Nunca una palabra más en vano.
De todas las que sobran e interfieren los días,
que herrumbran de espesor la mirada y el tránsito.
Salgo un domingo a caminar y miro
al cielo abierto donde nada incomoda
y es armonía cambiante para aquel que lo espera.
Me adentro en este espacio al que pido de nuevo
que deje en mí su alzado indesmayable,
su vocación fundida por completo en el todo,
esa conciencia sensorial de lo puro
sentida en torno como única memoria
para un legado que no pese luego.
Hay que dejar atrás todo el humo o la sombra
que hicieron de la voz un manantial de lodo.
Aparto sobre esquinas de grandeza
meras cadenas de un hablar profano
en las que, si confío, encuentro muros.
Ya no más pretensión ni cegadas cavernas
donde la confusión fue grisura en los ojos.
Antes la vida intacta cada día anunciada
que el legado mohoso que intentó suplantarla.
La voz ha de callar para oír de otro modo
bajo la transparencia de esta luz en las formas.
2 comentarios:
Nunca más. Sería un buen mantra (aunque oiríamos tal vez las alas de un cuervo aplaudiendo al final: never more).
Siento benevolencia. Me sonrío. Bienvenida, Olga.
No renunciemos, entonces, a los relámpagos y las iluminaciones de cada día. O de quien las persigue (y lleva).
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