Cuando uno ama no envejece. Aunque se puede amar lo que no existe o amar lo que está lejos, muy distante. Y esa certeza duele cuando sabes que no hay ningún lugar ni al mirar te conoces. Hasta que un día la memoria sin ojos se desprende. Y no valen sus sombras: eres libre, eras libre. La mano abierta antes es nube, tacto, nieve, un brote.
* (Este año, la costumbre de visitar Portugal y estar de nuevo a orillas del Atlántico, interrumpida, no ha impedido la conexión con lo que, si se conoce -y aún antes- se hace vivo al pensarlo. Hay lugares -y también formas de vivir, sosegadas, amables, sentidas en sus tranquilas señales que hablan desde dentro-, con el don de ese encuentro, con esa resonancia que, como decía Antonio Machado de los campos de Soria, "me habéis llegado al alma, o acaso estabais en el fondo de ella". ¿Y quién descubre a quien, qué es lo externo y lo propio, lo diferente y lo único? He recordado estos dos textos (Ruas e largos sem nome y El portal del instante) escritos en Sesimbra hace cuatro años. Con ellos enlaza esta otra prosa reclinada al sentir de cualquier fado y a la conciencia suave de superar cualquier límite.)
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