I
Miro el cerezo en flor.
Tanta blancura
precede a unos colores
inextinguibles, jóvenes.
Tanta blancura
fugaz, evanescente:
inmaculada sólo
en la rama o la nieve.
II
Cerezos en tormenta.
El aire se disuelve
en neblina inasible.
Luz envuelta en un alba
desprendida, volátil.
Invadido de pétalos,
el paisaje semeja
constelaciones, iris.
a Tomás Sánchez Santiago
Jaraíz de la Vera
* (Son sólo dos pinceladas acerca del espectáculo natural de la floración de los cerezos que durante tres años me regaló la estancia en Jaraíz de la Vera. Nada más. Hubo quien, al mostrárselos en mi ingenuo entusiasmo, los desestimó literariamente. Reconozco que guardé los poemas sin evitar la tristeza. Formaban parte de un cuadernillo que se me pidió en el que auné lugares y nombres, en este caso el de Tomás, que durante unos hondos y queridos años estuvo enormemente cerca. Todo como la fragilidad de esas flores y pétalos que no superan apenas los quince días o unas horas de blancura velada al desprenderse entre el aire y la tierra. De manera sutil, la naturaleza había ido entrando en mis versos. Ahora es habitual que aparezca. Al rescatarlos, celebro su escritura y revivo estas imágenes que en la ladera donde estaba mi casa podía contemplar.)
3 comentarios:
Está muy bien que hayas rescatado estos versos. Quizá el lector de entonces no supo leer, o sea, entender.
Sigo a la espera de otros poema de tu isla, aunque sean antiguos.
Tengo la sensación de que lo que se trae al blog de algún modo nace al llegar a los lectores que permite internet. El poema, si lo merece, se valdrá por sí mismo. Las reacciones recibidas pertenecen al ámbito exclusivo de los lectores. Es una vivencia personal que favorablemente acepto y me sorprende, porque lo escrito ya es libre desde poco después de su escritura.
El detalle -minúsculo- que cuento no tenía más misión que remontar su pequeña memoria de sombra. Más que el acierto o no de esa valoración, originó una desconfianza o retraimiento para seguir expresando de igual modo espontáneo lo creativo. Si me afectó, tuvo que ver conmigo.
Pero ni siquiera yo mismo puedo leer cualquier poema en cualquier momento. La lectura poética requiere una sintonía, y a esa comunicación se llega sin ruido interior, siendo capaz de captar al autor de modo que el poema se abra en nosotros y nos suceda con toda la fuerza de lo nuevo. Algo similar a como se escribe: generando una identidad con lo que estamos contando y, al prolongarnos o disolvernos en ello, serlo. Así es parte del juego de la literatura: poder ir más allá o ser lo que vemos.
Hay momentos especiales de lectura donde lo leído se capta de otra manera. Y esos momentos, como los del nacimiento de un poema, hay que atraparlos mientras duran.
Leo y nos recuerdo como cerezos en flor. El tiempo pasa y nos madura. Quiero creer que somos fruta ya en sazón, aptos al menos para una buena confitura o bucear al fonde de botellas de aguardiente, como hacía nuestra abuela con las guindas.
¿Recuerdas aquel sabor en la garganta tras cogerlas con aguja de hacer punto? Flores, Carlos, pétalos teñidos de recuerdo.
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