lunes, 5 de diciembre de 2011

Arroyo claro

Hay días marcados por la desorientación de sentirnos en terreno de nadie. Sin tener claro el sabor de lo nuevo que hacer o el gusto de reencontrar lo ya hecho. Posiblemente son días que desean otros ritmos, o cambiar los espacios y abrirlos, o sencillamente salir y dejar todo un tiempo y no pensar ni exigirnos mucho. Son días en que el cuerpo necesita otro anclaje que todavía desconocemos, para lo que no resulta adecuado someterlo a un afán de logros y compromisos. Tan sencillo como saber salir de la exigencia de cualquier hábito conocido y esfuerzo, porque en lo que intentamos sentimos el sello de un malestar, o de un lejano olvido que, de donde proviene, a la vez nos conduce a nosotros mismos, sin ningún premio o satisfacción de momento. Todo esto para hablar de un descanso más allá de lo físico. El que nos lleva a la claridad de respirar en un paseo al aire libre, o el que otorga el silencio con el que remansamos la aparición -habitable- de estos túneles. Son los días en los que el extraño que somos ha llamado a la puerta para caer en la cuenta de algo y nos vuelven las sombras de las baladas de Lorca en boca de los niños. (1) 
 
 
* (Con la colaboración de hoy se cumplen cien entradas de este blog. Desde hace unos días incubaba la incapacidad de saber seleccionar la de esta fecha. No encontraba ni un texto nuevo ni tampoco uno hecho, ya reciente o antiguo, con el que sentirme a gusto. Como la fiebre, debido a estados subjetivos. Y un blog tiene su parte de diario. Al final dejo esta reflexión de hoy mismo, que pone nombre a un estado real e indefinido, y a la vez persistente y pasajero. Sabiendo que la vida no es una foto fija, y que su recorrido y mudanza nos obliga a sentirla antes de esa costumbre de atraparla en conceptos.)
  

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