Árbol, pájaro,
espejo quién de quién,
sereno en soledad, casi en despegue,
dónde
comienza cada cuál,
el vuelo verde, el raudo desplegar
la claridad, la ingravidez donde el día y la noche
se suceden y laten
como una oscilación entre las alas,
el canto perdurable
y a la vez no escuchado
de la brisa y los cauces
que escalan dando cúpula al ramaje,
cuando el testigo es nadie más
que el bosque mismo a solas en silencio
y el ámbito del aire
sobre el polen y el musgo
que desde tierra crece.
Ves un tronco sereno
que al elevarse nos sostiene
en este espacio de resurgimiento
donde el humus renace
y era respiración internarse en su fronda,
o leve amor rodar por la ladera
de inclinada hojarasca donde roza la luz
entreverada en hojas de la cumbre.
Un aullido a la noche
resuena en el espacio inabarcable
a donde hemos venido a recalar
desde la travesía persistente
que empuja por encima de nosotros
incluso en la espesura de espejismos
de las horas sin norte. Y como un barco
viejo en su trajín y su velamen,
acude nuestro paso tierra adentro
a esta ensenada libre
a recobrar las luces y el sentido
material del reposo.
En donde el mástil desgastado siente necesidad
de brotar como antaño y una rama
tendida hacia nosotros nos concede
en el brillo variable y germinal
del rocío ante los ojos
el brocal del reflejo del cielo entre las nubes.
No otro lecho
que el del cuenco de paz
del sonido del tiempo al caer suavemente
de nuevo sin distancias, en mitad del origen.
* (Hay poemas nacidos a medias de la siempre inspirada lectura, como en este caso ha sido acercarse a los que configuran el Jardín botánico de Federico Gallego Ripoll -Libros de la Errantía, 2021- y la cotidiana visita a estos lugares intactos de los que se regresa cambiado por lo impecable y diáfano de su limpia experiencia).