. Y como un barco
viejo en su trajín y su velamen,
acude nuestro paso tierra adentro
a esta ensenada libre 
a recobrar las luces y el sentido 
material del reposo.
En donde el mástil desgastado siente necesidad
de brotar como antaño y una rama
tendida hacia nosotros nos concede
en el brillo variable y germinal
del rocío ante los ojos
el brocal del reflejo del cielo entre las nubes.
No otro lecho
que el del cuenco de paz
del sonido del tiempo al caer suavemente
de nuevo sin distancias, en mitad del origen.






* (Hay poemas nacidos a medias de la siempre inspirada lectura, como en este caso ha sido acercarse a los que configuran el Jardín botánico de Federico Gallego Ripoll -Libros de la Errantía, 2021- y la cotidiana visita a estos lugares intactos de los que se regresa cambiado por lo impecable y diáfano de su limpia experiencia).