martes, 28 de mayo de 2024

La inmensidad de las pequeñas cosas

No había leído hasta ahora nada de la poesía de Diego Fernández Magdaleno. Lo conocí por un inesperado detalle suyo hace años cuando subió a internet un vídeo leyendo un poema mío, La frontera del agua, que tal vez simbolice más de lo pretendido, porque hay palabras con vida que por siempre se buscan. Tras recibir Ausencias en camino, tomé unas notas con la satisfacción de su lectura para trazarme el mapa de un libro que me atrajo por su lenguaje y del que no disponía de ninguna referencia de su composición y motivo. Sigo pensando que es un libro que transmite tanto o más con lo que no nos dice porque sabe llegar a quien lo entiende desde una actitud de vaciamiento y escucha. Escribí esto:

El libro es una miniatura. Como una pieza de cámara para escucharla a solas o una serie de estampas cercanas a la elementalidad del haiku, con la ligereza de lo breve y el ritmo de lo impar casi nunca mayor que el heptasílabo. 

Un libro íntimo, con el recogimiento de lo que se rememora con deuda y devoción hacia quienes se nos han diluido en la vida. Parece hablar de despedidas en las que se concita la muerte y el amor. O se dirige hacia los más cercanos con quienes se comparten las más seguras sensaciones del encuentro cotidiano, y por eso gozoso. En esa dimensión inmaterial del sentir en la que se estilizan las vivencias, o lo que queda de ellas, se evoca con la ligereza del trasluz o de una veladura, pues su entidad va unida ya al vacío, con el tono confidencial donde basta salvar unos destellos "y así caen las palabras / al abrir vuestras manos." 

Se asiste a una memoria. Por eso, "vuelve la muerte / a ser un manantial, /cómo son las cenizas / aliento que no cesa." Quien aspira a la vida convierte en vida las huellas que hace propias de aquellos que recuerda. 

Un intermedio, que recibe el nombre de Reflejos, elige cinco personajes de la literatura atravesados por la alta sensibilidad en sus manifestaciones: Leopardi, Emily Dickinson, Virginia Woolf, Sylvia Plath y Francisco Pino.

Y en su cierre, Última luz, el mínimo lenguaje nos conduce, como en el despojamiento religioso, a esos lugares interiores donde la hondura de lo que se intuye se da en la desnudez de lo inefable. Ausencias en camino entona con unos pocos signos esenciales la dulzura y a la vez el dolor por todo lo incompleto que nuestro ser al encarnar aspira e interiormente de por vida busca. 

Se nos habla de "Quien olvida la sed / pero recuerda el agua". Ser capaz de alcanzar esta virtud o al menos disponerse en la actitud que hacia ella conduce, supone reconocer la cercanía de la fuente que mana allá a donde miras y, en esa totalidad abarcadora de la vida, nada de lo perdido en el presente cesa, pues es vivido en él como presencia. Hacia el final "en esa fuente / que da más sed" -la de la vida limitada- se nos desvela, desde la indefensión de la inocencia, la figura a quien invoca: "papá, / cuando despierto."

¿La luz del mundo puede caber en unas pocas pinceladas? Como en todo poeta que lo concibe y que se arriesga, la voz de Diego Fernández Magdaleno lo procura al compartirnos estos interiores sobre unas mínimas referencias concretas. Esa esencialidad hacia lo desnudo de su expresión pretende no interferir en lo que desde el silencio aflora, y desde ahí recobra su impalpable figura. De modo que la ausencia ahonda su dimensión tras las palabras mínimas que nos conducen -tras un cauce, un camino y una casa- de nuevo a un silencio que agranda su sentido al terminar los poemas. 

Ausencias en camino
Diego Fernández Magdaleno
Editorial Páramo, mayo de 2024
  
fotografía de la presentación de Ausencias en camino en la Librería Oletvm de Valladolid.


domingo, 12 de mayo de 2024

Sombra viva

                                   Aquella voluntad honesta y pura
                                             (Garcilaso, égloga tercera)

 
A quien la soledad sin más deshoja
el brillo y el color de la mejilla
mientras que se desliza por su mano
la tez de una invisible y honda ausencia,

cómo poderle mitigar el duelo
o sostenerle el corazón que inclina
si nadie puede consolar el frío
que esculpe el tiempo amado que ya es fuga. 

Las lágrimas descienden cada noche
al aroma de un patio en el que vaga
la imagen de dos almas y un silencio
capaz de resonar bajo la tierra. 

Te vi llegar al pie de la alegría
que aunque no estés se refugió en mi boca.
El sauce oscila siempre su verdura
y el día renuncia ante él a la desdicha.


* (Recuerdo cuando en segundo de carrera comencé a leer a Garcilaso, el asombro que me causó su sensibilidad hendida de un idealismo amoroso y melancólico -en este ámbito, la separación y el dolor ha inspirado más veces poemas muy intensos que los debidos al disfrute y el gozo- y la musicalidad de sus versos. Ese clasicismo fue capaz de levantar un canon hoy todavía atrayente cimentado sobre la selección del lenguaje poético y el lirismo al servicio de convertir el impulso vivido o anhelado en una plasmación de lo armónico donde lo musical y la naturaleza se conjugaban para ennoblecer ese empeño. Lo amoroso -como en las edades del hombre- es un espacio presente y casi ineludible en el comienzo de todo movimiento creativo, y así las jarchas son un claro testimonio elemental de ese origen. Estamos al principio de nuestro Renacimiento, y allí un poeta joven de aprendizaje petrarquista expone la suavidad de su ansiado paraíso con la virtud de las letras que consagran lo que la realidad y las armas no le dieron.

En aquel momento universitario, estas y otras lecturas más actuales me impulsaron a escribir unos pocos poemas recogidos bajo el rótulo de El asedio del agua en los que me acerqué a esta sensibilidad en la que quise conjugar lo poético con lo narrativo sin renunciar al lirismo y el placer de lo estético. El adentrarme en un borrador nuevo como este me ha devuelto a aquel tiempo. 

Se nos olvida a veces que el lenguaje genera realidad y que el poema es una creación donde la realidad nombrada no existe más que en el cuerpo y espacio propio de esa secuencia expresiva, sin derivar de otra referencia donde pudo apoyarse al tomar forma, aunque tal vez en la universalidad que ese lienzo despliega pudiera estar captando un reflejo invisible de una vivencia acaecida a otros. Porque la palabra anticipa o se amolda a una tácita e intuida vivencia que el sentir comunica. Y el creador antes que nada escucha. Con el tiempo, poemas como este que salvamos del pozo de otros borradores interrumpidos o imperfectos quizás sigan diciendo algo o también se descarten como un noble ejercicio fallido de una tarde valiosa.)
 
 
     fotografía de Carmen Fernández-Daza, del patio de su casa familiar en Almendralejo