jueves, 18 de agosto de 2022

Gratitud

               Tuya es mi casa.
               Tu casa es mía.
               Todo me llena
               y me vacía.
                         Pablo Guerrero

Algunos hombres
vinieron del origen
de las estrellas.

Sentí tras verte
el paso de unas aves
en vuelo lento.

Tu voz pausada
bajaba hasta el silencio
de cada nombre.

Ni una palabra
volvía de la queja
o la tristeza.

El mundo queda
después de lo vivido
disuelto en aire.

Salvo el aroma
nacido de unas manos
llenas de lluvia.

Velan tus ojos
la memoria despierta
de algo invisible.

Vendrá la noche
y el sueño se ilumina
antes del alba.

Tan fuerte y frágil
tu corazón sostiene
limpia la tarde.


* (Hay veces que la vida nos sorprende y demuestra que merece la pena estar aquí y vivirla con más intensidad gracias a la manera de ser de algunas personas capaces de transformar lo que tocan incluso cuando sueñan. Pues de esa admirable región de lo ideal nace la intensidad de lo que crean y nos legan. 

Nunca hubiera conocido a Pablo Guerrero de no haber mediado la preparación del homenaje a Ángel Campos Pámpano Recobrada memoria en la que pude ponerme en contacto con él. Y de esas conversaciones, mensajes y cartas se deslizó el regalo de su aprecio y la invitación a visitarlo si venía por Madrid. Al reiterármelo, generó el compromiso de cumplirlo en la primera ocasión posible, que fue un día incandescente de este agosto. 

Allí me esperaba en la terraza de su bar "Los poetas", donde comimos algo árabe para luego pasar la tarde en el salón de su casa a las horas de más calor y en alguna terraza próxima cuando el asfalto no era flama.

De nuestro encuentro volví reconfortado. En el fondo quedé con alguien que me había acompañado muchas veces en mi temprana juventud con sus primeros discos y contribuido con sus canciones a formar mi sensibilidad poética -y afectiva- con la grata complicidad del paisanaje. Tuve la suerte siendo joven de asistir a aquel movimiento de los cantautores que iba más allá de fronteras y lenguas y al que cuando retorno sigue siendo el espacio de una casa familiar no cerrada. 

Suelo olvidar cada vez más los pequeños detalles, pero quedan grabadas las buenas sensaciones. No fue un encuentro diferente al de cualquier otro de dos personas que comparten unas horas de diálogo y compañía. Fue hermoso escuchar ese disco de Madelaine Peiroux a quien no conocía, beber frío ese licor de hidromiel traído de un viaje a Portugal reciente, o quedarme con esa sensación intraducible de los silencios asentados sobre la paz de lo que se remansa y permanece.

Vuelvo a la cita de Aníbal que tanto gustó a Ángel: Una dulce palabra para el mal de palabra. Tras esa voz profunda nublada de tabaco, ni una sola palabra que escuché esa tarde escondía un dolor o generaba una sombra. Más bien, brillaban de inquietud ante la posibilidad de algo bello acostumbradas a la vibración elemental de lo hermoso. Me fijé en las manos, de las que nacen todas las creaciones del mundo, y las vi como eran, abiertas a aferrar las buenas sensaciones y compartir lo que palpita, como haría cualquier gigante vulnerable en lo que nombra y cuida.

Al volver hacia casa noté la sensación de haber recibido un regalo difícilmente explicable semejante al legado que pueden dejar unos seres a otros cuando en su interior ya no queda más que la limpia admiración o les nace una lámpara con la que ven el mundo de otra forma. Te oí decir "qué buena tarde hemos pasado". Y la tarde fue buena así nombrada.)
  

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