Talan un bosque.
La semilla que planto
es como un pájaro.
En sus raíces
ya no sé lo que muere
ni lo que late.
Grúas y cemento
tapian el cielo abierto,
ciegan la tierra.
Su intensa fronda
ni siquiera este verso
me la devuelve.
* (Cerca de casa tenía la zona verde más importante -y casi única- de Artá. Un pueblo rodeado de un parque natural protegido no es que necesite de parques y jardines interiores, pero estos nunca están excluidos del sentido humano de un lugar habitado. Era un extenso terreno de esos patios de algunas casas señoriales capaces de ocupar la extensión de una manzana, cuidadosamente plantado de numerosos, altos y escogidos árboles, más algún solar continuo donde habían crecido pinos y acebuches junto a cipreses, mandarinos y zarzas, que constituían un regalo para los ojos desde la calle y una isla para los pájaros anidados en él y que oía cantar durante el día, e incluso algunas noches. Deshabitado el lugar hace muchos años, es comprensible que las propiedades se vendan y pasen a urbanizarse de otro modo y a ser pieza rentable destinadas al alcance de ciertos compradores de sobrada solvencia y residencia ocasional. Pero estos elementos urbanos que sobrevivían como huertos, grata vegetación silvestre o ciertas casas ajardinadas o de un estilo hoy no repetible, y que eran un patrimonio de la belleza de nuestros pueblos, al desaparecer se llevan una parte del encanto tradicional de estos lugares a cambio de una arquitectura utilitaria y clónica que hoy no diferencia ningún sitio. Ver cortar ciertos árboles de altura y grosor considerable y contemplar el suelo despojado y abierto, o el desconcierto de las aves al buscar su refugio por la tarde me supuso una inevitable tristeza ante lo que era un impagable regalo de la naturaleza destruido para siempre. Frente a la inevitable insensibilidad del progreso, me repito que humano viene de humus, aunque se olvide.