jueves, 18 de enero de 2024

Memoria ni saber perecedero

                                      a Francisco Pino

Nacer
sin más error, 
lúcido cielo,
pero no a lo que arañe
                                      siempre el tiempo,
perdida sensación,
mortal conciencia, 
palabra que encadene.
Más allá: lo que brote
del roce de un mirar
tan conmovido:
ladera, claridad, vuelo que mane
íntimo tú, certero balbucir
... Mirar qué nada.


* (Suelo, cada 18 de enero, recordar la fecha del nacimiento de Francisco Pino en el ya lejano 1910, para mí uno de nuestros poetas capitales, entre los más audaces y exquisitos de nuestro afortunado S. XX, al que tuve la suerte de conocer, primero, sin referencias previas, al leer la edición conjunta de sus libros A vuela pluma y Versos para distraerme de la selecta Editora Nacional, y luego personalmente, en su residencia de Villa María en el Pinar de Antequera, gracias a la mediación de Antonio Piedra a mitad de los años 80. Aquel día, en su salita en penumbra, antes de irnos me regaló dedicado un ejemplar de una bella plaquette con tapas rojas de poemas suyos editada por Andrés Trapiello titulada Nada más que mirar. Del mismo modo, recuerdo en su galería la presencia liviana de la figura sentada de su mujer, inmersa ya en un silencio insalvable, a la que por esos días había compuesto el bellísimo poema Adiós, la loca flor, admirable no sólo en su agudo destello de lo irreversible y profundo, como por la vibración de su voz al leerlo, y ya he dicho que no he oído nunca a ningún otro poeta leer su obra como a Pino. Paco era un poeta mucho más allá del calado común y la concepción del sentido creativo de este género del de la mayoría de aspirantes a serlo, y en esa línea la lectura en voz alta de algún poema suyo que alguna vez le escuché en privado revelaba una transformación de su voz en una sonoridad y radicalidad proveniente de ese entendimiento elevado del oficio al que se entregó en una labor secreta de alguien dotado para ello en un grado incesante. ¡Cuántos libros no leídos por nadie se perdieron pasto de la destrucción de un momento impulsivo tan grande como el de la genialidad de su gestación y trazado! Porque el don de escribir no requiere de una clac que jalee el reflejo de las incapacidades compartidas, como hoy vemos pasturar sin disimulo en las redes sociales. Pino solía repetir la advertencia de Dante per me si va tra la perduta gente. Y esa perdición a la que aspira la verdadera poesía es una apuesta sin retorno e impropia de escenarios claudicantes. Por eso, también citaba, y era lema y definición de sus indeclinables voluntades, a Rimbaud cuando decía Par délicatesse / j'ai pardu ma vie. Pues hay que perder todo para poder poseer íntimamente algo reconocible acaso como diferente, al menos en su capacidad de ir más allá (o más acá) y transformarnos. Porque lo creativo no es una convención conformista sino una indagación o un asalto que pretende otras claves, las de la profundidad y del vuelo al unísono, o cualquier otro encuentro de contrarios en su elementalidad más sensible, y así acercarse, de un modo prometeico, a la intuición -y certeza- de lo que va más allá de la razón y los límites.  

Este poema es, tras el fragmento que introduce al libro y del que procede el título, el que inicia mi reciente La imperfección de la belleza, editado en Valladolid por la Fundación Jorge Guillén. Apareció por primera vez en un libro homenaje que Jesús Munárriz preparó en Hiperión con poemas de diversos autores dedicados a F.P. para celebrar su 80 cumpleaños. Y poco después en el cuaderno A lo breve, en ambas ocasiones junto al poema Campo Grande, también dedicado a Pino. Para un libro como La imperfección de la belleza que se imprime en Valladolid y completa así algunos círculos vitales, afectivos y literarios, comenzar por estos dos poemas era un acto de anclaje de mis años en Castilla y un reconocimiento del momento y autor con el que yo adquirí otra conciencia del hecho de escribir en el cual cada término para aspirar a su lugar se distinguía por lo irremplazable.

Nada más que mirar condujo a ese Mirar qué nada con que se cierra el poema. Nacer sin más error en el arranque del libro marca el deseo intacto de todo lo que, pese a la herida del tiempo, somos y ha de permanecer en cada paso. Como en la mística, bastó un roce, querido Paco Pino, unos pocos encuentros de sincera amistad durante aquellos años y diálogo sobre la dimensión de escribir -"la poesía y la literatura no son la misma cosa"-, para concebir de otro modo la misión del lenguaje y devolver en él el trazado imperioso de lo siempre posible antes de irnos. Muchas gracias, amigo, un gran abrazo.)
 
       fotografía de Uly Martín

1 comentario:

Carlos Medrano dijo...

Copio aquí el enlace a dos artículos que permiten conocer más de Francisco Pino:

- de Antonio Piedra, en ABC: Francisco Pino, perfil a vuelapluma

- de Javier Rodríguez Marcos, en El País: Contradicción en nueve tomos