Sabes que no te mueres.
Un día te confundes con la tierra.
Entonces tal vez creces o reposas.
Antes, sientes que te vacías,
asistes a pequeñas extrañezas:
es más ligero o más profundo todo,
no hay peso, o los ojos
no ven igual, en ellos ya está el mapa
donde las claves de la vida
eran al margen de la lucha.
¡Qué queda! Puede crecer
la hierba encima o ser el pecho
una oquedad yacente, una bahía,
la efímera conciencia de una nota, de una luz
o de la tibia sensación de esta morada
en la que hoy sigue amaneciendo aunque golpea.
1 comentario:
Me gustaría poder decir que no temo a la muerte, que sólo es un cambio, y creérmelo del todo. Últimamente, a raíz de la enfermedad terminal de una buena amiga, he reflexionado acerca del tema. No llegué a ninguna conclusión salvo a la certeza de que cuando tenemos hijos nos preocupa más lo que dejamos que hacia dónde vamos una vez que se apaga la luz. Supongo que con los años va cambiando nuestra percepción, al igual que cambian nuestros temores.
Hermosos versos, Carlos, cálidos incluso tratándose de algo tan frío.
Abrazos.
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