lunes, 25 de noviembre de 2024

Palabras para Ángel, noviembre 2024

Cuando en el otoño de hace tres años sentí el impulso gozoso de preparar una publicación colectiva de homenaje a Ángel Campos, a quien, como muchos de los que lo conocimos, hemos seguido recordando vivo desde su fallecimiento hace ya dieciséis años, y que pudo concretarse en la bella edición del libro Recobrada memoria, editado en Extremadura gracias a la colaboración de muchos de sus amigos y al amparo exquisito del sello editorial Vberitas, los meses durante los cuales fui dando forma al proyecto no dejé de zambullirme de nuevo en el mundo y los poemas suyos, de modo que para participar yo también en el reto de contribuir con un dístico que acompañara a la edición de los ocho de Ángel que él nombró Memoria del olvido, y que encabezan honrosamente el libro, en varias ocasiones me surgieron poemas impregnados del espíritu y deuda que le debo a su poesía, de los cuales al final leeré uno de ellos.


Su escritura, desde que Ángel decidió publicar su primer libro, La ciudad blanca, a los 31 años, descartando dar a conocer los anteriores, fue conscientemente elaborada desde una palabra y expresión despojada y diáfana, adecuada para acoger la vida de otro modo, es decir, a salvo de sus sombras, de su fugacidad, del daño y el sinsentido, de tal modo que, al acceder a la vibración de su lectura se contagiara en nosotros, como en un acto iniciático, esa capacidad de adquirir una visión alentadora y serena de lo contemplado y sentido no de otro modo que el de la paz del corazón. Y desde ahí, ello fuera posible a cada lector en adelante para que así llegase a la vida y a cada uno. Gracias a la literatura -más aún, a la poesía- sucedía este logro. La escritura más inerme contenía sin decirlo una revolución, la del renacimiento, al rendirse ante la verdad, la belleza, el sentir y la elementalidad de las cosas, sin esfuerzo.


Porque ese y no otro era el primer impulso o motor de lo que escribía Ángel tanto cuando reflejaba el espacio geográfico que le rodeaba desde el gozo sereno de su contemplación y esencial reconocimiento -Lisboa, el Guadiana, Jola, los pájaros, el aire...- como cuando acudía a la mención y recuerdo de sus seres más queridos, en poemas que permanecen como un álbum abierto de sus vivencias más sinceras y vulnerables volcadas ante la soledad de la escritura y la noche, en la desprotección de amar ante todas las cosas, en los que nos habla desde la felicidad y la admiración más entregada a sus seres queridos, pero también desde la desposesión y el temblor de sentirse en deuda con ellos algunas veces. Poemas tan bellos como los que brindó a su madre, a su pareja, a sus hijas, pero también a sus amigos y autores leídos (el otro gran amigo encontrado en los libros sin el que un escritor y un lector no sería él mismo y por el que accede a ir más lejos). Y Ángel era un hombre abierto al horizonte, como demostró en su dimensión de admiración y apertura portuguesa.


Leer a Ángel supone, como en lo mejor del carácter de la buena gente de Extremadura acogedora siempre, atreverse a cambiar y deshacer toda esa rigidez de creencias que no nos llevan nunca a ningún sitio salvo a estar divididos. Hoy su nombre nos sigue convocando porque él percibió que la unidad era el fondo que está detrás de todos los detalles y personas, es decir, de la vida. Ángel fue un grande, un sensitivo, posiblemente le queremos porque sigue siendo el espejo mejor para seguir sacando lo mejor de nosotros. Antonio Machado, en su autorretrato escribió: "soy, en el buen sentido de la palabra, bueno". Ese era todo el recorrido que descubrir mientras vivimos. Y por eso la memoria de Ángel nos conmueve y podemos sentir que le queremos. Que es querernos un poquito a nosotros, con la falta que hace y que tanto parece que le cuesta a este mundo.


Artá, 20.noviembre.2024



    TE PERCIBO EN EL AIRE


La brisa configura
al moverse tu nombre.
Las palabras recuerdan,
como el agua, su origen.
Y lo mismo que el agua,
las palabras se impregnan
de aquel que las invoca.
Como somos resuenan.
En ellas todo cabe,
pero eliges tu forma.
Una dulce mirada
las hace diferentes,
una sabia manera 
de acoger lo que dicen.
 
 
Artá, 4.marzo. 2022



* (Agradezco haber sido invitado a participar en este encuentro en recuerdo de Ángel Campos Pámpano como celebran cada año con indesmayable afecto sus amigos y paisanos de San Vicente de Alcántara en el aniversario de su fallecimiento, permitiéndome ser en la distancia uno de ellos. Esto es lo que redacté con urgencia, para compartir lo aprendido de su sostenida memoria. Con el deseo de acudir algún año y vernos.)


2 comentarios:

Álvaro Valverde dijo...

"Como somos resuenan". Gran verdad. Y un feliz hallazgo.

Carlos Medrano dijo...

Hay vasos comunicantes entre algunos poemas, motivos que nos llaman y actitudes interiores de ciertos autores que son de agradecer y crean el territorio común de un modo de vivir y desvelar el sentido buscado de las cosas que valoramos y a las que acudimos de un modo más profundo y verdadero. No es algo aislado y se agradece encontrar esa sintonía en nuestro tiempo generacional, entre amigos. Porque a través de las cosas, en especial las de la realidad natural, descubrimos las claves de la vida o llegamos más a nosotros -fuera de vanidades- de un modo mucho más enriquecido: el de la percepción que experimentamos en nuestro entorno y recorrido, de modo que lo inmediato no carece de nada pues contiene también lo universal.

Desde esta atención o manera de ser -como hay en poemas de Ángel o también de Basilio- vuelvo a este poema tuyo, Álvaro, dedicado a otro de los grandes a los que debemos mucho en aquel momento de resurgimiento de nuestra creación literaria en Extremadura en los años 80 como fue Ricardo Senabre, quien además de profesor que tuve en Cáceres -al igual que Juan Manuel Rozas-, siempre me atendió las consultas hechas para este blog con su precisión solícita.

En este poema, con esa "levedad" y esa apuesta por la “claridad” como resaltó de él Miguel Ángel Lama, están encerradas del modo más sencillo y espontáneo muchas de esas resonancias que nos devuelve la comunicación -que es contemplación y silencio, o sabia escucha- con la naturaleza. Y por eso, quiero traerlo aquí. Sumergidos en ella, recuperamos la conexión a nuestro propio centro y accedemos al bien de su pluralidad o minucia y al de sus elementos, como el agua, el más emocional y sereno de ellos, tal vez el que más nos constituye, siempre móvil y con el don de dar vida cuando acude. En el fondo, no dejamos de hablar de similares cosas, con respeto y atracción por la tierra, y recibiendo de ella la armonía.

A modo de poética

Como el agua,
que limpia se detiene en esas balsas
formadas por las hojas cuando obstruyen
el frágil discurrir de la corriente.

Como el agua,
que pasa y que no vuelve sobre un cauce
de arenas y guijarros.

Como el agua,
que, toda claridad, es espejismo
que revela cercano lo distante.

Como el agua,
que la mano atraviesa confiada
y nunca, sin embargo, toca fondo.

Como el agua, metáfora y verdad.
Sí, como el agua.


(Álvaro Valverde)