deja por esta calle curva, antigua,
más que desolación llama
e incógnita. En la pared que nadie advierte,
la cal que se deshace
como lluvia.
* (Para cerrar el año, y estando ahora de nuevo ante el invierno en las calles de Valladolid que fueron su fondo, valga este poema que a su vez concluía Las horas próximas. Algo así como volver a aquel momento iniciado en los últimos meses de 1985 y remover el aliento de niebla de aquellos paseos nocturnos, helados, por calles sin grandeza que llevaban al río o a cualquier otro rincón de la ciudad superviviente de otro tiempo. Como si fuera un brindis -hoy que habrá tantos-, alzo el abrigo de lo íntimo por todo lo menor y persistente, como la fragilidad de esta órbita que quiso diluirse con el frío. Un verso final de aquel libro decía "se abre el mar entre calles". Con varios años de antelación, la escritura poética ya sabía de la inesperada geografía insular que pasaría a ser mi residencia. La palabra no sólo rescataba lo mejor sino que anticipaba la vida.)