como un río truncado
quema los ojos.
Un mar de escombros
tras las inundaciones
nos desconcierta.
El agua anega
el huerto laborioso,
la vida mínima.
Tan dolorosa,
la queja de la tierra
no encuentra calma.
Sepulta el barro
el juguete de un niño
de golpe roto.
No habrá cometa
que remonte impecable
su luz perdida.
Espero el día
que la maldad no exista
sobre la tierra.
* (Para todas las víctimas halladas y las tal vez por siempre inencontrables, deseando -con todos- abarcar el daño pavoroso y sufrimiento recibido por hombres y mujeres, niños, viejos, casas, campos... de esta región, azotados por esta desoladora lluvia, así como por la incuria de quienes, pudiendo hacer bastante, la ignoraron. Que no vuelva a ocurrir.)
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