viernes, 15 de junio de 2018

Desnudez

Tras los días de lluvia,
en la cuneta, al sol,
al girar una curva,
dos garzas blancas vuelan
asustadas al verme.
Apenas he podido 
acceder a su danza
impalpable y elástica
y de frente, tan cerca,
un invisible muro
gentilmente me impide
atravesar su espejo
y fundirme al querer
ser ellas un instante
extasiado en lo frágil.
Una extrañeza actúa
como cristal que frena,
y el encuentro no es más
que este níveo deseo
e imagen que diverge.
No es posible tocarnos
ni entrar en el olvido 
de sentirme rodeado
por ellas un instante.
Queda la curva atrás,
y al arrancar su vuelo
de dos mundos sentí
el choque temeroso
en sus ritmos distantes.
Yo llegué del lugar
que desconoce el centro,
que vacía y arroja,
tan lejano y ajeno 
al ritmo de las nubes
y al vibrar de la hierba
que no busca razones
y sin esfuerzo crece.
Esperaré otra vez,

de improviso y sin nombre,
a una garza en mi pecho,
al revuelo que encienda
el umbral de otro origen.
 
 

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