Esas horas, a la puesta del sol,
tan silenciosas, de tenue impermanencia,
no necesariamente a solas,
porque todo acompaña en esa magia
en que el tiempo se esfuma
y algo indecible se hace vivamente presente
en la serenidad que te rodea
mientras contemplas flotante la amplitud
del horizonte extrañamente quieto,
en esa tamizada luz en la que nada huye,
al contrario, se aquieta,
incluso la respiración, que se percibe más,
y ante ti, esa inmovilidad
de lo habitualmente gradual y sucesivo,
ahora en cambio inusualmente estático,
te hace sentir en una extraña dimensión
y simultaneidad de tantas sensaciones
que a la vez se abalanzan y se ordenan.
Hasta que, antes de proseguir, tomas una fotografía
de ese momento irrepetible y revelado
con que dejar constancia del asombro
de una totalidad inesperada;
y así, igual que cuando ves
una burbuja de jabón espejeante
ante la luz que sin rozarla explota,
nadie pueda negarte luego
como se niegan tantas cosas
puras y verdaderas, sencillamente claras y vividas.
Sigues absorto en lo que pocas veces
sucede -suele ser en verano, al concluir
algunos días cálidos en la naturaleza-
y al repetirse asistes.
Y quien lo mira es parte de un sentir
y una experiencia paralela. Así al volver
desde esa magnitud a la noche tranquila
en que el cuerpo que ha salido del mar
acude a casa a pie a través de un sendero
en el que el aire es cálido y se adensa,
hay veces en que más tarde al descansar
también se entra a esa otra región del sueño
similar al olvido donde el alma descansa
sin el peso adherido de las horas.
Esos limpios momentos no nacen de la búsqueda,
se abren sin esperarlo ante esa orquesta
gigante y minuciosa de los rescoldos del estío.
Y en esa sintonía, libre de pretensión y tácita,
el orbe deposita sobre el aire su impronta
también en una imagen sonora sostenida
como el rumor primario de las cosas.
E igual que cuando zumban las cigarras
adentro de un pinar anclado
junto al azul en calma de la mar,
recibes esta callada resonancia
como un claro certero en la memoria
al que poder nombrar y recrearlo
en su fugacidad ignota y sabia
donde lo contemplado y quien lo observa
son lo mismo, y al contarlo pudieras
parar de nuevo el tiempo que nos borra,
tomar de esa verdad otra forma de vida.
1 comentario:
Éste poema es como un susurro al atardecer de vivencias sentidas.
Gracias Carlos, por captar con tanta sensibilidad, esa secuencia vivida.
Publicar un comentario