Su escritura, desde que Ángel decidió publicar su primer libro, La ciudad blanca, a los 31 años, descartando dar a conocer los anteriores, fue conscientemente elaborada desde una palabra y expresión despojada y diáfana, adecuada para acoger la vida de otro modo, es decir, a salvo de sus sombras, de su fugacidad, del daño y el sinsentido, de tal modo que, al acceder a la vibración de su lectura se contagiara en nosotros, como en un acto iniciático, esa capacidad de adquirir una visión alentadora y serena de lo contemplado y sentido no de otro modo que el de la paz del corazón. Y desde ahí, ello fuera posible a cada lector en adelante para que así llegase a la vida y a cada uno. Gracias a la literatura -más aún, a la poesía- sucedía este logro. La escritura más inerme contenía sin decirlo una revolución, la del renacimiento, al rendirse ante la verdad, la belleza, el sentir y la elementalidad de las cosas, sin esfuerzo.
Porque ese y no otro era el primer impulso o motor de lo que escribía Ángel tanto cuando reflejaba el espacio geográfico que le rodeaba desde el gozo sereno de su contemplación y esencial reconocimiento -Lisboa, el Guadiana, Jola, los pájaros, el aire...- como cuando acudía a la mención y recuerdo de sus seres más queridos, en poemas que permanecen como un álbum abierto de sus vivencias más sinceras y vulnerables volcadas ante la soledad de la escritura y la noche, en la desprotección de amar ante todas las cosas, donde nos habla desde la felicidad y la admiración más entregada a sus seres queridos, pero también desde la desposesión y el temblor de sentirse en deuda con ellos algunas veces. Poemas tan bellos como los que brindó a su madre, a su pareja, a sus hijas, pero también a sus amigos y autores leídos (el otro gran amigo encontrado en los libros sin el que un escritor y un lector no sería él mismo y por el que accede a ir más lejos). Y Ángel era un hombre abierto al horizonte, como demostró en su dimensión de admiración y apertura portuguesa.
Leer a Ángel supone, como en lo mejor del carácter de la buena gente de Extremadura acogedora siempre, atreverse a cambiar y deshacer toda esa rigidez de creencias que no nos llevan nunca a ningún sitio salvo a estar divididos. Hoy su nombre nos sigue convocando porque él percibió que la unidad era el fondo que está detrás de todos los detalles y personas, es decir, de la vida. Ángel fue un grande, un sensitivo, posiblemente le queremos porque sigue siendo el espejo mejor para seguir sacando lo mejor de nosotros. Antonio Machado, en su autorretrato escribió: “soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Ese era todo el recorrido que descubrir mientras vivimos. Y por eso la memoria de Ángel nos conmueve y podemos sentir que le queremos. Que es querernos un poquito a nosotros, con la falta que hace y que tanto parece que le cuesta a este mundo.
Artá, 20.noviembre.2024
TE PERCIBO EN EL AIRE
La brisa configura
al moverse tu nombre.
Las palabras recuerdan,
como el agua, su origen.
Y lo mismo que el agua,
las palabras se impregnan
de aquel que las invoca.
Como somos resuenan.
En ellas todo cabe,
pero eliges tu forma.
Una dulce mirada
las hace diferentes,
una sabia manera
de acoger lo que dicen.
Artá, 4.marzo.2022
* (Agradezco haber sido invitado a participar en este encuentro en recuerdo de Ángel Campos Pámpano como celebran cada año con indesmayable afecto sus amigos y paisanos de San Vicente de Alcántara en el aniversario de su fallecimiento, permitiéndome ser en la distancia uno de ellos. Esto es lo que redacté con urgencia, para compartir lo aprendido de su sostenida memoria. Con el deseo de acudir algún año y vernos.)