Hay relaciones amorosas que tienen la condición y tacto de una conversación cinematográfica, con el reflejo y sonido de un real escenario recreado en palabras. Y puesto que así suceden, y descubren esa latitud escondida y paralela de lo que no se daba, no sería posible entender ya ninguna otra historia sin esa proyección de los sentidos en cuya memoria sonora, y necesaria nostalgia, consiste su refugio y territorio, cierto, voraz y desvelado, y donde, sin miedo a lo que dure, todo pasa.
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