domingo, 1 de junio de 2025

A Ilka Irazoki Loyer, en su 28 cumpleaños

Asomado a su linde
los contemplo.
Ojos bellos, sonrientes,
que a la vez nos reflejan
la belleza del mundo.
A la noche serán
con el sueño más hondos.
Una estrella fugaz,
un leve parpadeo.


* (El 31 de mayo suele suceder cada año este regalo. No la conozco más que por las palabras entusiastas y breves de su padre o las más expresivas de otro gigante amable como es Ángel de Miguel. De ella sé la algarabía y la celebración de la vida cuando aparece. Hay seres que han venido a irradiar lo hermoso. Que la vida los cuide. En su mirada caben la umbría de los bosques navarros y el cielo abierto de los caminos de la Tierra.)
fotografía de F. J. Irazoki
 

miércoles, 21 de mayo de 2025

Inasible retorno

De nuevo en la ciudad que ayer fue tuya.
Lugar de la memoria donde perdura intacta
por encima del tiempo que la convierte en otra,
todavía semejante pero a la vez distinta.
Hay esquinas humildes que tiró la piqueta,
alumbrados intensos donde sólo había aire.
Y sobre todo a nadie parece que conozcas.
Las voces se semejan pero extrañas los rostros.
El mismo territorio donde aún no te pierdes
te asombra y desordena. De ti ya nada sabe.
Eres tú el extranjero que vuelve a donde un día
sellaste con tu marcha un destierro invisible.
No duermen las ciudades. Tras de su movimiento
los niños que ahora juegan y ven en ella el mundo
corren hacia la muerte, construyen nuevas calles,
trazan conversaciones donde imaginan bosques,
alguno escucha a veces una señal de lejos,
sale de su perímetro, persigue lo no visto,
tiembla ante las sirenas de otros horizontes.
Pero al volver no existe. Ni su ciudad tampoco.
Tras un largo paseo, brillante como el frío,
en un parque a la sombra sentado antes de irme
el tiempo clausurado viene a cerrar mis ojos.

 

* (A los amigos dejados en la península, en lo impalpable que nos une.)


calle de la Platería, Valladolid, con la iglesia de la Santa Vera Cruz al fondo

domingo, 11 de mayo de 2025

Cuatro tankas para Ángel

Era invisible
la frontera del aire
que te aguardaba.

Sigues en los colores
del final de la tarde.


        * * * 


Tu voz tan cálida
todavía convoca
la cercanía.

Con la misma certeza
del mar que eterno habla.


        * * * 


Entro en la casa
humilde de tu bella
caligrafía.

En la amable escritura
donde nada faltaba.


        * * * 


Allí en el aire,
en su diáfano centro
hallé tus nombres:


las siluetas queridas,
el vuelo del asombro.


*(Ayer, 10 de mayo, fecha del nacimiento de Ángel Campos Pámpano (1957-2008), quiso el tiempo anunciármelo de este modo. Gracias a su familia por proporcionarme esta fotografía juvenil e inédita.)

Ángel Campos Pámpano, perto da praia das Mãças, Sintra, 1987
 

domingo, 4 de mayo de 2025

Sostenida palabra

Diálogo en ausencia de Ángel Campos Pámpano, Suso Díaz Estévez
Murabellos, 2025
Ludeiros, Lubios, Orense
                                                                                

                                                                                La tierra huele
                                                                                mientras dure la luz
                                                                                a noche blanca. (*)

Supe de este libro por una conversación con Luis Arroyo -tantas veces mensajero de las noticias de Ángel-, que me anticipó el interés de Suso Díaz en hablar conmigo y hacérmelo llegar. Un libro más, en homenaje y recuerdo de alguien que, como el propio Suso Díaz dejó alguna vez escrito, de él conservamos todos los que le quisimos no sólo su poesía sino su luz. Es decir, una humana vibración que él emitía espontáneamente, sin pretenderlo, no sólo en su escritura sino en su manera de ser y en su conversación acogedora e incitante. Pues nadie estaba a salvo -de contar con su aprecio- de ser impulsado a participar de algún proyecto creativo que quedara al alcance de todos, como un patrimonio colectivo capaz de enaltecernos y mejorar desde las palabras -y su repercusión- el mundo. Nada nuevo ni ajeno al esencial fin de la literatura en su capacidad de generar lo que idealmente queremos cuando hay clara conciencia de su poder y del sentido consciente de lo que hacemos y vivimos. Allá quien sólo la conciba tan sólo como un juego, un ingenio o un artificio y se conforme con recoger del rábano las hojas.

En aquella breve conversación con Suso me llegó su profundo afecto hacia Ángel, sobre el que se asentó la escritura de este libro con unos 120 haikus nacidos cada uno a partir de una cita o un verso de sus libros. Y eso que Suso Díaz, gallego del municipio orensano de Lobios, rayano con Portugal, y radicado en Mérida desde 1997, me comentó que no llegó a conocer a Ángel en persona, pero la huella de su lectura y de su actividad cultural generada en Extremadura le llevó a nombrar con el título de La voz en espiral un programa de radio que dirigió varios años sobre poesía y, en el décimo aniversario de su fallecimiento, recopiló una antología colectiva -En el vuelo de la memoria, publicada en 2018 por la Editora Regional de Extremadura- en su recuerdo, reuniendo a unos 80 poetas extremeños y también del resto de España y Portugal.

Me comentó Suso Díaz que fue a partir de participar en el homenaje colectivo que años después coordiné -Recobrada memoria, Vberitas, 2022- él tuvo el impulso de llevar a cabo esta nueva y hermosa iniciativa donde en cada página aparecen hermanadas la voz en español o castellano de Ángel con la lengua natal de Suso Díaz en galego, a través de once capítulos de extensión variable cuyos títulos pueden leerse también como otro poema: “achegamento / ó diálogo / entre silencios / para soster ás palabras / no espazo compartido / inexistente / que agroma da cinsa / para vestir a verba / que nos pronuncia / dende o silencio / das nosas bocas”

Se hace presente desde el arranque la ausencia del amigo reclamado desde el afecto: “buscarme en ti, / no sonriso que deixa / a túa ausencia”, de tal modo que “sigo buscando / o gozo que tiñamos / dándonos todo”. Es una poesía íntima, un libro delicado, de espacios sugerentes y sensibles donde esas características de la lírica galaica se van haciendo envolventes -“sutil amante / no outono que se pousa / omnipresente”- y es la voz de Suso la que, desde esa hondura melancólica de quien conoce desde adentro la saudade, más de una vez en algún haiku aguda e inquietante, despliega sus sensaciones -“para volver, / sen sombras, a buscarnos / nos aloumiños”-, que en internet rastreo que “aloumiños” es un término cargado de ternura referido a caricia, mimo, gesto de afecto suave, que puede abarcar tanto el contacto físico como algo más simbólico, una palabra tierna o una mirada comprensiva, pero a su vez intraducible por la carga poética y emocional que esta palabra en su medio natural contiene. Toda lengua va unida a una serie de valores, segmentación y sensaciones difícilmente trasladables.

Cómo abarcar en una nota que quiere dejar constancia de este libro y lectura, sin pretensión alguna de reseña, todos los recovecos de estos 120 haikus (cada página recoge uno de ellos, en minúsculas, a continuación de una cita de los versos de Ángel, de tal modo que el haiku puede leerse desde la cita misma con la que completa su mensaje en esta prolongación que lo innova, o también independiente, tras ella). Habrá lectores capaces de abarcar en una o dos horas cumplida cuenta de un trabajo decantado como este a lo largo de más de un año, pero normalmente la lectura poética para que sea productiva requiere de un calado paulatino y relectura que al generar el reconocimiento del texto va entrándonos como una lluvia fina, y así nos deja percibir e incorporar los matices limpiamente medidos de una atención que en este caso procede del afecto sincero y desinteresado.

Suso Díaz nos invita a releer el libro también en distintos órdenes, a hacer elecciones y a crear nuevos haikus en un ejercicio posible de recombinar distintos versos de los haikus existentes. Tras leerlo se percibe que no ha surgido el libro de una ordenación cronológica de las citas desde La ciudad blanca a La semilla en la nieve ni los haikus de Suso entran -salvo en algún caso- en una exégesis o adentramiento en el mundo de Ángel, sino que se disponen en una sucesión libre -igual que las semillas caen a tierra y florecen en un orden espontáneo- en la que la sensibilidad y palabra del autor admirado da pie a la expresión lírica del propio Suso. El diálogo supone también eso, dos voces diferentes que se intercambian sus propios mensajes. La serena visión y luz más meridional de la poesía de Ángel da paso a esos otros escenarios tanto personales o abiertos donde cielos y mares o el agua y la noche encierran en estos haikus en galego una emotividad más misteriosa y de contrastes.

La literatura -y la poesía por tanto- nace del contacto del autor con los elementos de la realidad que encuentra en su propia experiencia. Pero experiencia es, ante todo y también, la propia lectura cuyo encuentro es capaz de encender el fuego de la creación y la poesía en quien desde esa sintonía y gozo íntimo la recibe. Por tanto, así hay que leer este libro, como un despliegue originado por una fuente interiorizada -la poesía y recuerdo de Ángel- que es manifestada en el fervor y añoranza de algo distinto y propio. Y lo hace desde una vibración que apela a esa alta capacidad cuando aparece en la escritura: lo amoroso. Desde este regazo o manantío nos llega el diálogo despojado de este libro. Qué pureza al leer: “por aprender del aire // entregei a vida / a versarme en un simple / anacoreta”.

Quien se sienta atraído -y el acto de quedarnos cautivados siempre ha sido algo individual y en recogimiento- ha de buscar este libro dirigido a lectores concretos mucho más que a multitudes. Ha aparecido en su propio sello editorial Murabellos (www.murabellos.gal), y va acompañado de unas hermosas palabras de Paula y Ángela Campos Fernández (“se trata de una concepción poética nada ajena a la obra de nuestro padre, donde la evocación, más o menos directa a diversos poetas es una constante”) y de Luis Sáez Delgado (“la relación entre cita y poema no se trata de una inspiración, sino de la verdadera respiración de ambos autores”). Parafraseando a Ángel, querido Suso, las palabras quisieron adquirir una forma para entrar en las cosas. Y las cosas hablaron por nosotros desde su elemental emoción con poderosa nostalgia.


(*) El haiku que encabeza esta entrada -por seguir tu propuesta- está hecho a partir de las citas de Ángel seleccionadas en tu libro. Adjunto otro, entrevisto de la misma manera:

                                                                                Sobre la piedra,
                                                                                un abismo insondable
                                                                                que te redime.




lunes, 28 de abril de 2025

La luz, a la hora quieta

Esas horas, a la puesta del sol,
tan silenciosas, de tenue impermanencia,
no necesariamente a solas,
porque todo acompaña en esa magia
en que el tiempo se esfuma
y algo indecible se hace vivamente presente
en la serenidad que te rodea
mientras contemplas flotante la amplitud
del horizonte extrañamente quieto,
en esa tamizada luz en la que nada huye,
al contrario, se aquieta,
incluso la respiración, que se percibe más,
y ante ti, esa inmovilidad
de lo habitualmente gradual y sucesivo,
ahora en cambio inusualmente estático,
te hace sentir en una extraña dimensión
y simultaneidad de tantas sensaciones
que a la vez se abalanzan y se ordenan.
Hasta que, antes de proseguir, tomas una fotografía
de ese momento irrepetible y revelado
con que dejar constancia del asombro
de una totalidad inesperada;
y así, igual que cuando ves
una burbuja de jabón espejeante ante la luz 
que sin rozarla explota,
nadie pueda negarte luego
como se niegan tantas cosas
puras y verdaderas, sencillamente claras y vividas.
Sigues absorto en lo que pocas veces
sucede -suele ser en verano, al concluir
algunos días cálidos en la naturaleza-
y al repetirse asistes.
Y quien lo mira es parte de un sentir
y una experiencia paralela. Así al volver
desde esa magnitud a la noche tranquila
en que el cuerpo que ha salido del mar
acude a casa a pie a través de un sendero
en el que el aire es cálido y se adensa,
hay veces en que más tarde al descansar
también se entra a esa otra región del sueño
similar al olvido donde el alma descansa
sin el peso adherido de las horas.
Esos limpios momentos no nacen de la búsqueda,
se abren sin esperarlo ante esa orquesta
gigante y minuciosa de los rescoldos del estío.
Y en esa sintonía, libre de pretensión y tácita,
el orbe deposita sobre el aire su impronta
también en una imagen sonora sostenida
como el rumor primario de las cosas.
E igual que cuando zumban las cigarras
adentro de un pinar anclado
junto al azul en calma de la mar,
recibes esta callada resonancia
como un claro certero en la memoria
al que poder nombrar y recrearlo
en su fugacidad ignota y sabia
donde lo contemplado y quien lo observa
son lo mismo, y al contarlo pudieras
parar de nuevo el tiempo que nos borra,
tomar de esa verdad otra forma de vida.


   

lunes, 10 de marzo de 2025

Dulce piedra

Sumergida en el sueño,
al rumor de la sangre
y el pulso del aliento,
una efigie respira.
Se mece su silueta
varada en una imagen
de quietud intangible.
A la vez yace libre
y ajena a lo sublime.
¿De qué lugar perdido
nos cautiva el misterio
que en su reposo late?
Antes que llegue el alba,
¿su luz de dónde viene?
Como dioses humildes
que pasan en silencio
son frágiles mis pasos
ante su hechizo hondo.
Si un ruido la desvela,
el mármol sería vida
entreabriendo sus ojos. 
En su cuerpo la bruma
al temblar se disuelve.
Por encima del tiempo,
una mano de aire
dejó el soplo en sus labios
y en mí esta leyenda
de un alto paraíso.


* (Quien visite el Castillo de Bellver de Palma, en unas sus salas encontrará expuestas piezas de la colección de esculturas del Cardenal Despuig (Palma, 1745 - Lucca, 1813) que el Ayuntamiento de Palma gracias a la intervención de la Societat Arqueològica Lul·liana y otros intelectuales del momento adquirió en 1923 evitando que se dispersara completamente. Leo sobre él que Antoni Despuig i Dameto fue hijo de los Condes de Montenegro y uno de los personajes más destacados de la ilustración mallorquina, mecena de artistas, miembro activo de la Societat Econòmica d'Amics del País y colaboró, por ejemplo, en la creación de una escuela de dibujo. Durante los años en que residió en Roma reunió una importante colección de piezas escultóricas y epigráficas clásicas, algunas provenientes de una excavación en Ariccio en la que él mismo participó. También encargó numerosas copias de piezas de su agrado o las compró a anticuarios. 

Gracias a esto, podemos disfrutar así del legado de su coleccionismo. Una de las piezas más atractivas de este conjunto es una copia en tamaño mucho menor de la obra conocida como el Hermafrodita durmiente, en mármol, que se encuentra en el Museo del Louvre y es una escultura romana a tamaño natural que a su vez era copia de un original griego. Se atribuye a Policles el Joven en torno al s. II a. de C. Fue descubierta en 1608 cerca de las Termas de Diocleciano en Roma y pasó a formar parte de de la colección de arte del cardenal Scipione Borghese que encargó a G. Bernini el añadido de ese colchón en mármol de Carrara sobre el que reposa. Un historiador de arte como Kenneth Clark atribuye a esta obra un influjo notable sobre la Venus del espejo de Velázquez.

Cualquier otro comentario sobre la belleza, la armonía de las formas, el placer de la contemplación, la serenidad del buen gusto y el impacto de ver logrado en piedra el ideal vivo de la hermosura de la juventud y la euritmia de cualquier elemento, desde el cabello a los pies, de ese cuerpo andrógino, espléndido y admirable en su reposo, sobran salvo la resonancia que produzca en nosotros. En esos ideales clásicos del arte iba cifrada también la elevación del espíritu. En cualquiera de sus formas, el cultivo de la delicadeza sigue siendo hoy en día la mayor rebeldía contra la barbarie y una vía interior hacia la exquisitez en la vida y en el arte. Al volver en estos días de lluvia a un borrador antiguo, dio pie a completar este poema que esperaba su momento.)

la copia del Castillo de Bellver

una imagen de la escultura del Museo del Louve


miércoles, 26 de febrero de 2025

Umbral del día

Esa herida.
Cómo volverla flor
y mitigarla.
Y en el claro temblor
limpio del agua,
de su seno nacer
igual que el día
emerge de la noche
encalando tinieblas
con la luz que inaugura
el color de las formas.
Lo truncado encerraba
el brote, la palabra,
el vuelo, la caricia,
lo intuido y sereno
donde el mundo comienza.
Más allá de las pérdidas
asoma lo incesante
que a la nada derrota.
Y en la quietud diaria,
de la nada nos vuelve
una honda memoria
asida a lo visible
indemne y vulnerable
y en las manos naciente.
  

jueves, 30 de enero de 2025

Sagrado y físico

Son cercanos los robles.
Es difícil ya ver: ha caído el día.
El sendero de piedra
me conduce a un recinto
que entra en mí como sombra
que tocara mi pecho.
Un silencio es su cumbre,
y en él cada elemento del paisaje
da la mano a otro signo
al que hermana por siempre.
Reconozco la tierra:
hay olivos y noches
que hoy preludian los grillos,
la hierba es más escasa, y las flores
no han vencido al verano. Todo es ocre.
Se presienten los montes en lo oscuro
y sin embargo un rosal
ha crecido casi enfrente de mí.
¡He vuelto tantas veces!
(Con la lluvia, el suelo es verde,
y malva la lavanda, el romero,
y amarilla la retama poco después).
Recorro cada cruz, fechas, sus nombres.
Fueron hombres perdidos: aquí yacen
por debajo de Yuste. ¿No ves?
Soldados alemanes, cuántos jóvenes... ¿Y aquí?
Encuentra placidez la muerte en Cáceres.
Frente a hileras de cruces de granito
me siento a dialogar
conmigo mismo, quiero hablar y no sé,
sobrecoge el misterio.
¿Qué ha ocurrido, qué ha muerto?
¿Qué he perdido de mí? ¿Qué hacéis delante?
Si cabe algo de amor,
-pienso en brasas de agosto-
cierro los ojos
y acojo este lugar
(Cementerio Alemán, Cuacos de Yuste)
al que he venido, escucho, siento y toco. 

 
* (Durante tres cursos escolares -de 1994 a 97- fui profesor de lengua y literatura en el Instituto Gonzalo Korreas de Jaraíz de la Vera, mi última estancia extremeña y peninsular, en la comarca cacereña de la Vera, antes de volver a Mallorca. Ya el primer día en que me acerqué a conocer el nuevo destino laboral llegué hasta el recinto del Cementerio Alemán de Yuste, que me produjo una honda atracción. Numerosas veces volví a él hallando en soledad un especial estado de recogimiento. Una tarde de agosto, cálida y previa al anochecer, lo visité de nuevo, y de vuelta a casa empecé a escribir este poema hasta acabarlo avanzada la noche. No era una época de especial creatividad y mucho menos de poemas de largo calado. En él vertí esas sensaciones que aúnan la descripción física del lugar con mis estados interiores y una callada conmoción de hermandad ante las tumbas de esos 180 soldados alemanes muertos en suelo o aguas españolas durante las dos guerras mundiales de la primera mitad del S. XX, y que me apelaban, también desde la ausencia de algunos de sus nombres, como una parte desgajada de mí a la que reconocer y honrar. Recuerdo la reacción de mi compañero de departamento César Martín cuando lo leyó: "Junta treinta o cuarenta poemas como este y tendrás un gran libro". Apareció editado por primera vez en formato digital en el blog El juego de la taba de Elías Moro, donde se recopilaron el resto de 18 poemas dedicados a este noble lugar luego reunidos en el libro Cementerio alemán, Yuste publicado en 2016 por Salvador Retana en sus exquisitas Ediciones la Rosa BlancaAllí aparece en la versión primera que escribí. Algunos años después, el poema lo incorporé al libro La imperfección de la belleza publicado por la Fundación Jorge Guillén en 2023, con algunas ligeras variantes que, por la premura del momento, no llegué a asentar ni a quedar convencido del todo. Al desear que apareciera en el blog en este mes de enero, he sopesado con lentitud esos matices y retocado otros mínimos detalles no percibidos en casi treinta años. No he vuelto a este lugar, donde de un modo imperceptible sé que encontré una parte de mí que me reconciliaba recibir y que hondamente descansa en esta tierra cuya generosidad los acoge. Y a la vez, desde ellos nos acoge.)

 
   
   

sábado, 18 de enero de 2025

Doble elegía de enero

                                         A la memoria de Juan Manuel Rozas 
                                        y Enrique Tierno Galván


Siento que el tiempo pasa y nos agrede.
Que nada es mío. Fue.
Y esto lo estoy diciendo
a ti, que te sé
                       tan cercano,
persistente e invicto en la distancia,
o caes -puedes, puedo caer- irremisible y tácito,
sin augurio fatal, ni más ventana abierta al mediodía.
Esto es el transcurrir: constantes despedidas.
Que tal vez ya no estás, aunque siga tu voz en mis oídos.
Y habré perdido entonces la respuesta, la fuente
de vivir
               que manaba en mí mismo.
Esto es el transcurrir: indeclinable tiempo,
hechizo con fulgor de enredadera
a la que así mis besos, mis miradas,
días de plenitud, coraje o llanto,
mi fiebre yerta hoy y mi melancolía.
Aún no ha salido el sol
y en la niebla invernal que lo suaviza
e invita a olvidarse en la mañana
con esa luz purísima que acoge
-emergente de anhelos y dolores-
alzo esta evocación amarga y sola,
y en la sombra vencida de años que son cenizas
poso mi corazón al recordaros
y ceso de vivir lo que he perdido.



* (Aquella segunda quincena de enero de 1986 me llegó sobre el frío severo del invierno castellano la doble noticia, en pocos días de distancia, de la muerte de dos admirables profesores y personas. La de Juan Manuel Rozas, catedrático de Literatura de la joven Facultad de Filosofía y Letras de Extremadura en Cáceres, a la que, desde sus comienzos, contagió de su alto saber literario y estímulo humanístico y creativo -junto a otros selectos profesores que entregaron la misma vocación e ideales- y a la vez poeta profesor del que tanto aprendimos quienes lo conocimos. Y la del entonces alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, uno de los últimos políticos que además de una sólida formación cultural y ética, encarnaban para la sociedad un ejemplo de regeneración y cercanía cívica. Uno en las aulas y el otro en su ejecutoria pública (ahí quedan sus bandos municipales de clásica factura literaria, su recepción en latín al Papa Juan Pablo II, o sus guiños a la movida madrileña) fueron un referente para los ojos jóvenes abiertos a los nuevos aires de la transición. La revista cacereña Gálibo, dirigida por José Luis Bernal y José Manuel Fuentes -ambos poetas y alumnos suyos-, dedicó aquel año a Rozas tras su fallecimiento su último número (4-5), a la vez el más selecto y cuidado de todos ellos, donde apareció este poema, reencontrado al abrir carpetas de esos años con escritos y recortes de prensa que atesoran fragmentos de lo que vivimos. Es justo recordarlos, casi treinta años después, al rescatar este texto. Iba fechado así: Valladolid, 20 de enero de 1986, madrugada. Solía leer y escribir de noche. Todavía recuerdo que eran las cinco de la mañana al acabarlo. )