lunes, 23 de octubre de 2017

Te remito una foto de madroños

Pedí al mar que vertiera en mis labios
la pulpa del madroño
y el sentido del aire hizo el resto.
Posó sobre mis manos sus rugosos colores,
su corazón abierto y granulado,
su acorde blando y roto a cualquier roce,
su deseo de huida como un pájaro
que deja atrás su sangre para un niño.
Lo probé al sol bajo el que paladeo
esta escala de rojos cuyo orbe es dorado
como el rayo que abre
la temblorosa entrada que da a un templo
donde la luz es el don más invicto
y el vitral escanciado se refleja
en el vivo diamante
del altar de unos ojos. 
Ahora siento 
de nuevo
bajo un cielo de azules
la espiral del salitre y de lo cálido.
Sostengo en la templanza de este fulgor granado
la ausencia de deseo pues de nada carezco,
y al ofrecerte el fruto cuyo sabor evoco
en él recibo el mundo.
Desde este lugar alto en que el madroño crece
en la ladera donde el aire fluye,
es un balcón su rostro minucioso y extenso.
Pienso en ti. Nada falta.
Si atiendo el mediodía,
lo que abarco está cerca. Y por tanto,
te invito, te contemplo,
como si fuera cierto aquí encontrarte.
 

 
 

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