jueves, 16 de febrero de 2023

Estaba ahí

En su rincón,
un silvestre lentisco
me acompaña hace años
con su grácil silueta
de un verde lanceolado diferente
al de las otras plantas que alrededor
se apilan en el patio. Entre ellas,
encinas y algarrobos mallorquines,
un castaño del Jerte, un drago de Canarias.
Los sembré de semillas. Árboles 
que escasamente crecen en su reino
esférico de arcilla, terrenal y algo estrecho. 
Pero son y persisten, con sus hojas caducas 
cada otoño, o en invierno perennes ante el frío. 
Nacieron con paciencia. Esperan un terreno favorable 
donde enraizarse un día y alzar por fin su sombra, 
si pudiera ofrecérselo. Fieles y silenciosos
me regalan su imagen, acostumbrada 
a heladas y a la lluvia, al calor excesivo 
y al sol alto de los meses más tórridos 
sin elevarse mucho de la tierra
en su justa vasija que honran mansamente, 
junto a otras plantas lentas y domésticas. 
Solamente por eso, merece ver alzarse el claror cada día, 
rodar las estaciones por el frío hacia dentro 
para luego asistir al esplendor de lo creciente
tras asomar lo leve que es tan firme 
sobre las yemas de los árboles y el reposo 
extendido del verde de los campos 
donde se asienta la bonanza con el olvido de la nieve. 
Este patio encalado y suficiente 
deja llegar a él el alimento de los días y las noches. 
Acoge algunas flores llegadas en vilanos por el aire. 
Bajan a él abejas y algún pájaro que todavía 
resiste la invasión del cemento en solares 
que hasta ayer fueron su refugio, 
o las mariposas del verano y los gatos
que puntean las tapias. El lentisco, 
tan leve, tan vertical y simple, 
me ofrece su lección. De seguir siendo él sin otro empeño
por encima de lo que son las demás cosas. 
No invade. Y en su claro perfil existe sin que nada 
lo enturbie. Junto a la cal se yergue. Que siga ahí, 
que eligiera este sitio para crecer y acompañarme
es suficiente gozo que hoy me instruye.
¿Qué le puede faltar aunque nadie lo observe? 
Nada. Exactamente es. 
Aunque cambie de un modo milimétrico 
al crecer y al llegarle la vibración 
de lo que alrededor sucede. 
Hoy, ante él, recibo de otro modo su presencia 
y un mensaje parece albergar este instante 
que me resuena sin palabras. 
Conmueve el ir más lejos sin movernos. 
Ahora sé que ahí perdura 
para seguir hablándome
bajo la clara luz donde lo reconozco. 
Pues todo lo que hay no es otra cosa que estar y suceder. 
Sentir la voz serena de lo vivo y su impulso 
por encima del tiempo en sus signos 
más sencillos y humildes, 
más fieles y más frágiles. Como el de este lentisco
al ordenar el mundo sin esfuerzo. 



2 comentarios:

bisílaba dijo...

"...me ofrece su lección. De seguir siendo él sin otro empeño
por encima de lo que son las demás cosas..."
Hermoso el poema, y ya sólo esos versos son toda una lección de vida feliz.
Saludos cordiales!

Carolina dijo...

¡Hola! Gracias por compartir este post tan bonito, la verdad es que te transporta al lugar. También tengo que decir que no sabía que era el verde lanceolado, así que uno no se va a dormir sin aprender algo nuevo. Un abrazo.
Posdata: te acabo de seguir, y te invito a pasarte por mi blog si quieres.