tan adentro en la noche
que incendia el aire.
El bosque tiembla
al pie de una semilla
por que germine.
A ras del alba,
de un álamo las hojas
aves se vuelven.
Era un presagio
ese trino impaciente
leyendo el orbe.
*
(Una noche de este verano pasado, de lectura y escritura
hasta bien tarde, con la ventana del cuarto por el calor abierta, a eso de
las tres de la mañana un ave de canto extraño y potente entonó
unos chillidos inusuales que resonaron en el silencio de la noche
durante más de media hora. Tan llamativos que había que atenderlos
e intentar entender su mensaje. Si iban dirigidos a otra ave, no
fueron contestados; si era un ave de paso, grande por la potencia de
su voz, que paró a descansar o a beber de un estanque, la sensación
al escucharlos fue el asombro. ¿Aquel derroche transmitía un estado interior, una
contemplación del sitio o -como debería ser la mejor escritura- entonó porque sí un mensaje soberbio no sometido a nadie, valioso por sí mismo, sólo entendible a iguales? Procedían de un jardín abandonado cercano, que
es una isla verde del tamaño de una manzana a un paso de mi casa,
cuyos árboles y plantas altamente tapiados son un bosque exótico y descuidado hace años, de una mansión vacía a la que, tras la
desaparición hace décadas de sus foráneos habitantes y su mundo, la piqueta va a comenzar a derrumbarlo. El otro día entré furtivamente a este espacio
y tomé algunas fotos. Es posible que este refugio arbolado de tantos pájaros inquietos desde el alba hasta el final de la tarde se convierta
en una zona de chalets adosados con todas las modernidades insípidas
que reclama el turismo, hasta que Mallorca no sea diferente a
cualquier barrio clónico de cualquier suburbio. Por ahora, todavía
el cielo de este solar nos devuelve altas copas, y en este texto la
vibración de aquel desgarro especial ha aflorado a la espera de poder escucharlo de nuevo cuando él quiera. Hoy pienso que igual que un surtidor o un ave
fénix, aquel canto en sí mismo dio todo anticipando este ocaso.)
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