Abierta mi ventana
se posan y aletean dos palomas
en su alféizar,
zurean
y al verme a un paso, cerca,
escapan en un vuelo
al tejado de enfrente.
Acuden temerosas si me aparto.
Más tarde bajo el sol aún se citan,
las contemplo de lejos.
Me dejan tras su encuentro
un tallo vegetal que hubo en su pico,
el pálpito inocente de este día,
un augurio sin fecha.
* (Si las palabras sirvieran de algo frente a cierta adversidad desmedida podría emplear algunas, pero ante la dimensión del daño irracional e imprevisible que vivimos, me resultan casi todas retórica. Pese a la calidez de los momentos como este descrito, la destemplanza ciega de la historia sigue hiriendo el presente, donde parece no importar ni resultan previsibles los límites. Ante esto prefiero la dignidad del silencio, porque todas las justificaciones que se alcen, los relatos de quienes han planeado esta nueva guerra como los de quienes la contemplan y especulan fríamente con ella son ruido si no parte de la misma miseria que avergüenza. Podía decir más, pero he apelado al silencio. E interiormente, a confiar en lo mejor de la naturaleza humana, por frágil y diminuta que parezca la bondad que nos queda. Preferible a los destrozos que por generaciones a diario vemos sembrar en vidas, ciudades y tierras derruidas por las armas, entre las que ojalá no estuvieran, cuando se emplean para el mal, las palabras.)
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