¿Qué salvarías,
el fuego, su pureza,
capaz de arder
sobre las cosas
sin tocarlas
para abrirlas
o el sonido
que esperas
acaso aún increado
del que surge la tierra?
Ese temblor en ti
naciente
de lo vivo,
la advertida certeza
de su hondo resplandor
sobre las sombras.
No viste el templo arder.
Su hoguera
sin cenizas,
eligió su lugar
en tu mirada.
Lo sagrado
era adentro,
la luz que dirigías
al mirar como nunca
llegando a lo que es
sin posibles palabras,
por pura resonancia
como el hondo
latido de la noche
o del mar
ante el día que presienten,
umbral donde vivir,
precisa claridad
donde fundirse.
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