lunes, 29 de enero de 2024

Relación del silencio

Delante cada día veo el paisaje
que me acompaña sin sorpresas.
Pues son ensoñación las ilusiones
de que algo nos falta
y ha de venir de lejos como una salvación
para volver a un territorio
que ya no es el de entonces
ni en el que nos espera nada nuestro.
Mas esa expectación nos teje un mito
insatisfecho que divide.
Este lugar, desconocido, no alcanzado por nadie,
posee lo que otros buscan y no encuentran
en sus grises rutinas invernales
de una ciudad devoradora
donde la nada abunda y ellos cumplen
un ritual vacío hacia su muerte.
Yo llegué hasta aquí en el empuje
de unas olas donde el reflejo de los días
llega a quemar indesmayable,
y al roce de los años el salitre se aferra
en el sudor y cada pliegue de la cara
mientras preparo el fuego
o cazo y recolecto unos frutos que tras probar su jugo
dibujo en mi memoria sin conocer sus nombres.
Porque todo poseo y sin embargo
no lo puedo contar ni sé como se llama
cada elemento que descubro
creando para mí un firmamento nuevo.
Por eso, recorro este lugar como el que sabe
que los días lo esperan,
dialogo sin hablar con lo que encuentro,
alzo la vista al cielo y pido lluvia,
o que venga la noche
y percibo que la luna me oye 
o veo caer estrellas.
Los días se repiten. ¿Acaso algo me falta?
Un ave cruza y desde lo alto me divisa
con la facilidad que busca el agua
o el ramaje en donde se refugia.
Soy parte de este espacio que nunca morirá
mientras nadie lo pise, mientras el sol
que huye en cada ocaso vuelva a brillar
sobre los cuencos de mis ojos
que hace tiempo son parte de esta tierra
en la que me tumbé a un largo sueño
el día que los cerré para ir tan lejos,
desde donde imagino estas palabras.




jueves, 18 de enero de 2024

Memoria ni saber perecedero

                                      a Francisco Pino

Nacer
sin más error, 
lúcido cielo,
pero no a lo que arañe
                                      siempre el tiempo,
perdida sensación,
mortal conciencia, 
palabra que encadene.
Más allá: lo que brote
del roce de un mirar
tan conmovido:
ladera, claridad, vuelo que mane
íntimo tú, certero balbucir
... Mirar qué nada.


* (Suelo, cada 18 de enero, recordar la fecha del nacimiento de Francisco Pino en el ya lejano 1910, para mí uno de nuestros poetas capitales, entre los más audaces y exquisitos de nuestro afortunado S. XX, al que tuve la suerte de conocer, primero, sin referencias previas, al leer la edición conjunta de sus libros A vuela pluma y Versos para distraerme de la selecta Editora Nacional, y luego personalmente, en su residencia de Villa María en el Pinar de Antequera, gracias a la mediación de Antonio Piedra a mitad de los años 80. Aquel día, en su salita en penumbra, antes de irnos me regaló dedicado un ejemplar de una bella plaquette con tapas rojas de poemas suyos editada por Andrés Trapiello titulada Nada más que mirar. Del mismo modo, recuerdo en su galería la presencia liviana de la figura sentada de su mujer, inmersa ya en un silencio insalvable, a la que por esos días había compuesto el bellísimo poema Adiós, la loca flor, admirable no sólo en su agudo destello de lo irreversible y profundo, como por la vibración de su voz al leerlo, y ya he dicho que no he oído nunca a ningún otro poeta leer su obra como a Pino. Paco era un poeta mucho más allá del calado común y la concepción del sentido creativo de este género del de la mayoría de aspirantes a serlo, y en esa línea la lectura en voz alta de algún poema suyo que alguna vez le escuché en privado revelaba una transformación de su voz en una sonoridad y radicalidad proveniente de ese entendimiento elevado del oficio al que se entregó en una labor secreta de alguien dotado para ello en un grado incesante. ¡Cuántos libros no leídos por nadie se perdieron pasto de la destrucción de un momento impulsivo tan grande como el de la genialidad de su gestación y trazado! Porque el don de escribir no requiere de una clac que jalee el reflejo de las incapacidades compartidas, como hoy vemos pasturar sin disimulo en las redes sociales. Pino solía repetir la advertencia de Dante per me si va tra la perduta gente. Y esa perdición a la que aspira la verdadera poesía es una apuesta sin retorno e impropia de escenarios claudicantes. Por eso, también citaba, y era lema y definición de sus indeclinables voluntades, a Rimbaud cuando decía Par délicatesse / j'ai pardu ma vie. Pues hay que perder todo para poder poseer íntimamente algo reconocible acaso como diferente, al menos en su capacidad de ir más allá (o más acá) y transformarnos. Porque lo creativo no es una convención conformista sino una indagación o un asalto que pretende otras claves, las de la profundidad y del vuelo al unísono, o cualquier otro encuentro de contrarios en su elementalidad más sensible, y así acercarse, de un modo prometeico, a la intuición -y certeza- de lo que va más allá de la razón y los límites.  

Este poema es, tras el fragmento que introduce al libro y del que procede el título, el que inicia mi reciente La imperfección de la belleza, editado en Valladolid por la Fundación Jorge Guillén. Apareció por primera vez en un libro homenaje que Jesús Munárriz preparó en Hiperión con poemas de diversos autores dedicados a F.P. para celebrar su 80 cumpleaños. Y poco después en el cuaderno A lo breve, en ambas ocasiones junto al poema Campo Grande, también dedicado a Pino. Para un libro como La imperfección de la belleza que se imprime en Valladolid y completa así algunos círculos vitales, afectivos y literarios, comenzar por estos dos poemas era un acto de anclaje de mis años en Castilla y un reconocimiento del momento y autor con el que yo adquirí otra conciencia del hecho de escribir en el cual cada término para aspirar a su lugar se distinguía por lo irremplazable.

Nada más que mirar condujo a ese Mirar qué nada con que se cierra el poema. Nacer sin más error en el arranque del libro marca el deseo intacto de todo lo que, pese a la herida del tiempo, somos y ha de permanecer en cada paso. Como en la mística, bastó un roce, querido Paco Pino, unos pocos encuentros de sincera amistad durante aquellos años y diálogo sobre la dimensión de escribir -"la poesía y la literatura no son la misma cosa"-, para concebir de otro modo la misión del lenguaje y devolver en él el trazado imperioso de lo siempre posible antes de irnos. Muchas gracias, amigo, un gran abrazo.)
 
       fotografía de Uly Martín