¡Qué
ha quedado del aire!
La memoria de voces,
La memoria de voces,
la tarde sin señales al ponerse,
el frío que se agita en los cristales
mientras el fuego deja
entrever en sus llamas
el
perfil de los rostros
cuyas brasas persisten.
Si repaso sus
nombres,
continúa conmigo
la imagen y las luces
de todos
los momentos
donde el tiempo era amplio
y el juego lento y
libre.
Ahora acuden
con otra piel más sabia
cuando cuidan
del mundo.
Ya no existen sus manos,
y por eso las mías
de pronto son mayores
y ahora soy quien extiende
con el calor del heno
la corteza del bosque
o el
cobijo de un padre
mientras el día avanza
despacio en su temblor
y
el vacío no duele
al arder y abrigarnos.
Voy a dormir. Silencio
en la alcoba y el
pulso.
Los enseres diarios
a oscuras me conocen
cuando giro en la
noche
el cuerpo que se entrega
en el pozo del sueño.
Mi
corazón no pesa.
Tranquilo, acepta y siente,
mientras atento sigue
el callado desvelo
de
cuidar lo indefenso,
y
el aliento más joven
que crece a nuestro lado
nos devuelve en sus ojos
su claridad más bella y frágil.