Frente a la magnitud
de lo no compartido:
la cristalización
mineral
de las horas,
la soledad
que oxida
su cuchillo
incisivo,
la corteza amarilla
de las mudas palabras,
y
porque sólo la muerte
perdura
en su desgarro,
ha de soplar el viento
muchos años y noches,
muchos cielos y espacios,
mucho abismo y silencio,
antes que nada pueda
arañar esta tarde
y borrar sus reflejos
de arbolada corriente,
el rescoldo profundo
de cada movimiento,
o cegar el destello
vertical de los bosques
aquí donde,
retenido en los pétalos,
el océano sucumbe
al latido terrestre
de un sol negro y volcánico.
miércoles, 29 de agosto de 2018
martes, 21 de agosto de 2018
Poniente
Traspasa el mar
un pájaro de fuego
hacia el ocaso.
Su vuelo llega
y arde sobre la voz
del horizonte.
Cuando se hunde,
un líquido topacio
inunda el pecho.
En la penumbra,
tras el humo salobre
se borra el aire.
fotografía de Carlos Marzal, tomada de FB
un pájaro de fuego
hacia el ocaso.
Su vuelo llega
y arde sobre la voz
del horizonte.
Cuando se hunde,
un líquido topacio
inunda el pecho.
En la penumbra,
tras el humo salobre
se borra el aire.
lunes, 13 de agosto de 2018
Faltaba su lugar
Bastaba con sentir.
No hacía falta hacer nada.
Ni siquiera palabras.
Era el lugar
en el cual
ves llegar
las gaviotas
y flotan como voces
restos de algas.
Salí del mar
para extender mi cuerpo,
felizmente empapado,
recibiendo la brisa,
a ras de arena.
Respirando
del sol,
brillante
sobre quienes
también lo recibían
desde la espuma de las olas
y el salitre esencial
al mediodía.
Te entregabas
a la quietud del movimiento
a la vez que, crecida,
en el rumor del mar
cada señal
brillaba sin cadencia.
Y era todo al alcance
a un lado y otro,
en lo que ves y sientes,
te rodea y te impregna,
fuera y dentro.
De modo que en silencio,
oyendo el palpitar,
el cuerpo adquiere
el vigor de la roca,
la flexibilidad del verde
de unas plantas
alzadas justo allí
en las aristas
en vertical sobre las olas,
o cualquier sensación
abierta en el espacio
a esa hora de humedad y destellos,
aérea como cumbre,
en donde el interior se abisma
en lo que existe con derroche.
Porque llega a doler sentir
tanto fulgor como pureza.
Todo colma a la altura
en la que lo que ves
se transparenta
y se revela en las formas
plenas de claridad
que hasta a ti chocan
para permanecer aquí y ahora
no sólo un tiempo justo y limitado
sino más, cuando quieras.
Ese era el regalo que sabías:
que el sol no cesa,
ni el aire nunca falta,
ni tú vas a perder apenas nada.
Lo que anhelas, recíbelo.
Sin ti faltaba su lugar, el centro
capaz de su memoria,
la consciencia
por la que el mundo
es mundo
y, de repente, sin vuelta,
te asombra
sobre el tiempo
que detiene su marca.
Ahora ya en ti, la luz
entiende y puede verse
en el sentido que guardaba
para ti cada cosa
y ser por eso incluso diferente.
La vida estaba ahí,
sin medida y sencilla,
en esa invitación a descubrirla
como el que deja que la nieve
le incendie
la sed de la inocencia,
la voluntad de inaugurarla.
Y ahora te toca,
en el correr del agua,
no decirle que no,
pues todo está y lo ves
lejos de la separación
del dolor y la ausencia,
de lo que era en el rostro
la cicatriz profunda
de lo que se perdía
y limitaba, y ya
no importa.
No hacía falta hacer nada.
Ni siquiera palabras.
Era el lugar
en el cual
ves llegar
las gaviotas
y flotan como voces
restos de algas.
Salí del mar
para extender mi cuerpo,
felizmente empapado,
recibiendo la brisa,
a ras de arena.
Respirando
del sol,
brillante
sobre quienes
también lo recibían
desde la espuma de las olas
y el salitre esencial
al mediodía.
Te entregabas
a la quietud del movimiento
a la vez que, crecida,
en el rumor del mar
cada señal
brillaba sin cadencia.
Y era todo al alcance
a un lado y otro,
en lo que ves y sientes,
te rodea y te impregna,
fuera y dentro.
De modo que en silencio,
oyendo el palpitar,
el cuerpo adquiere
el vigor de la roca,
la flexibilidad del verde
de unas plantas
alzadas justo allí
en las aristas
en vertical sobre las olas,
o cualquier sensación
abierta en el espacio
a esa hora de humedad y destellos,
aérea como cumbre,
en donde el interior se abisma
en lo que existe con derroche.
Porque llega a doler sentir
tanto fulgor como pureza.
Todo colma a la altura
en la que lo que ves
se transparenta
y se revela en las formas
plenas de claridad
que hasta a ti chocan
para permanecer aquí y ahora
no sólo un tiempo justo y limitado
sino más, cuando quieras.
Ese era el regalo que sabías:
que el sol no cesa,
ni el aire nunca falta,
ni tú vas a perder apenas nada.
Lo que anhelas, recíbelo.
Sin ti faltaba su lugar, el centro
capaz de su memoria,
la consciencia
por la que el mundo
es mundo
y, de repente, sin vuelta,
te asombra
sobre el tiempo
que detiene su marca.
Ahora ya en ti, la luz
entiende y puede verse
en el sentido que guardaba
para ti cada cosa
y ser por eso incluso diferente.
La vida estaba ahí,
sin medida y sencilla,
en esa invitación a descubrirla
como el que deja que la nieve
le incendie
la sed de la inocencia,
la voluntad de inaugurarla.
Y ahora te toca,
en el correr del agua,
no decirle que no,
pues todo está y lo ves
lejos de la separación
del dolor y la ausencia,
de lo que era en el rostro
la cicatriz profunda
de lo que se perdía
y limitaba, y ya
no importa.
domingo, 5 de agosto de 2018
Latitud
Ser mero espectador.
Celebro que tú existas.
La humana geometría
que despliega en el aire
la curvatura ágil
de unos tonos intactos
serenos de belleza.
Como el brote que elige
arriesgado en lo árido
ser así y valerse
de la luz simplemente.
No cuesta contemplarte.
Y cada vez que paso
junto al verdor que lame
la humedad de la tarde,
en su color reside
la bondad de una fuente.
Su figura es pericia
sostenida en lo mínimo
de vivir sin declive.
En tu mirada extiendes
un frágil universo
labrado en lo minúsculo
de un mundo inmarcesible
que pocos más conocen.
De la delicadeza
una casa construyes.
Sin embargo, tú eres
su último reflejo.
Puedo oler los jardines
que leyeron tus ojos
y vivir de otro modo
un sinfín de detalles.
Recrean las palabras
otra forma de vida
nítida y exquisita.
En tu reino encendido
sólo cabe el anhelo
de lo más elevado
y raudo en su destello.
Quien rozara tus manos
marchitaría su vuelo
inaccesible al tacto.
A salvo en tus cuadernos
tocaron otro espacio
por encima del tiempo
del caos y el artificio.
Mientras el día sigue,
los colores del agua
salpican el camino
como el paso del cielo
se mezcla con los rostros
del azar y el deseo
en las ondas de un cauce:
su dorado reflejo
perdura sin rendirse,
atraviesa lo escrito.
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