toda claridad, es espejismo
Álvaro Valverde
Miro el curso del agua que refleja
por su modo de ser cuanto a ella acude:
el paso de la vida, los cielos
intocables que tan altos
aquí bajan despacio y hasta tiemblan
a un palmo de las algas y los peces,
el ganado que lentamente bebe,
la tarde inhabitada sin testigos,
el vuelo de las aves, las inmóviles rocas,
las horas detenidas bajo un arco
a la luz variable con que llega el reflejo,
y en él la conmoción, la certidumbre
de acceder de otra forma a lo visible,
distinta a la diáfana del aire,
aquella que en la lámina del agua
sucede al discurrir e incide en ella.
Y entonces cada instante irrepetible
adquiere al oscilar y deslizarse
río abajo en la corriente
-igual que al respirar el vaho huye-
la condición de un hondo alejamiento,
y dulcemente duele al desprenderse,
pese a su pulsación más inmediata,
lo que recién vivido es ya nostalgia,
pasión desposeída por el tiempo
y clara aceptación hacia el olvido.
El rumor atrayente de las aguas
al deseado e íntimo descanso
nos sirve por igual desde su orilla
para admirar el verde que allí brota
que asistir con el tiempo a este diálogo
que sabe que el fulgor también concluye.
Hacia el atardecer sólo se pierde
un cauce tibio y leve: el que nos cubre
y encierra nuestra frágil consistencia.
La noche cae y los ojos que se cierran
recuentan lo que vieron antes de irse.