Junto al brazo de hierro de una grúa cercana
ves el vuelo de un ave
que presagia la lluvia.
El cielo todo es nubes
en azules diversos.
Envolvente en su adagio
ves el vuelo de un ave
que presagia la lluvia.
El cielo todo es nubes
en azules diversos.
Envolvente en su adagio
escuchas de Beethoven
una sonata al piano
una tarde cubierta
que filtra su caída, que amortigua su avance
y extiende permanente su planeo
como único ritmo, sin declive ni origen,
sin otra referencia que el punto entre dos mundos
que filtra su caída, que amortigua su avance
y extiende permanente su planeo
como único ritmo, sin declive ni origen,
sin otra referencia que el punto entre dos mundos
donde el tiempo se aquieta
en ese oleaje inesperado
de nubes y sonidos en el aire.
El reino de lo ingrávido
también es un remanso merecido,
como es la soledad o el horizonte
inédito que surge por sorpresa
en medio de un viaje
y nos sacia en su asalto.
de nubes y sonidos en el aire.
El reino de lo ingrávido
también es un remanso merecido,
como es la soledad o el horizonte
inédito que surge por sorpresa
en medio de un viaje
y nos sacia en su asalto.
Refresca el aire puro, continúas mecido
por la cortina de la música,
tan familiar que es Mozart quien ahora prosigue
y piensas en su vida prodigiosa y escasa,
en esa ingratitud inmerecida
de lo truncado e irrepetible que, no obstante,
por la cortina de la música,
tan familiar que es Mozart quien ahora prosigue
y piensas en su vida prodigiosa y escasa,
en esa ingratitud inmerecida
de lo truncado e irrepetible que, no obstante,
sobre el paso de siglos, al oírlo despierta
las cimas de lo íntimo en nosotros
y un sentido más allá de la firme
conciencia limitada de este cuerpo.
las cimas de lo íntimo en nosotros
y un sentido más allá de la firme
conciencia limitada de este cuerpo.
Esto ocurre delante de estampas sucesivas
del cielo de una tarde cotidiana.
Son luces de una imagen tamizada y continua
contempladas sin más fin que asistir
del cielo de una tarde cotidiana.
Son luces de una imagen tamizada y continua
contempladas sin más fin que asistir
a la extraña belleza de esta calma,
la de un cielo con nubes que no pasa
pues cobija sus límites
en el claro remanso
del amparo de un pecho.
la de un cielo con nubes que no pasa
pues cobija sus límites
en el claro remanso
del amparo de un pecho.