Para la eternidad,
una silla pequeña
y el calor de una calle
en la que mi alma ha aprendido
a decir tú.
Este
es mi lugar
Para
la eternidad
Una
pequeña silla de paja
El
silencio y el verano
Un
muro que el cielo ha agrietado
Como
una calle
Y
mi alma que se acostumbra
A
decir tú
* (Leí y supe por primera vez de Anne Perrier por una muestra de cuatro
breves poemas suyos traducidos por el excelente poeta canario
Rafael-José Díaz a través de su blog Travesías. Sé que tiene
traducida casi la totalidad de su obra, de una autora “delicada,
sensible y siempre imprevisible” a la que yo también considero
extraordinaria. Gustador como soy de la expresión inefable, me conmovió
-como los otros suyos- este poema del que con el tiempo hice una
recreación más breve en la que también reconocerme y desnudarme.
¿Qué frontera hay entre lo que admiramos y lo que somos, entre lo
que al leer recibimos y lo que en nosotros se enciende? Anne Perrier nació en Suiza
en 1922 y para mí ha parado el tiempo con unas pocas palabras
esenciales en la boca siempre añorada de una mujer. Es verdad,
estamos ante una de esas personas esenciales e invisibles, capaz de
ver lo transcendente de los detalles mínimos sin que su presencia y
gesto pese, reclame alguna atención, y simplemente escribe unas
señales sin impaciencia para quien llegue un día a verlas, en un
diálogo satisfecho con esa resonancia que cada cual consigo mismo ha de tener. Ante esos versos hago por recrear la voz, el iris, los gestos y la cadencia de la respiración
y los giros del rostro y cuerpo de esta mujer a la que me hubiera
gustado ver, y oír que a mí y a algunos otros nos había estado ella, en
esa silla, toda la vida esperando. Mis palabras de hoy no la suplantan, son
una invitación a que las suyas en nuestra lengua pronto se
publiquen.)
3 comentarios:
Ah, de vez en cuando, las obleas fiísimas de la palabras como túnicas que dejan vislumbrar de ese modo lo real inmediato.
Gracias, querido Carlos. Te toca parte de esa caricia que me llega en tarde dominical de mayo...
Carlos, qué maravilla, tanta profundidad en lo suyo, en lo tuyo y yo sí que creo que no hay separación entre lo que somos y lo que admiramos, sólo se puede ver lo que ya se es o se ha sido en algún momento, aunque por algún motivo nos hayamos desconectado de la fuente original, nuestro Ser. Gracias por este regalo.
Para la eterna edad de los momentos que salvan las palabras. Ay, esa sillita de enea, qué poder. Un gozo, Carlos. Doble.
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