I
Miro el cerezo en flor.
Tanta blancura
precede a unos colores
inextinguibles, jóvenes.
Tanta blancura
fugaz, evanescente:
inmaculada sólo
en la rama o la nieve.
II
Cerezos en tormenta.
El aire se disuelve
en inasible niebla.
Luz envuelta en un alba
fragilísima, breve.
Al hilo de la arena
una nube remansa
constelaciones, iris.
a Tomás Sánchez Santiago
Jaraíz de la Vera
* (Son sólo dos pinceladas acerca del espectáculo natural de la floración de los cerezos que durante tres años me regaló la estancia en Jaraíz de la Vera. Nada más. Hubo quien, al mostrárselos en mi ingenuo entusiasmo, los desestimó literariamente. Reconozco que guardé los poemas sin evitar la tristeza. Formaban parte de un cuadernillo que se me pidió en el que auné lugares y nombres, en este caso el de Tomás, que durante unos hondos y queridos años estuvo enormemente cerca. Todo como la fragilidad de esas flores y pétalos que no superan apenas los quince días o unas horas de blancura velada al desprenderse entre el aire y la tierra. De manera sutil, la naturaleza había ido entrando en mis versos. Ahora es habitual que aparezca. Al rescatarlos, celebro su escritura y revivo estas imágenes que en la ladera donde estaba mi casa podía contemplar.)