domingo, 23 de febrero de 2020

Fuente

Un ave canta
tan adentro en la noche
que incendia el aire.
 
El bosque tiembla
al pie de una semilla
por que germine.
 
A ras del alba,
de un álamo las hojas
aves se vuelven.
 
Era un presagio
ese trino impaciente
leyendo el orbe.
 
 
* (Una noche de este verano pasado, de lectura y escritura hasta bien tarde, con la ventana del cuarto por el calor abierta, a eso de las tres de la mañana un ave de canto extraño y potente entonó unos chillidos inusuales que resonaron en el silencio de la noche durante más de media hora. Tan llamativos que había que atenderlos e intentar entender su mensaje. Si iban dirigidos a otra ave, no fueron contestados; si era un ave de paso, grande por la potencia de su voz, que paró a descansar o a beber de un estanque, la sensación al escucharlos fue el asombro. ¿Aquel derroche transmitía un estado interior, una contemplación del sitio o -como debería ser la mejor escritura- entonó porque sí un mensaje soberbio no sometido a nadie, valioso por sí mismo, sólo entendible a iguales? Procedían de un jardín abandonado cercano, que es una isla verde del tamaño de una manzana a un paso de mi casa, cuyos árboles y plantas altamente tapiados son un bosque exótico y descuidado hace años, de una mansión vacía a la que, tras la desaparición hace décadas de sus foráneos habitantes y su mundo, la piqueta va a comenzar a derrumbarlo. El otro día entré furtivamente a este espacio y tomé algunas fotos. Es posible que este refugio arbolado de tantos pájaros inquietos desde el alba hasta el final de la tarde se convierta en una zona de chalets adosados con todas las modernidades insípidas que reclama el turismo, hasta que Mallorca no sea diferente a cualquier barrio clónico de cualquier suburbio. Por ahora, todavía el cielo de este solar nos devuelve altas copas, y en este texto la vibración de aquel desgarro especial ha aflorado a la espera de poder escucharlo de nuevo cuando él quiera. Hoy pienso que igual que un surtidor o un ave fénix, aquel canto en sí mismo dio todo anticipando este ocaso.)
  
  

sábado, 15 de febrero de 2020

Cielos álgidos

                              A Hilario Barrero y sus escalofríos de febrero
 
¿Quién puso el velo
hasta volver calima
nuestro verano?
 
Esa tristeza,
tan adentro, tan tuya,
de despedida.
 
Queda en los ojos
la templanza de un beso,
mudo chillido.
 
El trino frío
y el corazón despierto
y abandonado.
  
  
* (La escritura suele ser una fuente fundamental de la propia escritura y el don de la palabra genera y nos conduce a una realidad tan profunda o más como la que vivimos. Sin embargo, no toda palabra vibra, o vibra igual, ni nos lleva a esa fuente o lugar que reconcilia, salvo cuando lleva verdad, o está escrita inmersa y por encima de circunstancias y experiencias, favorables o no, que siempre llegan. La transcendencia humana es, ante todo, esa actitud y conciencia para ir más allá. Hilario Barrero guarda una relación diaria con la palabra; nada más rayar el alba, o desde la región del desvelo, su primer acto conduce a la escritura, ya sea fijar la imagen del hallazgo y colores de las calles de Brooklyn tras el último paseo, o el territorio inmaterial e imborrable de los fundacionales recuerdos. Y hay palabras que nos llevan a todos los sitios y en las que visitamos todos los universos diarios. No otra cosa nos va a sostener y explicar mientras vivamos, pues la palabra no está hecha sino de nuestro mismo aliento, y el aliento, de la misma región de lo que somos y queremos. En la afilada e hiriente melancolía de alguna entrada reciente de H. B., el dolor ante la realidad de los últimos años de la vida se hizo más agudo de lo esperado, y como siempre, la lectura fue un riesgo para un lector nunca a salvo en su fidelidad al asomarse. Yo recogí ese filo con la indefensa claridad matinal del rocío, sólo en los ojos alcanzable, y ya disuelto con tocarlo.)
 

miércoles, 5 de febrero de 2020

Nubosidad terrena

Entro en la niebla.
La mañana me envuelve
en su luz húmeda.
 
Salir de ella
es volver a las formas
ahora más limpias.
 
Desde la niebla
el aliento se interna
en la distancia.
 
Allí, en su calma,
se desvela la vida
difuminada.
 
Ser en la niebla,
extensa ligereza
de la materia.
 
Es luz tan blanca
similar a un almendro
ante la luna.