a María Hoyos
Manos pálidas, leves, a veces casi místicas,
incapaces de un arma, ajenas a la sombra,
volcadas al reflejo de la vida,
si acaso melancólicas, conformes
con las briznas que cuidan y el reflejo que rozan.
Las miro bendecidas
por su propia frescura y transparencia.
Dejaría yo en ellas
la sed del mediodía, la mirada más clara,
la vocación de tierra a la que no renuncian,
porque como una fronda
o un pájaro de agua
que vertiera su estela de color o de música
según el mundo vuela,
merecen ese aroma
del jazmín, del olivo, de la luna,
sereno como el tacto
de un rincón de costura a la luz velazquiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario