Hay dos tiempos en la creación: el de la voz y el de la escucha. Lo ideal sería más bien su cercanía. Pero esta nunca ha faltado. La del primer lector que era uno mismo. No hay palabra que importe o se mantenga sin haber sido verdadero espejo antes de darla. Y por lo tanto, transmita una mirada. O se convierta en ella.
Sin que nada arrastrara de nuestra densa circunstancia. Más bien, la claridad de lo que empieza, la invitación a lo que asoma en sus múltiples formas.
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