viernes, 19 de julio de 2024

La muerte de Narciso

Desterré los espejos.
Su reflejo alejaba
el aroma del mundo,
la inmersión en su tacto,
el roce de su vuelo.
En la profundidad
del cristal frío
sólo salvé el destello
del sueño más despierto.
Rescaté la mirada
de esa noche sin fondo
en que es falso el hechizo
ajeno a lo distinto
y conduje esos ojos
abiertos hacia donde
lo incesante era el rostro
cotidiano del orbe,
su fulgor infinito,
su natural milagro.
El iris, como un lago,
se pobló de otros cielos
y anterior al ocaso
la luz, igual que un árbol,
a la sombra dio frutos.
Recogí sus semillas
y al dejarlas en tierra
creció en ellas la lluvia.
La casa siguió viva
para un futuro nuevo.
Al abrir la cancela,
el día resonaba
al abrazo del musgo.




domingo, 30 de junio de 2024

Trascender

Esperé al hielo
y lo bebí despacio
en sus racimos.

La muerte viene
desnuda en su avaricia
a por nosotros.

Aún no la espero.
Le ordeno que se calle
y al mundo cuide.

Mis ojos laten
incluso en la tristeza
del día más leve.

De él recojo
como un fruto silvestre
su aprendizaje. 


* (En la presentación de La imperfección de la belleza en Valladolid, Pedro Ojeda en su conversación subrayaba la importancia de leer para escribir. Y así es. Sin los poemas y fragmentos narrativos que había en mis libros escolares y que solían llamar mi atención mucho más que las lecciones mismas yo nunca hubiera sentido, tras la atracción de leerlos, la comezón de escribir aquellos endebles e insignificantes intentos. Porque la presencia de esos fragmentos literarios despertaban la aventura de la creatividad y el lenguaje más que la teoría que memorizar sobre cualquier autor, fuera Lope o Blas de Otero.

Ese fue uno de los designios de Ángel Campos al crear las Aulas de Literatura vinculadas a los institutos de bachillerato de Extremadura: llevar a los mejores autores contemporáneos ante los alumnos, a los que no se podía tratar como incapaces. Al revés, a los alumnos se les atrofia el gusto con la pseudoliteratura juvenil tan en boga, la mayoría de las veces de autores fracasados que suelen escribir por encargo y sin cuidado de la expresión o de los contenidos, pobres o insustanciales como las pasajeras modas de lo políticamente correcto. El buen gusto sólo se estimula con los grandes creadores que a esa edad -y a cualquiera- son el mejor modelo de elocuencia y valores, capaces de asentar con solvencia la orientación de los buenos lectores. Del rap y el reguetón no creo que surja un adulto sensible que aprecie luego a Amancio Prada o a Jordi Savall. Su oído -y seguramente algo más- se les ha atrofiado a estos adolescentes con la vulgaridad de estas composiciones al servicio del ruido y el adocenamiento, a cuyo bombardeo masivo han sido sometidosMás que nunca, disentir y sostener la excelencia es una obligación moral y exquisitez conveniente. Allá quien guste de otras cosas. Sin ligereza ni alas, no hay piedra que lanzada al aire se sostenga y por su naturaleza termine cayendo sin necesidad de combatirla. 

Lo cierto es que una parte de los poemas que escribimos surgen de la lectura de otros autores. Leer no sólo es una dedicación creativa sino una vía que estimula la creatividad. Nunca sé cuál será el próximo poema que podré escribir. Tras perfilar los detalles del último, queda el vértigo de si ese silencio va a durar unos días o apoderarse largo tiempo de nosotros. Sólo cuando, por débil e insegura que es, llega la sensación de algo que merodea para tomar forma lo anoto y, en actitud de escucha, le presto la atención y el trabajo que necesita. Con minuciosidad, con generosa paciencia. Porque ese mensaje (o dibujo, o composición) que nos pide paso a cualquiera de nosotros para salir es un acto de exploración o de autoconocimiento que tras el reto de lograrlo tal vez sea también valioso para otros. Este nuevo poema en haikus enlazados parte de un haiku y fotografía de Hilario Barrero [El curso acaba, / para algunos será / el último verano.] gustosamente leído en su blog a la entrada de este prometedor, y sólo por ahora, último verano.) 


lunes, 24 de junio de 2024

Picazas

Libres y esquivas
brincan dos urraquillas
sobre la hierba.

Hasta la infancia
van mis ojos tras ellas 
y no retornan.

La nieve vibra
y de ser flor sería
albor que vuela.

Sin atraparla,
al paso de la vida
la luz perdura.

Igual que el agua
lleva el gesto soñado
de quien refleja.


* (De un reciente viaje a Valladolid con motivo de presentar en la que fue mi antigua ciudad -donde se había editado- La imperfección de la belleza, al pasear de nuevo por sus lugares conocidos, algunos mucho más arbolados y acogedores para recorrerlos, me sorprendió más de una vez la presencia de estas urracas o picazas en distintos jardines, con esa elegancia inasible de su esbelto plumaje brillante a dos colores. No habituales en Mallorca, al cruzarme estas aves en medio de lo urbano, pude ir tras su imagen a ese reino ideal en donde nada pesa y la vida sucede ajena a cualquier sombra o roce. Así la sensación traída de vuelta de los buenos amigos con los que pude estar cerca.)


 

sábado, 15 de junio de 2024

Desvelo

                                                           a Hilario Barrero y Jesús Nariño

Después de lo vivido, qué ha quedado.
Al cabo de los años, aún qué espero.
La tierra era el lugar que amé sin alas
y entraba por mis ojos y mis manos.

Pasó la juventud con sus prodigios,
llegó la madurez sin deterioro.
La noche ardió por retener el fuego
que el sol al alba desplegaba mudo.

Hoy queda en mi memoria el fiel reflejo
del mundo y el color de los sentidos.
Me miro y sé que el tiempo fue sagrado.

Salvé lo que hasta al aire le era anhelo.
Pondría otra vez tu rostro junto al mío
antes de que el silencio borre todo.


* (A final de mayo, desde Brooklyn, salió el número 41 de los Cuadernos de Humo, revista personal que sostiene como ágora de poesía y amistad Hilario Barrero, tendida entre su colorido y plural Nueva York al que llegó hace tantos años y los cielos en torno de su Zocodover y Santo Tomé natal. Al recibir su invitación en febrero para participar con un poema inédito, un viaje en coche por la isla, donde tantas veces al conducir me abstraigo en su luz y su paisaje, dio pie a esta reflexión que me vino como unas palabras que oyera de su boca, pero que en el fondo hablan también del poeta mismo o podría hacer suyas cualquier lector posible. Este Cuaderno de Humo sale en mayo pese a la fecha impresa de julio, en la que ya en 2021 celebró el 50 aniversario de otro 7 de julio con la entrega de Siete poemas del deterioro, unos poemas de factura bellísima con la desnudez implacable y la conciencia del contraluz duro del tiempo, dueño de tantas "grietas invisibles", al que se quisiera rogar "un final menos agrio", cuando "ahora somos dos sombras" en "el curso de la noche", tan poderosa siempre que fue alto refugio para amarse. Ninguno de quienes queremos a estos dos amigos que suelen añorar el viejo mundo y nos comparten los colores vitales de la orilla del nuevo en el que viven, nos sentimos al margen de ese abanico de sentido y temblores que leemos en cualquier poema de esta travesía personal del tiempo y el deseo, testimonio de la fragilidad anhelante y sin embargo valiente que nos toca.)
  





                                                                         
fotografías de Hilario Barrero

domingo, 9 de junio de 2024

Celaje

                              a Pedro Ojeda Escudero

Bajo el sol matinal
de unos cielos volubles
hoy con nubes dispersas
veo caer -brevísimo el instante-
unas gotas de lluvia
que salpican
-ligera acuosidad
que la brisa nos deja-
y traslucen el mar
al fundirse en la piel
por ser salobres.


* (Hay poemas que dejamos en reposo un tiempo por afinar unas palabras y a la espera de calibrar su consistencia. Este es parte de los apuntes rápidos que no buscan una mayor reflexión. Este año, tras un invierno seco y demasiado templado, las lluvias han caído desde abril hasta mayo, y cada día que llegaban miraba en mi pluviómetro la marca de su pequeño caudal y su repercusión inmediata en el verdor de las hierbas del campo. Unas pocas gotas caídas paseando bajo un cielo ralo de nubes abrió estas sensaciones del agua al respirar su humedad en lo pasajero del momento. Suficiente para que en el aire y la piel quedara abierta esa dimensión sensorial por la que entramos a lo intemporal al sentir lo imprevisto.)
  

  

martes, 28 de mayo de 2024

La inmensidad de las pequeñas cosas

No había leído hasta ahora nada de la poesía de Diego Fernández Magdaleno. Lo conocí por un inesperado detalle suyo hace años cuando subió a internet un vídeo leyendo un poema mío, La frontera del agua, que tal vez simbolice más de lo pretendido, porque hay palabras con vida que por siempre se buscan. Tras recibir Ausencias en camino, tomé unas notas con la satisfacción de su lectura para trazarme el mapa de un libro que me atrajo por su lenguaje y del que no disponía de ninguna referencia de su composición y motivo. Sigo pensando que es un libro que transmite tanto o más con lo que no nos dice porque sabe llegar a quien lo entiende desde una actitud de vaciamiento y escucha. Escribí esto:

El libro es una miniatura. Como una pieza de cámara para escucharla a solas o una serie de estampas cercanas a la elementalidad del haiku, con la ligereza de lo breve y el ritmo de lo impar casi nunca mayor que el heptasílabo. 

Un libro íntimo, con el recogimiento de lo que se rememora con deuda y devoción hacia quienes se nos han diluido en la vida. Parece hablar de despedidas en las que se concita la muerte y el amor. O se dirige hacia los más cercanos con quienes se comparten las más seguras sensaciones del encuentro cotidiano, y por eso gozoso. En esa dimensión inmaterial del sentir en la que se estilizan las vivencias, o lo que queda de ellas, se evoca con la ligereza del trasluz o de una veladura, pues su entidad va unida ya al vacío, con el tono confidencial donde basta salvar unos destellos "y así caen las palabras / al abrir vuestras manos." 

Se asiste a una memoria. Por eso, "vuelve la muerte / a ser un manantial, /cómo son las cenizas / aliento que no cesa." Quien aspira a la vida convierte en vida las huellas que hace propias de aquellos que recuerda. 

Un intermedio, que recibe el nombre de Reflejos, elige cinco personajes de la literatura atravesados por la alta sensibilidad en sus manifestaciones: Leopardi, Emily Dickinson, Virginia Woolf, Sylvia Plath y Francisco Pino.

Y en su cierre, Última luz, el mínimo lenguaje nos conduce, como en el despojamiento religioso, a esos lugares interiores donde la hondura de lo que se intuye se da en la desnudez de lo inefable. Ausencias en camino entona con unos pocos signos esenciales la dulzura y a la vez el dolor por todo lo incompleto que nuestro ser al encarnar aspira e interiormente de por vida busca. 

Se nos habla de "Quien olvida la sed / pero recuerda el agua". Ser capaz de alcanzar esta virtud o al menos disponerse en la actitud que hacia ella conduce, supone reconocer la cercanía de la fuente que mana allá a donde miras y, en esa totalidad abarcadora de la vida, nada de lo perdido en el presente cesa, pues es vivido en él como presencia. Hacia el final "en esa fuente / que da más sed" -la de la vida limitada- se nos desvela, desde la indefensión de la inocencia, la figura a quien invoca: "papá, / cuando despierto."

¿La luz del mundo puede caber en unas pocas pinceladas? Como en todo poeta que lo concibe y que se arriesga, la voz de Diego Fernández Magdaleno lo procura al compartirnos estos interiores sobre unas mínimas referencias concretas. Esa esencialidad hacia lo desnudo de su expresión pretende no interferir en lo que desde el silencio aflora, y desde ahí recobra su impalpable figura. De modo que la ausencia ahonda su dimensión tras las palabras mínimas que nos conducen -tras un cauce, un camino y una casa- de nuevo a un silencio que agranda su sentido al terminar los poemas. 

Ausencias en camino
Diego Fernández Magdaleno
Editorial Páramo, mayo de 2024
  
fotografía de la presentación de Ausencias en camino en la Librería Oletvm de Valladolid.


domingo, 12 de mayo de 2024

Sombra viva

                                   Aquella voluntad honesta y pura
                                             (Garcilaso, égloga tercera)

 
A quien la soledad sin más deshoja
el brillo y el color de la mejilla
mientras que se desliza por su mano
la tez de una invisible y honda ausencia,

cómo poderle mitigar el duelo
o sostenerle el corazón que inclina
si nadie puede consolar el frío
que esculpe el tiempo amado que ya es fuga. 

Las lágrimas descienden cada noche
al aroma de un patio en el que vaga
la imagen de dos almas y un silencio
capaz de resonar bajo la tierra. 

Te vi llegar al pie de la alegría
que aunque no estés se refugió en mi boca.
El sauce oscila siempre su verdura
y el día renuncia ante él a la desdicha.


* (Recuerdo cuando en segundo de carrera comencé a leer a Garcilaso, el asombro que me causó su sensibilidad hendida de un idealismo amoroso y melancólico -en este ámbito, la separación y el dolor ha inspirado más veces poemas muy intensos que los debidos al disfrute y el gozo- y la musicalidad de sus versos. Ese clasicismo fue capaz de levantar un canon hoy todavía atrayente cimentado sobre la selección del lenguaje poético y el lirismo al servicio de convertir el impulso vivido o anhelado en una plasmación de lo armónico donde lo musical y la naturaleza se conjugaban para ennoblecer ese empeño. Lo amoroso -como en las edades del hombre- es un espacio presente y casi ineludible en el comienzo de todo movimiento creativo, y así las jarchas son un claro testimonio elemental de ese origen. Estamos al principio de nuestro Renacimiento, y allí un poeta joven de aprendizaje petrarquista expone la suavidad de su ansiado paraíso con la virtud de las letras que consagran lo que la realidad y las armas no le dieron.

En aquel momento universitario, estas y otras lecturas más actuales me impulsaron a escribir unos pocos poemas recogidos bajo el rótulo de El asedio del agua en los que me acerqué a esta sensibilidad en la que quise conjugar lo poético con lo narrativo sin renunciar al lirismo y el placer de lo estético. El adentrarme en un borrador nuevo como este me ha devuelto a aquel tiempo. 

Se nos olvida a veces que el lenguaje genera realidad y que el poema es una creación donde la realidad nombrada no existe más que en el cuerpo y espacio propio de esa secuencia expresiva, sin derivar de otra referencia donde pudo apoyarse al tomar forma, aunque tal vez en la universalidad que ese lienzo despliega pudiera estar captando un reflejo invisible de una vivencia acaecida a otros. Porque la palabra anticipa o se amolda a una tácita e intuida vivencia que el sentir comunica. Y el creador antes que nada escucha. Con el tiempo, poemas como este que salvamos del pozo de otros borradores interrumpidos o imperfectos quizás sigan diciendo algo o también se descarten como un noble ejercicio fallido de una tarde valiosa.)
 
 
     fotografía de Carmen Fernández-Daza, del patio de su casa familiar en Almendralejo