Me miras desde un tiempo que no existe.
Y ya no puedo sostenerte la mirada.
Elías Moro
Tampoco tú conoces mi dominio.
Si te mueves, no eres más que otra imagen
o admirable espejismo
de un expuesto deseo indescifrable.
No es posible encontrarnos.
Para entrar en el mar
inclinas el desierto.
Pero el aire de entonces
no entiende del dolor que recompones.
Ni de otras recompensas.
En el olvido cabe
el gesto que tuviste.
No me oyes y sufres.
Posé para esperarte
y alabo -sin tocarte- que hayas vuelto.
* (Hace un rato, al visitar el incesante El juego de la taba de mi amigo Elías Moro me he paralizado ante la sorpresa de una entrada que, así de inesperada, me llamó como a uno de sus destinatarios. Desconocía hasta hoy la imagen de ese retrato de Gertrude Kasebier a la modelo y actriz Evelyn Nesbit, pero las palabras de Elías a pie de foto -de cuya cita parte mi poema- han precipitado en mí la necesidad de contar lo que desde la naturaleza del papel sepia no era en principio posible, salvo por el hechizo de la contemplación y ese requerimiento que interroga el reencuentro. He tomado prestada la voz de Evelyn Nesbit desde la espiral del pasado para saciar los oídos de quien así, sin nombre, en espera baldía, lo aguardaba. En la atrayente y tortuosa historia de esa mujer, la belleza salvó sus iniciales carencias materiales sin asegurar más que fugazmente la felicidad perseguida del afecto. Si acaso, incluso lo contrario. Nunca tras lo truncado la derrota diluye el destello interior de esas fidelidades habidas entre el azar y el arrebato.)