viernes, 19 de julio de 2024

La muerte de Narciso

Desterré los espejos.
Su reflejo alejaba
el aroma del mundo,
la inmersión en su tacto,
el roce de su vuelo.
En la profundidad
del cristal frío
sólo salvé el destello
del sueño más despierto.
Rescaté la mirada
de esa noche sin fondo
en que es falso el hechizo
ajeno a lo distinto
y conduje esos ojos
abiertos hacia donde
lo incesante era el rostro
cotidiano del orbe,
su fulgor infinito,
su natural milagro.
El iris, como un lago,
se pobló de otros cielos
y anterior al ocaso
la luz, igual que un árbol,
a la sombra dio frutos.
Recogí sus semillas
y al dejarlas en tierra
creció en ellas la lluvia.
La casa siguió viva
para un futuro nuevo.
Al abrir la cancela,
el día resonaba
al abrazo del musgo.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me produce recogimiento este poema.Estoy sentada en una playa, se despliega la bahía ante mi y agradezco "ver" que cuanto me rodea es bello, natural, armonioso y carente de petulancia. Una ola de pleamar en luna llena me encontró admirando tu maestría. Soy un humilde grano de arena. ¡Gracias Carlos!

Carlos Medrano dijo...

Gracias, amiga, por tu lectura y comentario. Y que la vida y la naturaleza nos siga regalando sus dones mientras sepamos recibirlos y verlos. Esa bahía cercana es un prodigio. Desde rincones de su costa cercanos a Artá, admira en verano asistir a la puesta del sol sobre el mar hasta verlo caer detrás la silueta de la sierra de la Tramontana al fondo.