sábado, 20 de octubre de 2018

Ira

Recorta la angustia
un barco dorado
dentro de la niebla.

Tras de la tormenta,
destellos y ráfagas
de un lodo que inunda.

Atruena sediento
el roce imprevisto
de un golpe de agua.

En la mano fría
la mortal cosecha
de un pozo de sombra.

El barro renace
de lo que fue ciego
caudal de materia.

Vida sumergida:
todo se reduce
a un duelo que arrastra.

Un sueño sin aire
preludia la nada
de rostros en fuga.

Sobre la memoria,
la flor amarilla
de lo que no queda.

Extraña penumbra
desciende en un cauce
dorado que daña.
 
 
* (Este poema respondió a las graves inundaciones sufridas en Sant Llorenç des Cardassar y su comarca el pasado martes 9 de octubre, en ese repentino y desbocado diluvio y río de lodo que arrasó cuanto pudo, incluidas esas vidas frágiles truncadas como un soplo. El desorden y destrozo del barro semejaba la informe conmoción de un azar asesino que alteró para siempre el tranquilo sentido del otoño, cuyo curso sencillo era hacerse más verde en los días más cortos.)