y saluda su adiós
a las estrellas.
Ráfaga de placer,
tu humilde estela,
le petit prince y un árbol de la luna
que diera unos pasteles luminosos de rana.
¿Quieres probarlos de noche antes que el alba
te descubra y se inunden los dedos de colores?
Mi camisa se agita con los duendes
de una niña que amaba a las ardillas.
Me trajiste el amor a mi sonrisa,
cruzaremos el mar en bicicleta.
* (Entre los poemas finales de Las horas próximas, está esta despedida a una niña. Como quien abre una caja de magia, todos sus elementos aluden a vivencias cercanas, teñidas por el juego y la ausencia de sombra: los paseos en bicicleta y a pie al recogerla alguna mañana, el refresco de zarzaparrilla y unas pastas de azúcar en una tasca céntrica y antigua, los cuentos inesperados y maravillosos ante esos ojos que los escuchaban. En suma, el regalo de la infancia, capaz siempre de visitarnos y recordarnos que era otra la vida, como ahora -años después, más demoradamente- me devuelve mi hija.)