Crucé la orilla
de un murmullo de flores
tras una verja.
Allí el silencio
del violín de las nubes
sobre la seda.
Mi sed sentía
a la sombra del agua
la transparencia
de los colores
ágiles en la brisa
junto a la hiedra.
La celosía
que entremezcla y desvela
una silueta.
Cielo y alondra
para mi calle blanca,
que voy de vuelta.
El tiempo espera
de la imagen dormida
su aroma y huella.
* (Estaba en los propósitos del blog: jugar con las palabras. Y es así como surgió este poema, tras un paseo nocturno de los que limpian -no me rodea más que naturaleza-, al hilo de unas resonancias sevillanas. Hoy dos de febrero cumple años un exquisito y querido amigo para no pocos paisanos. Vaya el brindis para Juan Ricardo Montaña y, de paso, para Carmen Fernández-Daza, tan valiosa y presente, que disfrutaron del borrador de este poema pese a mi pretensión de condenarlo a las tinieblas. Ellos saben mejor, que el sur lo tienen cerca. Y yo me he de fiar, diablo.)
2 comentarios:
Haces bien en fiarte, Carlos, de tus amigos del sur. Estos caminos de la tarde tienen una gran delicadeza. Y mucho arte.
No pocas veces uno mismo no se conoce ni se reconoce, ni sabe por qué o por donde va lo que vive y siente. En esos casos, me limito a esperar que ese sentirme extraño pase o siga en su paradoja sucediéndose. El túnel es el paso necesario hacia otro valle, no transitado antes. Ese estado en el fondo es una densidad previa al despojamiento o la liviandad de nuestra identidad, hasta que no pese ni importe, o llegue a ser ligera como el aire.
Algunas veces lo recién escrito, y sobre todo lo inhabitualmente escrito, desconcierta. En general, suelo dejar salir los poemas por inesperados que me resulten volcándome hasta trabajar sus últimos detalles. La perspectiva la da el tiempo o en este caso los lectores. Que nunca, si son buenos, falten. Gracias a ellos se mejora y con mucho la obra. Sobre todo cuando sabemos que tras una coma o palabra se puede llegar a la mención que merodea lo inefable.
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