Un labio que cruzara entre dos nubes.
Así tu corazón se nos despide.
Sobre la tibia tierra de encinares
y los olivos de templanza antigua,
bajo un rincón al sol será la cuna
de quien gustó del mar y el mediodía,
la tierna mansedumbre y la querencia
de dibujarnos cuando hablaba
la luz de las macetas,
los cantares,
la mano femenina en las labores,
la mirada traviesa,
el frescor de la cal y el agua limpia:
el origen, la casa, aquella infancia.
Viviste, luego escribes. Nos quedas en palabras.
Desde el anhelo de la fe y la vida,
en la hora grave y a la vez serena,
ya desnudo de niebla, ante tu casa
natal a la que llamas... oyes, hay un rumor,
te esperan, ¡qué impaciencia!,
flor es mayo, como un reloj
tu adiós se hace perfil de alcobas
-oh inminencia frutal, libre llanura-,
alrededor elevas tu mirada,
y todo lo que ves así está bien, y aceptas.