Ese jirón de nube: una cigüeñaque el aire frío en el cielo hoy pinta.
C. M.
Cualquier
libro abierto, recién salido de la imprenta, desprende un olor que
nos predispone a recibir una de esas buenas sensaciones semejantes a
la del olor de la lluvia cuando empieza, cuyo don es que, al ser
elemental y abrirse delante de nosotros, a su vez nos abre. Extremamour,
que la Editora Regional de Extremadura ha tenido el acierto y la
agilidad de ofrecer impreso ya, recoge la exposición
del mismo nombre inaugurada en Grandson (Suiza) bajo la dirección de Jorge
Cañete en La Galerie
Philosophique en febrero de
2022, y luego traída a Trujillo en otoño, aunando las fotografías
de ciertos espacios de Extremadura hechas por el fotógrafo suizo
Patrice Schreyer junto a unos dísticos escritos a partir de ellas por el
poeta placentino Álvaro Valverde, en un acompañamiento de viaje
interior.
Las imágenes sorprenden por su tratamiento inesperado. Hechas en color, este apenas está insinuado o lo tamiza casi siempre una luz en penumbra donde la oscuridad y el vacío presiden los ámbitos apenas interferidos. La cámara parece querer captar lo que no se hace habitualmente, que se nos figura a veces trasladado de lo que en el antiguo celuloide era el negativo. Hay espacios abiertos despoblados salvo por el punteo de unas aves y hay horas crepusculares del amanecer o el poniente enfocadas desde esa pobreza cercana al desamparo que quien se asome a ella queda atrapado por quien las preside: la intemperie, la ausencia de otros recursos más gratos o templados para huir de sí mismo. Pues el trabajo mostrado es el camino de un asceta, que en su apariencia de despojamiento y ayuno se enfrenta a lo más hondo y queda expuesto a los abismos y la materia tal como sobrevive a sí misma sin otro aditamento.
Álvaro
Valverde en sus palabras al cierre del libro, explica de este modo su
experiencia: “el espectador (…) se ve desarmado ante una visión
inédita”. Son unas fotografías “sin figuras humanas”, “sin
gente”, “en medio de una soledad que estremece”, donde “un
aire metafísico” es el que atrapa al “silencio” tras el cual
está la “paradoja” de que, lejos de “toda ostentación”, lo
fotografiado persigue “la verdad” contenida sobre esas mínimas
cosas, lo “auténtico”. Por ejemplo, el destello inapreciable
sobre la pobreza filamentosa de unas hierbas altas (pg. 35) que
geométricamente también tienen su correlato mineral en otras
fotografías como la nervadura interna de la columna de una catedral
(pg. 34) o el adorno difuminado por la escasa luz de una custodia
(pg. 59), que nos traslada al recuerdo de la geometría natural de
los cristales de la nieve.
Dar cuenta de algo no es abarcar todas las cosas, ni todos los lugares y cimientos, ni tal vez se podría. Es más bien resonar con una sensación y vivencia que se capta, como en esta ocasión, en el testimonio de un viaje invernal de cuyas ubicaciones se nos da cuenta con precisión de latitud y longitud a pie de página y en la toponimia del índice. La fotografía se centra en esa dimensión del silencio y la inmensidad sustentada sobre unas marcas frías o tibias de colores y en la fisicidad suficiente del relieve de la tierra y del agua, más la presencia viva exclusiva de algunos árboles y plantas, salvo esa ligera lagartija semejante a una grieta en una ventana (pg. 43) o algún ave rapaz distante en la altura (pg 10 y 11). Nadie más respira en ellas.
Los textos
poéticos de Álvaro Valverde afloran sin esfuerzo, por sintonía con este
“arte pobre” con el que reconoce darse su voz la mano. Son
dísticos, ya de por sí concisos y obligados a la mención limpia
del aforismo o el destello, que prescinden del ornamento, o de la
elaboración complicada, y escritos a partir de una manifestación
instantánea no filtrada, suficiente para poder hablar de lo que hay
en lo que casi no hay, desde la mera mención o enunciación
sustantiva de las cosas. Poética que consiste en nombrar lo más
cercano a lo suficiente y necesario, y pretender que el silencio
pueble al lector (y primero a quien lo escribe) de esa consciencia y
temblor ante lo que se es y se presiente en esa dimensión
desconcertante, y hasta desasosegante alguna vez, de estas cien
imágenes cuyo total recorrido es una vía purgativa para el que lo
realice antes de volver a su realidad de agitación y trampantojos.
No es lo mismo leer el libro a sorbos. Aconsejo la experiencia de leerlo
completo y sin interrupciones.
Álvaro
declara haberse “limitado a acompañar con versos, nuevos o ya
escritos en mis libros, esas imágenes”, donde la luz es
“melancólica”, “un tanto oscura y, en consecuencia,
misteriosa”, en las que ha encontrado la resonancia interior de la
melancolía y la tristeza. Su inspiración -y hablamos de un poeta
discretamente prolífico- entronca con su voluntad y convicción por
el despojamiento, presente ya en su voz desde Una
oculta razón, y acendrado en
la depuración expresiva de El
cuarto del siroco. Lo nombrado
en estos dísticos (cuya limitación impide expresar un complejo
desarrollo) se recibe con una resonancia de valor absoluto. La
libertad, el vuelo, el cielo, las aves... cualquier otro elemento o
dimensión mencionados se dan casi sin adjetivos o estos, de
aparecer, apenas matizan esa condición natural y no mediatizada de
la realidad y existencia, aquí libre y al margen de los cauces
habituales donde se busca la atención o bajo cuyo foco generalizado
la naturaleza sucumbe.
Son
elementos para la contemplación interior de quien sin otro fin y
desprendido de lo externo, se encuentra y bucea en ellos y hace ante
sí su reconocimiento. Su realidad y descripción es nombrarlos
estando solo ahí, delante de ellos, dando voz a un reflejo recogido
en nosotros. Ambos, el fotógrafo y el poeta lo hacen, desde el
propósito de enfrentarse a lo exento sin intervenir, expresando en
lo mínimo lo que están recibiendo. Por eso “No hay nada más
concreto / que lo abstracto.” O “La más humilde flor echa por
tierra / cualquier tratado en torno a la belleza.” Sumergirse en el
libro es un retirado viaje en el que advertimos que “Los tejados
ocultan esa vida / que sabemos que existe por debajo.” Y en el que,
al fin y al cabo, “Es esa luz que prende en la ginesta / la que al
cabo persigo.” Sorpresas, para el lector y el observador sensible,
muchas. Alicientes, todos. Las citas que he incluido no agotan la
frescura y la pluralidad de esta tarea tenaz de responder y dialogar
de cien maneras a cien imágenes que al captar el leve hilo que entrelaza la
vida con la muerte sobre lo que parece imperturbable no dejan de
inquietar. En el afán de alcanzar la esencia de las cosas, estas
fotografías y palabras nos permiten entrar a esos momentos donde no podemos librarnos de su condición, pero sí si querer ir más allá de lo que
atrapa el tiempo.
Extremamour, fotografías y poemas a Extremadura
Patrice Schreyer y Álvaro Valverde
Editora Regional de Extremadura, noviembre de 2022