viernes, 19 de julio de 2024

La muerte de Narciso

Desterré los espejos.
Su reflejo alejaba
el aroma del mundo,
la inmersión en su tacto,
el roce de su vuelo.
En la profundidad
del cristal frío
sólo salvé el destello
del sueño más despierto.
Rescaté la mirada
de esa noche sin fondo
en que es falso el hechizo
ajeno a lo distinto
y conduje esos ojos
abiertos hacia donde
lo incesante era el rostro
cotidiano del orbe,
su fulgor infinito,
su natural milagro.
El iris, como un lago,
se pobló de otros cielos
y anterior al ocaso
la luz, igual que un árbol,
a la sombra dio frutos.
Recogí sus semillas
y al dejarlas en tierra
creció en ellas la lluvia.
La casa siguió viva
para un futuro nuevo.
Al abrir la cancela,
el día resonaba
al abrazo del musgo.




domingo, 30 de junio de 2024

Trascender

Esperé al hielo
y lo bebí despacio
en sus racimos.

La muerte viene
desnuda en su avaricia
a por nosotros.

Aún no la espero.
Le ordeno que se calle
y al mundo cuide.

Mis ojos laten
incluso en la tristeza
del día más leve.

De él recojo
como un fruto silvestre
su aprendizaje. 


* (En la presentación de La imperfección de la belleza en Valladolid, Pedro Ojeda en su conversación subrayaba la importancia de leer para escribir. Y así es. Sin los poemas y fragmentos narrativos que había en mis libros escolares y que solían llamar mi atención mucho más que las lecciones mismas yo nunca hubiera sentido, tras la atracción de leerlos, la comezón de escribir aquellos endebles e insignificantes intentos. Porque la presencia de esos fragmentos literarios despertaban la aventura de la creatividad y el lenguaje más que la teoría que memorizar sobre cualquier autor, fuera Lope o Blas de Otero.

Ese fue uno de los designios de Ángel Campos al crear las Aulas de Literatura vinculadas a los institutos de bachillerato de Extremadura: llevar a los mejores autores contemporáneos ante los alumnos, a los que no se podía tratar como incapaces. Al revés, a los alumnos se les atrofia el gusto con la pseudoliteratura juvenil tan en boga, la mayoría de las veces de autores fracasados que suelen escribir por encargo y sin cuidado de la expresión o de los contenidos, pobres o insustanciales como las pasajeras modas de lo políticamente correcto. El buen gusto sólo se estimula con los grandes creadores que a esa edad -y a cualquiera- son el mejor modelo de elocuencia y valores, capaces de asentar con solvencia la orientación de los buenos lectores. Del rap y el reguetón no creo que surja un adulto sensible que aprecie luego a Amancio Prada o a Jordi Savall. Su oído -y seguramente algo más- se les ha atrofiado a estos adolescentes con la vulgaridad de estas composiciones al servicio del ruido y el adocenamiento, a cuyo bombardeo masivo han sido sometidosMás que nunca, disentir y sostener la excelencia es una obligación moral y exquisitez conveniente. Allá quien guste de otras cosas. Sin ligereza ni alas, no hay piedra que lanzada al aire se sostenga y por su naturaleza termine cayendo sin necesidad de combatirla. 

Lo cierto es que una parte de los poemas que escribimos surgen de la lectura de otros autores. Leer no sólo es una dedicación creativa sino una vía que estimula la creatividad. Nunca sé cuál será el próximo poema que podré escribir. Tras perfilar los detalles del último, queda el vértigo de si ese silencio va a durar unos días o apoderarse largo tiempo de nosotros. Sólo cuando, por débil e insegura que es, llega la sensación de algo que merodea para tomar forma lo anoto y, en actitud de escucha, le presto la atención y el trabajo que necesita. Con minuciosidad, con generosa paciencia. Porque ese mensaje (o dibujo, o composición) que nos pide paso a cualquiera de nosotros para salir es un acto de exploración o de autoconocimiento que tras el reto de lograrlo tal vez sea también valioso para otros. Este nuevo poema en haikus enlazados parte de un haiku y fotografía de Hilario Barrero [El curso acaba, / para algunos será / el último verano.] gustosamente leído en su blog a la entrada de este prometedor, y sólo por ahora, último verano.) 


lunes, 24 de junio de 2024

Picazas

Libres y esquivas
brincan dos urraquillas
sobre la hierba.

Hasta la infancia
van mis ojos tras ellas 
y no retornan.

La nieve vibra
y de ser flor sería
albor que vuela.

Sin atraparla,
al paso de la vida
la luz perdura.

Igual que el agua
lleva el gesto soñado
de quien refleja.


* (De un reciente viaje a Valladolid con motivo de presentar en la que fue mi antigua ciudad -donde se había editado- La imperfección de la belleza, al pasear de nuevo por sus lugares conocidos, algunos mucho más arbolados y acogedores para recorrerlos, me sorprendió más de una vez la presencia de estas urracas o picazas en distintos jardines, con esa elegancia inasible de su esbelto plumaje brillante a dos colores. No habituales en Mallorca, al cruzarme estas aves en medio de lo urbano, pude ir tras su imagen a ese reino ideal en donde nada pesa y la vida sucede ajena a cualquier sombra o roce. Así la sensación traída de vuelta de los buenos amigos con los que pude estar cerca.)


 

sábado, 15 de junio de 2024

Desvelo

                                                           a Hilario Barrero y Jesús Nariño

Después de lo vivido, qué ha quedado.
Al cabo de los años, aún qué espero.
La tierra era el lugar que amé sin alas
y entraba por mis ojos y mis manos.

Pasó la juventud con sus prodigios,
llegó la madurez sin deterioro.
La noche ardió por retener el fuego
que el sol al alba desplegaba mudo.

Hoy queda en mi memoria el fiel reflejo
del mundo y el color de los sentidos.
Me miro y sé que el tiempo fue sagrado.

Salvé lo que hasta al aire le era anhelo.
Pondría otra vez tu rostro junto al mío
antes de que el silencio borre todo.


* (A final de mayo, desde Brooklyn, salió el número 41 de los Cuadernos de Humo, revista personal que sostiene como ágora de poesía y amistad Hilario Barrero, tendida entre su colorido y plural Nueva York al que llegó hace tantos años y los cielos en torno de su Zocodover y Santo Tomé natal. Al recibir su invitación en febrero para participar con un poema inédito, un viaje en coche por la isla, donde tantas veces al conducir me abstraigo en su luz y su paisaje, dio pie a esta reflexión que me vino como unas palabras que oyera de su boca, pero que en el fondo hablan también del poeta mismo o podría hacer suyas cualquier lector posible. Este Cuaderno de Humo sale en mayo pese a la fecha impresa de julio, en la que ya en 2021 celebró el 50 aniversario de otro 7 de julio con la entrega de Siete poemas del deterioro, unos poemas de factura bellísima con la desnudez implacable y la conciencia del contraluz duro del tiempo, dueño de tantas "grietas invisibles", al que se quisiera rogar "un final menos agrio", cuando "ahora somos dos sombras" en "el curso de la noche", tan poderosa siempre que fue alto refugio para amarse. Ninguno de quienes queremos a estos dos amigos que suelen añorar el viejo mundo y nos comparten los colores vitales de la orilla del nuevo en el que viven, nos sentimos al margen de ese abanico de sentido y temblores que leemos en cualquier poema de esta travesía personal del tiempo y el deseo, testimonio de la fragilidad anhelante y sin embargo valiente que nos toca.)
  





                                                                         
fotografías de Hilario Barrero

domingo, 9 de junio de 2024

Celaje

                              a Pedro Ojeda Escudero

Bajo el sol matinal
de unos cielos volubles
hoy con nubes dispersas
veo caer -brevísimo el instante-
unas gotas de lluvia
que salpican
-ligera acuosidad
que la brisa nos deja-
y traslucen el mar
al fundirse en la piel
por ser salobres.


* (Hay poemas que dejamos en reposo un tiempo por afinar unas palabras y a la espera de calibrar su consistencia. Este es parte de los apuntes rápidos que no buscan una mayor reflexión. Este año, tras un invierno seco y demasiado templado, las lluvias han caído desde abril hasta mayo, y cada día que llegaban miraba en mi pluviómetro la marca de su pequeño caudal y su repercusión inmediata en el verdor de las hierbas del campo. Unas pocas gotas caídas paseando bajo un cielo ralo de nubes abrió estas sensaciones del agua al respirar su humedad en lo pasajero del momento. Suficiente para que en el aire y la piel quedara abierta esa dimensión sensorial por la que entramos a lo intemporal al sentir lo imprevisto.)
  

  

martes, 28 de mayo de 2024

La inmensidad de las pequeñas cosas

No había leído hasta ahora nada de la poesía de Diego Fernández Magdaleno. Lo conocí por un inesperado detalle suyo hace años cuando subió a internet un vídeo leyendo un poema mío, La frontera del agua, que tal vez simbolice más de lo pretendido, porque hay palabras con vida que por siempre se buscan. Tras recibir Ausencias en camino, tomé unas notas con la satisfacción de su lectura para trazarme el mapa de un libro que me atrajo por su lenguaje y del que no disponía de ninguna referencia de su composición y motivo. Sigo pensando que es un libro que transmite tanto o más con lo que no nos dice porque sabe llegar a quien lo entiende desde una actitud de vaciamiento y escucha. Escribí esto:

El libro es una miniatura. Como una pieza de cámara para escucharla a solas o una serie de estampas cercanas a la elementalidad del haiku, con la ligereza de lo breve y el ritmo de lo impar casi nunca mayor que el heptasílabo. 

Un libro íntimo, con el recogimiento de lo que se rememora con deuda y devoción hacia quienes se nos han diluido en la vida. Parece hablar de despedidas en las que se concita la muerte y el amor. O se dirige hacia los más cercanos con quienes se comparten las más seguras sensaciones del encuentro cotidiano, y por eso gozoso. En esa dimensión inmaterial del sentir en la que se estilizan las vivencias, o lo que queda de ellas, se evoca con la ligereza del trasluz o de una veladura, pues su entidad va unida ya al vacío, con el tono confidencial donde basta salvar unos destellos "y así caen las palabras / al abrir vuestras manos." 

Se asiste a una memoria. Por eso, "vuelve la muerte / a ser un manantial, /cómo son las cenizas / aliento que no cesa." Quien aspira a la vida convierte en vida las huellas que hace propias de aquellos que recuerda. 

Un intermedio, que recibe el nombre de Reflejos, elige cinco personajes de la literatura atravesados por la alta sensibilidad en sus manifestaciones: Leopardi, Emily Dickinson, Virginia Woolf, Sylvia Plath y Francisco Pino.

Y en su cierre, Última luz, el mínimo lenguaje nos conduce, como en el despojamiento religioso, a esos lugares interiores donde la hondura de lo que se intuye se da en la desnudez de lo inefable. Ausencias en camino entona con unos pocos signos esenciales la dulzura y a la vez el dolor por todo lo incompleto que nuestro ser al encarnar aspira e interiormente de por vida busca. 

Se nos habla de "Quien olvida la sed / pero recuerda el agua". Ser capaz de alcanzar esta virtud o al menos disponerse en la actitud que hacia ella conduce, supone reconocer la cercanía de la fuente que mana allá a donde miras y, en esa totalidad abarcadora de la vida, nada de lo perdido en el presente cesa, pues es vivido en él como presencia. Hacia el final "en esa fuente / que da más sed" -la de la vida limitada- se nos desvela, desde la indefensión de la inocencia, la figura a quien invoca: "papá, / cuando despierto."

¿La luz del mundo puede caber en unas pocas pinceladas? Como en todo poeta que lo concibe y que se arriesga, la voz de Diego Fernández Magdaleno lo procura al compartirnos estos interiores sobre unas mínimas referencias concretas. Esa esencialidad hacia lo desnudo de su expresión pretende no interferir en lo que desde el silencio aflora, y desde ahí recobra su impalpable figura. De modo que la ausencia ahonda su dimensión tras las palabras mínimas que nos conducen -tras un cauce, un camino y una casa- de nuevo a un silencio que agranda su sentido al terminar los poemas. 

Ausencias en camino
Diego Fernández Magdaleno
Editorial Páramo, mayo de 2024
  
fotografía de la presentación de Ausencias en camino en la Librería Oletvm de Valladolid.


domingo, 12 de mayo de 2024

Sombra viva

                                   Aquella voluntad honesta y pura
                                             (Garcilaso, égloga tercera)

 
A quien la soledad sin más deshoja
el brillo y el color de la mejilla
mientras que se desliza por su mano
la tez de una invisible y honda ausencia,

cómo poderle mitigar el duelo
o sostenerle el corazón que inclina
si nadie puede consolar el frío
que esculpe el tiempo amado que ya es fuga. 

Las lágrimas descienden cada noche
al aroma de un patio en el que vaga
la imagen de dos almas y un silencio
capaz de resonar bajo la tierra. 

Te vi llegar al pie de la alegría
que aunque no estés se refugió en mi boca.
El sauce oscila siempre su verdura
y el día renuncia ante él a la desdicha.


* (Recuerdo cuando en segundo de carrera comencé a leer a Garcilaso, el asombro que me causó su sensibilidad hendida de un idealismo amoroso y melancólico -en este ámbito, la separación y el dolor ha inspirado más veces poemas muy intensos que los debidos al disfrute y el gozo- y la musicalidad de sus versos. Ese clasicismo fue capaz de levantar un canon hoy todavía atrayente cimentado sobre la selección del lenguaje poético y el lirismo al servicio de convertir el impulso vivido o anhelado en una plasmación de lo armónico donde lo musical y la naturaleza se conjugaban para ennoblecer ese empeño. Lo amoroso -como en las edades del hombre- es un espacio presente y casi ineludible en el comienzo de todo movimiento creativo, y así las jarchas son un claro testimonio elemental de ese origen. Estamos al principio de nuestro Renacimiento, y allí un poeta joven de aprendizaje petrarquista expone la suavidad de su ansiado paraíso con la virtud de las letras que consagran lo que la realidad y las armas no le dieron.

En aquel momento universitario, estas y otras lecturas más actuales me impulsaron a escribir unos pocos poemas recogidos bajo el rótulo de El asedio del agua en los que me acerqué a esta sensibilidad en la que quise conjugar lo poético con lo narrativo sin renunciar al lirismo y el placer de lo estético. El adentrarme en un borrador nuevo como este me ha devuelto a aquel tiempo. 

Se nos olvida a veces que el lenguaje genera realidad y que el poema es una creación donde la realidad nombrada no existe más que en el cuerpo y espacio propio de esa secuencia expresiva, sin derivar de otra referencia donde pudo apoyarse al tomar forma, aunque tal vez en la universalidad que ese lienzo despliega pudiera estar captando un reflejo invisible de una vivencia acaecida a otros. Porque la palabra anticipa o se amolda a una tácita e intuida vivencia que el sentir comunica. Y el creador antes que nada escucha. Con el tiempo, poemas como este que salvamos del pozo de otros borradores interrumpidos o imperfectos quizás sigan diciendo algo o también se descarten como un noble ejercicio fallido de una tarde valiosa.)
 
 
     fotografía de Carmen Fernández-Daza, del patio de su casa familiar en Almendralejo

lunes, 29 de abril de 2024

Ajimez

                                              a Basilio Sánchez

Si pudiera la flor volverse roca
y leve catedral en cada pétalo
que girar por el tallo en una ofrenda,

si el vuelo pasajero que ahora cruza
de un ave en este cielo perdurara
grabado sobre el aire en un reflejo,

si fuese el azul mar canción o nieve
y su hondo corazón desfalleciese
para débil rendirse ante la noche,

si ver y oír en el trigal la lluvia
nos uniera al latido a flor de tierra
que sólo rasga el rayo y la ventisca,

si cuando cae la luz algunas tardes
baja el deleite hasta el que espera poco
y en su fugacidad y fragua huye,

así transcurre el día en sus crisoles
como un vilano que unos labios soplan
asidos al deseo que al fin buscan. 


* (Si hay dos poetas destacados en la actual lírica escrita en Extremadura, sin duda alguna son Álvaro Valverde y Basilio Sánchez, tanto por la calidad y extensión de su obra escrita, como por la solidez de su reflexión literaria, el sentido vital y literario con que conciben su continuada dedicación creativa a este género y su cuidadosa tarea con que enfocan su voz para dar forma a sus universos personales. A ello unen su amplia formación lectora, que es un modelo de orientación y de un gusto equilibrado para muchos. Además, cercanos por edad a la generación mía y, por tanto, con la sintonía y diálogo de similares vivencias del tiempo que nos toca. Sin duda alguna, hay más poetas destacables de obra conseguida además de ellos en nuestro panorama regional. Y esa fecundidad es digna y generadora de más creación poética, celebrada desde el ilusionado resurgir literario en Extremadura de los años 80. Sí que mencionaría los recordados por desaparecidos. Entre ellos, Ángel Campos, Vicente Sabido, Santiago Castelo -aún pendiente de rescatar su rica obra en prosa, como sus sensoriales Habaneras, que son sus personales Sonatas caribeñas, tan sólo difundidas en edición no venal encuadernada para regalar entre amigos o en la edición poco conocida de sus Hojas cubanas,  o sus artículos literarios en prensa, o sus inéditos diarios escritos para él mismo y conservados en cuadernos mimados con su letra-... Si algo acompaña a la verdadera poesía no es su capacidad de exhibición ni su fin es el éxito de un ejercicio de modas, sino una callada y solitaria atención para quien entiende el retiro y el silencio que la dedicación a su búsqueda requiere. Este poema dedicado a Basilio cumple una deuda desde el placer de lector con la belleza, misterio y transcendencia de lo natural y sencillo que en su poesía reside.) 


    fotografía de Carmen Fernández-Daza, de una orquídea cultivada en su casa, capaz de devolvernos 
    la pureza acogedora que amamos en la vida. 

jueves, 18 de abril de 2024

Aguanieve de abril

y todo es paz
y estrechas lo que amas
y una tarde infinita y siempre abierta

Aguanieve de abril.
Tras los cristales te adivino,
oh transparente anhelo de vivir
asido al cántico.
Bajo un cielo invernal
esplendoroso
nacen briznas de amor
donde el tacto cautiva
con la intensa emoción 
del fiel encuentro.
Empapados, dichosos, aún más bellos,
todo es alta sonrisa al descubrirnos.


* (El comienzo de este mes de abril en el que las bajas temperaturas dieron paso a un frente de nevadas tardías e inesperadas me hizo recordar este poema escrito en Valladolid en otro abril de 1986 a mitad del cual, pese a lo avanzado de la primavera castellana, el frío que allí a veces cuesta soltar, y casi es parte del paisaje de esas tierras de la meseta alta, trajo unas ráfagas de aguanieve -y con ellas este poema- bajo cuya blancura recibida desde los ventanales del edificio del Conservatorio de música acudía hasta allí con su violonchelo quien fue merecedora de estas líneas. Al igual que la nieve sólo puede ser contemplada unos días antes de disolverse en agua, esta estampa refleja lo irrepetible del momento en la fugacidad sorprendida que recrea.)

viernes, 29 de marzo de 2024

Túmulo de Son Ferrer

Aquí aguarda,
a salvo del olvido,
lo que nadie conoce
bajo el cielo cambiante
de siglos y estaciones
que han dado a este montículo
su sesgo de erosión, derrumbe y líquenes,
hasta el que hemos venido sin saberlo.

Alojan estas piedras circulares
-en torno del altar que sobrevive
para una ceremonia sin testigos
que este lugar repite y nos devuelve-
el sol que no sucumbe,
el salitre cercano,
la rosa de los vientos empujando las olas
sobre el acantilado de la costa,
al pie de unos cipreses verticales aún jóvenes
y el temple acogedor de olivos y acebuches
que ennoblecen el tiempo
aquí perenne.

La hierba tras las lluvias,
el brillo dispersado de unas flores silvestres,
el canto semioculto de unos pájaros,
como el planeo ingrávido de un ave
sobre lo inamovible del momento,
dan a la luz de esta mañana alta
el profundo sentido de un instante entrevisto
donde también cruzaba el aire
la piedra de una honda que en el cielo lejano 
de antiguos moradores de esta tierra
trazó su elíptica defensa
curvada para el nombre de estas islas.

Posiblemente un cuenco con aceite votivo
y una mecha encendida
velaron como ofrenda en este túmulo
a aquellos que yacieron
dejando sus facciones bajo tierra
y su frágil memoria en semejantes
igualmente abolidos por el tiempo.
Callamos ante ellos.
En el vacío persiste un motivo sagrado
intemporal a quien acude hasta esta linde.
Algo más que unas piedras
hallo en este legado al descubierto
donde los puntos cardinales caen
como cualquier otra distancia cede
en el sendero reservado hacia lo interno
que aquí resuena intacto
para el inesperado caminante.
 
 
  

domingo, 17 de marzo de 2024

Inquietud, tierra firme

Ante mis ojos
el mundo es un remanso
que nos contempla.

En cada tarde,
más allá de la muerte
el sol renace.

La luz templada
se abre en lo profundo
de algunas noches.

El cuerpo late
ajeno a lo que cubre
el aire insomne.

En ese estado
los límites del tiempo
desaparecen.

Antes del alba
el sueño nos devuelve
hacia otra niebla.

Sin fin ni origen,
hay puertas y ventanas
a todas partes.

La hierba es hierba,
y el pozo y la montaña
son mis palabras.
   
                                  ilustración de Sandra Galli para el libro Entorno claro

* (Acompaño esta entrada con la ilustración que mi amiga y pintora Sandra Galli preparó para el libro 'Entorno claro' y que, pese a su belleza e inspiración, al final no pudo aparecer en la cubierta. El elemento agua aquí reflejado era el más presente en sus distintas formas -lluvia, mar, ríos, niebla...- a lo largo de sus poemas.)

viernes, 15 de marzo de 2024

Diálogo entre Júpiter y Borges

- Sentí lo que creé y viví al ser mío.
De siempre lo infinito quiso verme.

- Mis ojos se secaron ante el orbe.
La noche vino a darme las palabras.
 

lunes, 29 de enero de 2024

Relación del silencio

Delante cada día veo el paisaje
que me acompaña sin sorpresas.
Pues son ensoñación las ilusiones
de que algo nos falta
y ha de venir de lejos como una salvación
para volver a un territorio
que ya no es el de entonces
ni en el que nos espera nada nuestro.
Mas esa expectación nos teje un mito
insatisfecho que divide.
Este lugar, desconocido, no alcanzado por nadie,
posee lo que otros buscan y no encuentran
en sus grises rutinas invernales
de una ciudad devoradora
donde la nada abunda y ellos cumplen
un ritual vacío hacia su muerte.
Yo llegué hasta aquí en el empuje
de unas olas donde el reflejo de los días
llega a quemar indesmayable,
y al roce de los años el salitre se aferra
en el sudor y cada pliegue de la cara
mientras preparo el fuego
o cazo y recolecto unos frutos que tras probar su jugo
dibujo en mi memoria sin conocer sus nombres.
Porque todo poseo y sin embargo
no lo puedo contar ni sé como se llama
cada elemento que descubro
creando para mí un firmamento nuevo.
Por eso, recorro este lugar como el que sabe
que los días lo esperan,
dialogo sin hablar con lo que encuentro,
alzo la vista al cielo y pido lluvia,
o que venga la noche
y percibo que la luna me oye 
o veo caer estrellas.
Los días se repiten. ¿Acaso algo me falta?
Un ave cruza y desde lo alto me divisa
con la facilidad que busca el agua
o el ramaje en donde se refugia.
Soy parte de este espacio que nunca morirá
mientras nadie lo pise, mientras el sol
que huye en cada ocaso vuelva a brillar
sobre los cuencos de mis ojos
que hace tiempo son parte de esta tierra
en la que me tumbé a un largo sueño
el día que los cerré para ir tan lejos,
desde donde imagino estas palabras.




jueves, 18 de enero de 2024

Memoria ni saber perecedero

                                      a Francisco Pino

Nacer
sin más error, 
lúcido cielo,
pero no a lo que arañe
                                      siempre el tiempo,
perdida sensación,
mortal conciencia, 
palabra que encadene.
Más allá: lo que brote
del roce de un mirar
tan conmovido:
ladera, claridad, vuelo que mane
íntimo tú, certero balbucir
... Mirar qué nada.


* (Suelo, cada 18 de enero, recordar la fecha del nacimiento de Francisco Pino en el ya lejano 1910, para mí uno de nuestros poetas capitales, entre los más audaces y exquisitos de nuestro afortunado S. XX, al que tuve la suerte de conocer, primero, sin referencias previas, al leer la edición conjunta de sus libros A vuela pluma y Versos para distraerme de la selecta Editora Nacional, y luego personalmente, en su residencia de Villa María en el Pinar de Antequera, gracias a la mediación de Antonio Piedra a mitad de los años 80. Aquel día, en su salita en penumbra, antes de irnos me regaló dedicado un ejemplar de una bella plaquette con tapas rojas de poemas suyos editada por Andrés Trapiello titulada Nada más que mirar. Del mismo modo, recuerdo en su galería la presencia liviana de la figura sentada de su mujer, inmersa ya en un silencio insalvable, a la que por esos días había compuesto el bellísimo poema Adiós, la loca flor, admirable no sólo en su agudo destello de lo irreversible y profundo, como por la vibración de su voz al leerlo, y ya he dicho que no he oído nunca a ningún otro poeta leer su obra como a Pino. Paco era un poeta mucho más allá del calado común y la concepción del sentido creativo de este género del de la mayoría de aspirantes a serlo, y en esa línea la lectura en voz alta de algún poema suyo que alguna vez le escuché en privado revelaba una transformación de su voz en una sonoridad y radicalidad proveniente de ese entendimiento elevado del oficio al que se entregó en una labor secreta de alguien dotado para ello en un grado incesante. ¡Cuántos libros no leídos por nadie se perdieron pasto de la destrucción de un momento impulsivo tan grande como el de la genialidad de su gestación y trazado! Porque el don de escribir no requiere de una clac que jalee el reflejo de las incapacidades compartidas, como hoy vemos pasturar sin disimulo en las redes sociales. Pino solía repetir la advertencia de Dante per me si va tra la perduta gente. Y esa perdición a la que aspira la verdadera poesía es una apuesta sin retorno e impropia de escenarios claudicantes. Por eso, también citaba, y era lema y definición de sus indeclinables voluntades, a Rimbaud cuando decía Par délicatesse / j'ai pardu ma vie. Pues hay que perder todo para poder poseer íntimamente algo reconocible acaso como diferente, al menos en su capacidad de ir más allá (o más acá) y transformarnos. Porque lo creativo no es una convención conformista sino una indagación o un asalto que pretende otras claves, las de la profundidad y del vuelo al unísono, o cualquier otro encuentro de contrarios en su elementalidad más sensible, y así acercarse, de un modo prometeico, a la intuición -y certeza- de lo que va más allá de la razón y los límites.  

Este poema es, tras el fragmento que introduce al libro y del que procede el título, el que inicia mi reciente La imperfección de la belleza, editado en Valladolid por la Fundación Jorge Guillén. Apareció por primera vez en un libro homenaje que Jesús Munárriz preparó en Hiperión con poemas de diversos autores dedicados a F.P. para celebrar su 80 cumpleaños. Y poco después en el cuaderno A lo breve, en ambas ocasiones junto al poema Campo Grande, también dedicado a Pino. Para un libro como La imperfección de la belleza que se imprime en Valladolid y completa así algunos círculos vitales, afectivos y literarios, comenzar por estos dos poemas era un acto de anclaje de mis años en Castilla y un reconocimiento del momento y autor con el que yo adquirí otra conciencia del hecho de escribir en el cual cada término para aspirar a su lugar se distinguía por lo irremplazable.

Nada más que mirar condujo a ese Mirar qué nada con que se cierra el poema. Nacer sin más error en el arranque del libro marca el deseo intacto de todo lo que, pese a la herida del tiempo, somos y ha de permanecer en cada paso. Como en la mística, bastó un roce, querido Paco Pino, unos pocos encuentros de sincera amistad durante aquellos años y diálogo sobre la dimensión de escribir -"la poesía y la literatura no son la misma cosa"-, para concebir de otro modo la misión del lenguaje y devolver en él el trazado imperioso de lo siempre posible antes de irnos. Muchas gracias, amigo, un gran abrazo.)
 
       fotografía de Uly Martín