sábado, 24 de junio de 2017

Ceremonia de San Juan ante el agua

                                       a Hilario Barrero
 
Atardecer de arena,
ligeros cielos cárdenos,
contraste elemental en la tierra y el aire
del color y las formas
expuestas como ofrendas
a los pocos que siguen
ante el agua. 
Si apuras del solsticio sus antorchas,
el sonido del mar,
más intenso a mi espalda,
sin verlo está más próximo.
Nítidas sensaciones.
La piel es la guarida
para el asalto en calma de la brisa
a un rastro de gaviotas
que en nada al cielo estorban.
Queda el vuelo en sus huellas,
tatuada escritura sobre tierra,
geométrica, sin alas, simple y libre.
Al respirar, la playa es parte tuya,
pulso adentro resuena
y ahora es el mar que está donde tú estabas,
y se funde al hablar, y en ti se ondula
todo aquello que ves hasta envolverte
en el vaivén del agua,
y a la vez su rumor por tu voz llega.
A la orilla baja un hombre desnudo
a sumergir su cuerpo entre las olas
y en silencio bucea
hasta un fondo esmeralda
sorprendido, duradero en la tarde,
nítido en el girar de su braceo
y un perfil de burbujas cuando avanza
platea el movimiento
del prisma de su rostro
al cortar en el agua.
Nada con importancia
se enreda entre sus piernas
cuando roza las algas 
y en la quietud templada
del agua que se azula ante la noche
se desliza en un tibio zafiro
que refleja aún la fuerza
de la luz sostenida 
desde su inmensa llama,
del orbe de esta playa donde, 
como si fuera un valle, un bosque inextinguido
o un corazón capaz de confianza,
llega a aplazarse el frío, y la duda y su sombra.
  

jueves, 8 de junio de 2017

Últimas luces

                                       a Luis Llorente

Donde la luna me derrote
bajaré al fondo del silencio,
vencido pulso de un espacio
desdibujado contra el rostro
de la pasión más libre. Tanto,
que sostenerla dentro quiebre
la paz del mármol de las fuentes
y la emoción del labio jadeante
y triste. Es la ciudad un copo
de vilanos que vuelan y se 
pierden. En donde se persiguen
el eco presentido, el golpe
y la belleza de lo incierto
que en lo fugaz lo eterno funde. 
El corazón vencido sabe
que dio cobijo a un sol que huye.
Y en lo que calla el aire, rompe.

 

* (Recuerdo a Luis Arroyo en sus clases de bachillerato hablarnos de la originalidad del eneasílabo y de cómo en nuestro siglo veinte José Hierro era uno de sus escasos y fieles cultivadores. El otro día, en una conversación con mi entrañable amigo segoviano Luis Llorente -que fue a su vez amigo de Luis Javier Moreno, discreto entre los grandes-, y lector insaciable que gusta de volver regularmente a nuestros clásicos, hablamos precisamente de este metro. Con lo que, a continuación, me puse, sin querer, a intentarlo. Costaba, teniendo hecho el oído al endecasílabo y al resto de sus combinaciones de cuatro, cinco, siete con que se articula libremente. Luego, el sentir puso el resto. Se escribe -cuando se escribe bien- desde la intuición, y la belleza al vivir en ocasiones es tan intensa que duele. Porque aspiramos como humildes dioses a vencer la muerte. Habrá que no olvidar el eneasílabo. Todo, lo literario y lo vital, mientras haya alguien dispuesto a estar ahí y recogerlo, es sencillo y posible. Porque sentido siempre tiene. Al menos, hemos venido a superar ciertos retos y límites.)
 

sábado, 3 de junio de 2017

Selva

Tú sabes hablar lenguas que yo no.
Sabes amar, huir y ser sincera.
Porque te escondes no, porque cobijas
una fogata con tu risa y forma
y la perseverancia de los días de lluvia
cuando resbala por tu cuerpo a tierra.
Ante tus pies coloco piedras lisas
que sé que son monedas y señales que escuchas
para contar leyendas y el origen del día.
Si a tu mano se acerca lo que tocas,
una canción de ausencia se convierte
en suave primavera y voz de niña,
mientras cierro los ojos y en el sueño
una mujer dormida me despeina.
 

 
* (Cuando llegué a Mallorca en septiembre de 1992 entré por Selva, uno de los lugares más singulares de esta isla, donde viví quince días en el Carrer de la Llum, número 1, en casa de una antigua y exquisita amiga de los años de estudio en la carrera hasta que encontré en Artá la mía, y aquel fue el mejor modo de llegar a esta tierra. A Selva, en la antepuerta de la Tramuntana, vuelvo con alguna frecuencia por el camino de subida a Lluc desde Inca. Este poema es un recuerdo y homenaje. Todo encuentro en la vida es un reencuentro, pues todo es movimiento y confluencia, o todo lo que se aleja un día vuelve y, como ya he contado, hay órbitas que a cada aproximación se reconocen y transforman. Para cualquier otro paseo, a la noche, entre las buganvillas -tan mencionadas en sus poemas por Castelo-, limoneros, jazmines, casas de piedra en calles que se giran mientras bajan y suben y abrazan miradores, en donde a veces adquieren forma humana las estrellas, quede este canto recuperado de un cuaderno y presente en mis ojos que bendicen lo libre.)