Con la luz por delante,
sobre la piel la nieve
perfila una promesa
de colores difíciles.
El pie semeja un brote,
la huella crece y fulge.
El sol abre su iris
a un ave que hacia él arde.
Volcado en el silencio,
el cielo se refleja
detrás de lo que corre.
La sed no se diluye,
se abisma en lo que es leve.
Más bien conforma un rostro
sereno en lo intangible.
Un aroma y un canto
donde el cielo destella
dueño de una memoria
nítida e indeleble.
La senda que da a un bosque
mira también su cumbre.
Los pasos se dirigen
donde el aire no vuelve.
Recrean aquella imagen
que el sueño quiso libre.
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