Desde lo más profundo de la noche oigo trinar un pájaro. Desvelado, al oírlo, de otro modo amanece sin luz, al vibrar la apertura del canto en los sentidos. Ese son, al igual que la piel en el juego amoroso, con los ojos cerrados crea en el vuelo el poder de lo oscuro más allá del espacio que al sentir quiere verlo. Más de pronto, el ave se ha callado, ha debido volar y el inmenso silencio deja un túnel sin cauce donde vierte el vacío tras la clara y fugaz plenitud que es difícil contar. Ha cruzado la noche la señal encendida de una llave de oro que franquea un jardín no explorado adentro de los ojos y allí el ave recala en la fuente del pecho. En sus ondas, mi mano rozó el lado clemente de lo vivo, su latido distinto. Aferrado a su mínimo paso, aguardo su retorno. No el del pájaro que nos canta en la noche; en su encuentro de nuevo, la noche desplegada como un pájaro, los ojos que al abrirse contenían el cielo. Y el sonido era espacio, íntimo, indivisible, irrepetido.
sábado, 30 de abril de 2022
domingo, 10 de abril de 2022
Revelación
El templo en llamas.
¿Qué salvarías,
el fuego, su pureza,
capaz de arder
sobre las cosas
sin tocarlas
para abrirlas
o el sonido
que esperas
acaso aún increado
del que surge la tierra?
Ese temblor en ti
naciente
de lo vivo,
la advertida certeza
de su hondo resplandor
sobre las sombras.
No viste el templo arder.
Su hoguera
sin cenizas,
eligió su lugar
en tu mirada.
Lo sagrado
era adentro,
la luz que dirigías
al mirar como nunca
llegando a lo que es
sin posibles palabras,
por pura resonancia
como el hondo
latido de la noche
o del mar
ante el día que presienten,
umbral donde vivir,
precisa claridad
donde fundirse.
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