miércoles, 28 de marzo de 2012

Advertencia

De pronto unas palabras
dignas de rescatarse.
Y dichas para nadie
sólo las leen tus ojos.
Deja que sea el olvido
quien así las disperse.
Porque quien las conozca
percibirá por siempre
el daño que perdura
sobre la piel del aire.
Hay veces que lo escrito
no busca permanencia
como ocurre en las voces.
Si lees estos confines,
en su silencio huye.
No menciones la herida
por más que la belleza
de su nombre te hechice.
 

miércoles, 21 de marzo de 2012

Meditación del asolado

                                                               a Aníbal Núñez
 
Interrupción del gozo, mapa
extraño, y qué lo sobrevuela.
Cartón mojado el cielo,
fría casa,
tizna el quemado cardo
y, sin embargo, sentencia esta quietud:
el tiempo ya se ha ido
de ti
y, entre tus ojos, líneas en distorsión
cercan el humo.
 
 

* (Supe de Aníbal Núñez años antes de conocerlo por María Rosa Vicente, en un encuentro ya mencionado que con el tiempo se vuelve más valioso. Su huella y admiración literaria siguiente la recibí, en su poesía y trato, de un autor arriesgado, cordial en sus perfiles geométricos, y no ortodoxo o asimilable también como Felipe Núñez. No fue el único que hacia él me condujo; podría hacerse el relato de su relación literaria con Extremadura, por ejemplo. En su escritura hubo, por autoridad y el rigor de su voz, secreta escuela. O temida certeza: qué decir después de quien dueño de ese saber y demolición fue capaz de una palabra exigente y tan lúcida: aceptarla o volver al reino de la conformidad y las simulaciones. No era un poeta más: inauguraba un trazado que, para fortuna nuestra, culminaba en sí mismo, fue su apuesta. Una obra pulida como joya geológica. Un sentido, a la vez, escéptico de historias. En Salamanca me crucé en ocasiones con él en mis visitas de fin de semana desde Valladolid, donde lo encontrabas como las corrientes de aire o los rituales sabidos en ciertas calles y bares. Nunca hablamos de poesía ni nos presentamos como pretenciosos aspirantes a algo. Él se acercaba a las conversaciones con su inquietud y acidez burlesca para desaparecer y seguir sumergiéndose y reapareciendo a lo largo de la noche. Se sabía quién era, bajaba de su taller del hechicero a las calles de una ciudad especial y atrapada en su saber y su arte, sus señales diluidas de alquimia y su cercanía a una naturaleza mirada con extraño orden a pie del Tormes. Aparente abandono para quien supiera leerlo. En sólo cuatro décadas (1944-1987), trazó un edificio con destellos de un canto sobrado del esplendor de las tormentas y el alarde y descrédito de cualquier habilidad y técnica no ajena a él con la que inquirir lo heredado, y consciente en el fondo de la fuerza no derrotable del tiempo. Poseía un conocimiento y fascinación de lo físico, ante cuya mineralidad sucumbía y se des[integraba] -como en él- lo humano. Al menos, en esa materialidad lo perduramos.)
 

lunes, 12 de marzo de 2012

Certidumbre

                                            ¡Cuánto silencio mío!
                                            Tomás Sánchez Santiago
 
Mira el mar azulándose...
¿Quién puso en nuestros ojos
cielos petrificados, esas oscuras aves
del rigor de la muerte?
He ahí los colores que no ha arruinado nadie.
¿Quién nos dijo "no eres"
o cegaba los nombres?
Luces que de repente sin cesar amanecen,
lluvias y sensaciones de raíces que nacen...
Sin embargo, la noche de ti no se descose.
Bájala de tu espalda sobre el tiempo lacustre,
que la vida ya sabe y la luz nos merece.
 
 

* (De este poema de mayo de 2002, nacido a partir de esta poderosa expresión que estaba en una carta de Tomás S. Santiago, lo que no suponía es que iba a dar nombre a un periodo de seis años de ausencia de cualquier otra escritura poética. Hasta que la noticia del fallecimiento de Ángel Campos, desconcertante, inesperada, por encima del mucho tiempo en que no nos habíamos visto ni sabido uno del otro, me hizo escribir de nuevo. Un movimiento interrumpido. ¡Cuántas veces, pese a ser este un territorio deseado o propio! Me acaba de llegar por Tomás la antología salmantina de Ángel. Y con ella, esta selección de su cercana voz alzada como el trazo limpio de un círculo y con la forma apacible de la caída de la lluvia. Algo en común podría acogernos bajo aquel prodigioso primer verso de la obra de Claudio, Siempre la claridad viene del cielo, a los lectores y poesía de Ángel. Una poesía que nace, en su parte de naturaleza pictórica, de la profundidad de la mirada. Tal vez, también, de la memoria pero, sobre todo, me llama su voluntad de ampliar hacia lo intemporal el presente, o de dejar un mundo a salvo en la manera de disponer las palabras. El pasado se asoma, o se reclama, arropado de la orfandad por la raíz de su sentido fundacional y afectivo; pero Ángel, ante la sensación inmediata del presente, hace que ese espacio y vivencia se abran en la sencilla magnitud de una materia liberada -por la palabra elegida- del posible pesar o su deriva en el tiempo: esa clara costumbre de los ríos / de morir en el agua o en el aire. Bien pronto concibió el cuidado de ese lugar accesible en la cualidad del poema.)
  

miércoles, 7 de marzo de 2012

Vasijas

                             (con el recuerdo y lectura de José Jiménez Lozano)
 
En la memoria
reposan
huellas como vasijas
del resto de la vida.
¡Si la vida cupiera
en ánforas más limpias y sin forma!
Haz de una red
mirada con hilos de inocencia.
Que en ti quede la dicha
o una brisa ligera.
Que no atrapes ya nada.
Como un zorzal que cruza,
mira la tarde sostenerse
en la luz que tú creas.
 
 

* (En abril del 98, cuando aún faltaban unos años para que fuera construido el Ave a Valladolid que ha convertido en una hora la distancia con Madrid, yendo de viaje hacia allí en un más reposado tren de entonces y recién leído el libro Tantas devastaciones de Jiménez Lozano, por el que conocimos su escritura poética y del que recuerdo su sensación de la dureza de la vida por la mano del hombre, escribí este poema durante el viaje con la aspiración, por contraste, a esa armonía apacible no reducida a derrota, y que por las ventanas de aquel vagón devolvía con tanta rotundidad la claridad de la naturaleza.)