Este era el sitio
que me esperaba
para vivir
el resto de mi vida.
Este árbol al pie
de esta ladera
a donde subo tantas veces
y escribo
o veo el paisaje,
o cierro
los ojos
para escuchar la noche
o la corteza
en que apoyo mi espalda
a la vez que me encuentro
y paladeo lo simple:
el aire, el rumor vegetal,
cada silencio
con el que deletreo
lo que soy y lo que alcanzo
antes de irme,
la sucesión
de cada uno de mis rostros
que ya dejé de ser
y permanecen
junto al color de cada cielo
diferente,
anclados a este sitio
en que el alba se abre,
cae la tarde, me cobija
la noche,
y algún día,
en la intemperie
del desgaste del tiempo,
la memoria invisible
de este tronco
aún sostendrá
la misma
serenidad
del horizonte
por la que sí me llegue,
en mi ausencia
de aquí,
el sueño
dibujado
en sus raíces.
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