domingo, 30 de junio de 2024

Trascender

Esperé al hielo
y lo bebí despacio
en sus racimos.

La muerte viene
desnuda en su avaricia
a por nosotros.

Aún no la espero.
Le ordeno que se calle
y al mundo cuide.

Mis ojos laten
incluso en la tristeza
del día más leve.

De él recojo
como un fruto silvestre
su aprendizaje. 


* (En la presentación de La imperfección de la belleza en Valladolid, Pedro Ojeda en su conversación subrayaba la importancia de leer para escribir. Y así es. Sin los poemas y fragmentos narrativos que había en mis libros escolares y que solían llamar mi atención mucho más que las lecciones mismas yo nunca hubiera sentido, tras la atracción de leerlos, la comezón de escribir aquellos endebles e insignificantes intentos. Porque la presencia de esos fragmentos literarios despertaban la aventura de la creatividad y el lenguaje más que la teoría que memorizar sobre cualquier autor, fuera Lope o Blas de Otero.

Ese fue uno de los designios de Ángel Campos al crear las Aulas de Literatura vinculadas a los institutos de bachillerato de Extremadura: llevar a los mejores autores contemporáneos ante los alumnos, a los que no se podía tratar como incapaces. Al revés, a los alumnos se les atrofia el gusto con la pseudoliteratura juvenil tan en boga, la mayoría de las veces de autores fracasados que suelen escribir por encargo y sin cuidado de la expresión o de los contenidos, pobres o insustanciales como las pasajeras modas de lo políticamente correcto. El buen gusto sólo se estimula con los grandes creadores que a esa edad -y a cualquiera- son el mejor modelo de elocuencia y valores, capaces de asentar con solvencia la orientación de los buenos lectores. Del rap y el reguetón no creo que surja un adulto sensible que aprecie luego a Amancio Prada o a Jordi Savall. Su oído -y seguramente algo más- se les ha atrofiado a estos adolescentes con la vulgaridad de estas composiciones al servicio del ruido y el adocenamiento, a cuyo bombardeo masivo han sido sometidosMás que nunca, disentir y sostener la excelencia es una obligación moral y exquisitez conveniente. Allá quien guste de otras cosas. Sin ligereza ni alas, no hay piedra que lanzada al aire se sostenga y por su naturaleza termine cayendo sin necesidad de combatirla. 

Lo cierto es que una parte de los poemas que escribimos surgen de la lectura de otros autores. Leer no sólo es una dedicación creativa sino una vía que estimula la creatividad. Nunca sé cuál será el próximo poema que podré escribir. Tras perfilar los detalles del último, queda el vértigo de si ese silencio va a durar unos días o apoderarse largo tiempo de nosotros. Sólo cuando, por débil e insegura que es, llega la sensación de algo que merodea para tomar forma lo anoto y, en actitud de escucha, le presto la atención y el trabajo que necesita. Con minuciosidad, con generosa paciencia. Porque ese mensaje (o dibujo, o composición) que nos pide paso a cualquiera de nosotros para salir es un acto de exploración o de autoconocimiento que tras el reto de lograrlo tal vez sea también valioso para otros. Este nuevo poema en haikus enlazados parte de un haiku y fotografía de Hilario Barrero [El curso acaba, / para algunos será / el último verano.] gustosamente leído en su blog a la entrada de este prometedor, y sólo por ahora, último verano.) 


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